Nuestra compañía telefonica (sin tilde, off course) acaba de hacer público que sus beneficios aumentaron más del 70 por ciento el pasado ejercicio. Ha estado, pues, todo el año haciendo el agosto.
Por supuesto, sus gigantescos beneficios no van a coadyuvar al loable objetivo de la creación o al mantenimiento del empleo. Más bien todo lo contrario. Son posibles gracias a que está a la vanguardia no sólo de las modernas tecnologías comunicativas, sino también en primera línea de la depauperación del trabajo, de la precarización y de la explotación de sus trabajadores. Aunque es cierto que podría argumentar que cada vez los explota menos porque cada vez son menos los que forman parte de sus plantillas. Crea empresas a su alrededor a quienes subcontrata servicios y éstas empresas contratan a su vez, casi siempre con carácter temporal o en condiciones salariales muy precarias, a los operarios. Al final, un rosario indistinguible de sociedades y un resultado final: tremendos beneficios que no repercuten ni en bienestar social ni en la mejora del servicio.
Su posición de privilegio en el mercado no le sirve para gestionar más ágil y eficazmente el servicio, ni a menor precio, como demuestran las ofertas de otras compañías que operan a su alrededor. Llamar desde una cabina sigue siendo hoy día, en plena época de las tecnologías más punteras, la manera más segura de ser estafado, toda vez que ni devuelven adecuadamente, ni sus servicios de cuenta de pasos están garantizados. Uno de mis alumnos calculó hace pocos años la cantidad de dinero que Telefonica (sin tilde, off course) se embolsaba indebidamente en las cabinas y las cifras eran sencillamente espectaculares, como cualquier ciudadano puede intuir cuando hace uso de las mismas.
Telefonica (sin tilde, off course) es quizá una de las muestras paradigmáticas de que nuestro mundo funciona de manera perversa. Tremendos beneficios, innovación puntera, e inversiones millonarias van de la mano de cada vez menos empleo y de servicios que nunca terminan de ser más baratos, sino todo lo contrario. Sorprendentemente, sin embargo, aumentan cada vez más sus directivos, los sueldos millonarios que reciben y las prebendas de las que disfrutan quienes no saben gestionar sin destruir empleo, sin lograr servicios más eficaces y baratos para la población. Ganar más dinero, sea esto a costa de lo que sea, es el único examen que han de pasar. Y vive Dios que lo superan con buena nota.
Sus mandamases son, además, quienes fulminarían a quienes reclamamos que las grandes empresas deben ser controladas y a quienes denunciamos su poder tan omnímodo como inútil e irracional. Se les llena la boca de competencia, de mercado, de competitividad y de eficiencia pero, a la postre, no hacen sino llevar a sus empresas por la senda de mercados que nada tienen que ver con los principios que reclaman retóricamente. Su triunfo empresarial no sería nada sin la cobertura que les proporciona su posición privilegiada y su condición oligopolista.
Los directivos de telefonica (sin tilde, off course) se sentirán orgullosos de presentar en sociedad sus beneficios tan extraordinarios. Lástima que no pongan el mismo empeño en conservar el empleo y en abaratar nuestras llamadas de teléfono que, al fin y al cabo, es por lo que le pagan tan fabulosamente.
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