Publicada el 6 de abril de 2020
La epidemia del coronavirus se ha convertido ya en una crisis económica, como sabíamos desde el principio que iba a suceder, que está requiriendo medidas inmediatas, urgentes, para poder disponer de los recursos que precisa el sector sanitario y para evitar que, en esta fase de confinamiento que obliga a que se paralice una buena parte de la actividad económica, cierren miles de empresas y se dispare la pobreza en los hogares.
Los gobiernos las están tomando con mayor o menor capacidad, diligencia y efectividad, pero esa no es la única respuesta que hay que dar ante los efectos económicos que está provocando y va a provocar la epidemia.
Una vez que acabe esta fase de paralización la economía debe reactivarse y eso no va a ocurrir de forma automática ni proporcionando desde el principio el mismo vigor que la economía tenía antes de paralizarse.
No sabemos cuándo se va a producir, ni de qué manera, ni con qué fuerza. Podemos decir, eso sí, que las economías se recuperarán antes y mejor en función de tres factores: el tiempo que haya tardado la inactividad (que ya está siendo largo y se prevé que lo sea más de lo deseable); la ayuda que se haya prestado a las empresas y autónomos para garantizarles el ingreso cuando han estado obligadamente inactivos (algo que en España no se está garantizando suficientemente, al menos hasta ahora); y, por último, el mayor o menor empuje o impulso que el gobierno dé a empresas y familias cuando vaya terminando la inactividad.
Este último factor es esencial y debe prepararse con antelación para que no se vuelvan a cometer los errores que se cometieron en la crisis anterior al diseñar y poner en marcha en llamado Plan E.
La reactivación se va a encontrar con obstáculos cuya superación convendría preparar.
A pesar de la ayuda, muchas empresas van a desaparecer. Y las que se hayan mantenido «congeladas» se encontrarán con dificultades muy diversas. Algunas cadenas de suministros se habrán roto y es posible que no puedan aprovisionarse de todo lo necesario para volver a producir. No es seguro que sus clientes habituales sigan estando en las mismas condiciones que antes. Pueden haberse perdido materiales, capital, recursos… que después de este tiempo quizá no sea fácil reemplazar. A algunas empresas el cierre las habrá debilitado pero es probable que a otras, dentro de los mismos sectores, las haya reforzado, de modo que la competencia se puede desatar en mayor medida de lo que algunas puedan soportar. Los consumidores suelen reaccionar con anomalías después de un shock, muchas veces, incluso con irracionalidad y será más difícil predecir su comportamiento y acertar en las estrategias de mercado. La economía internacional estará revuelta y eso, sin duda, nos va a afectar a nosotros. Las administraciones van a tener que multiplicar su actividad y eso puede ser bueno, pero también un factor de desconcierto o incluso de ineficacia. Es duro decirlo, pero muchas personas, directivos, profesionales, especialistas de todo tipo… muy capacitados habrán fallecido y su reemplazo no podrá ser inmediato. El miedo que se está pasando y la incertidumbre, la perdida de confianza son siempre enemigos de la economía y frenan la actividad. Y es muy posible que, como consecuencia de todo ello, los precios suban, lo que siempre supone un desajuste que dificulta el comportamiento de empresas y consumidores. En fin, son muchas las circunstancias que pueden ponernos cuesta arriba la vuelta a la normalidad.
Aunque, por supuesto, también habrá otras que faciliten la recuperación. La ilusión de volver a hacer vida normal, de recuperar el tiempo y de sentir que, a pesar de las dificultades, se ha podido salir de una amenaza sanitaria.
Ahora es el momento, por tanto, de analizar qué tipo de vientos a favor y en contra podríamos encontrarnos cuando el encierro se vaya relajando y de elaborar una estrategia en consecuencia. La previsión será fundamental para conseguir que esta crisis no sea el anticipo de otra peor.
En esa evaluación hemos de ser conscientes también de otros factores menos coyunturales que nos están afectando negativamente ahora y que hemos de procurar que no lo sigan haciendo hasta ahora. Hemos de hacer autocrítica y tener bien presente, con rigor y sin remilgos, lo que nos ha hecho más frágiles que otros países cuando hemos vivido en la crisis y la zozobra. A las naciones les pasa también como decía Marco Aurelio que le pasa a los seres humanos: «Los que no escudriñan los movimientos de su propia alma, fuerza es que sean desgraciados». Los españoles deberíamos ser capaces de escudriñar nuestra propia alma, lo que hemos hecho, lo que no y lo que hemos permitido hacer con nuestro voto o con nuestro no voto en los últimos años, y deberíamos poner sobre la mesa las fuentes de nuestra debilidad estructural como pueblo, como nación, como economía y como sociedad, porque estamos demostrando que somos más débiles y vulnerables que otros países en principio no tan fuertes como nosotros.
Nada de todo esto se puede ya improvisar. Ahora es el momento de prever y de adelantarse a los acontecimientos. La propagación de un virus mutante es, como escribí hace unos días, algo imprevisible y a lo que no hay más remedio que hacer frente con improvisación. Salir de la crisis que provoca, sin embargo, requiere anticipación y estrategia, previsión y reflexión y no sólo del gobierno sino de toda la sociedad española.
Es el momento de decidir qué futuro queremos para nuestros hijos y nuestros nietos y es imprescindible poner en marcha un plan tan generoso como potente de movilización intelectual y ciudadana. Las universidades, las empresas, los sindicatos y patronales, los grupos profesionales, las fundaciones y centro de pensamiento, pero también los españoles de a pie, que al fin y al cabo son quienes sacan adelante a nuestro país día a día, todos nosotros, podemos y debemos aportar propuestas y soluciones.
Es la hora de que el gobierno impulse un gran proyecto de reactivación nacional, sin sectarismos, plural, abierto. En España tenemos especialistas que están en la vanguardia del pensamiento mundial, en ciencia, en tecnología y en análisis social. Y tenemos un pueblo que es capaz de crear y de reinventarse a sí mismo si se lo propone. Animo al gobierno a que lo intente, a que impulse desde ya una ilusión nacional, un proyecto colectivo y a que se deje la piel para tratar de incorporar a todos los partidos y ciudadanos sin distinción.
Si seguimos dominados por las lógicas que nos han gobernado hasta ahora, si no somos capaces de aprovechar esta oportunidad para recuperar nuestra agricultura, para reindustrializar, para remodelar nuestro sector turístico y no hacernos tan dependientes de él, para poner la construcción al servicio de la necesidad y la sostenibilidad y no de la creación de burbujas, si no mejoramos los recursos y la eficacia de nuestros servicios y administraciones públicas, si no relanzamos la investigación y la innovación, si no nos plantamos ante una Europa que no se cansa de equivocarse en las estrategias, si no somos capaces de recapacitar y de reorientar nuestra economía, si seguimos dejándonos llevar por el nacionalismo excluyente y por el cainismo, sin seguimos pensando que los españoles que no piensan como nosotros son nuestros enemigos, volveremos a sufrir todavía más cuando vuelvan a darse nuevos contratiempos, que es lógico que se den. Si seguimos haciendo lo mismo, si no aprovechamos para cambiar, se nos tendrá que decir, a las empresas y a las familias, a todos nosotros, lo mismo que al personaje de Julio Cortázar en Modelo de amar, «de qué te habrá servido tanta previsión si al final estás danzando esta misma música insensata».
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