Una de las críticas que la oposición le está haciendo al gobierno de Pedro Sánchez es que está improvisando en la lucha contra el coronavirus. Una crítica que me parece bastante injusta.
Cuando se produce una emergencia inesperada como la que estamos viviendo lo lógico es que haya que actuar con una gran dosis de improvisación, precisamente porque se trata, como ahora, de algo que ha sucedido sin que haya podido ser previsto y con una naturaleza en gran medida desconocida.
Yo no se nada de biología ni de epidemiología, pero lo que oigo decir a quienes saben de eso es que, si bien la propagación pandémica de algún tipo de virus era previsible, no lo era la forma en que lo hiciera y sus efectos porque se trata de un tipo de agente con una gran capacidad de mutación. Sin entrar en otras consideraciones técnicas que desconozco, parece evidente que, hasta la fecha y en todo el mundo, hay una gran incertidumbre sobre la tasa de mortalidad que provoca, sobre la cadena de transmisión de la epidemia, sobre la velocidad de su difusión y, por supuesto, también sobre el impacto económico y financiero que está teniendo y va a tener la pandemia. Y ante la incertidumbre, nos guste o no, es irremediable actuar sobre la marcha, improvisar.
Es justamente esa razón, el hecho de que la improvisación sea obligada cuando nos enfrentamos a algo desconocido y mutante, lo que hace imprescindible que en esas circunstancias se disponga de una gran capacidad ejecutiva, que se centralicen las decisiones y se puedan utilizar todos los recursos necesarios para garantizar que la información fluya rápida y nítidamente hacia quienes debe decidir. Hacer ruido constantemente, difundir bulos, criticar innecesariamente y debilitar la posición del ejecutivo es el peor enemigo con el que se puede contar en medio de una crisis como la del coronavirus.
Es verdad, sin embargo, que no disponer de algún tipo de protocolo previo es una irresponsabilidad, aunque también sea cierto que, por mucha previsión que se hubiera podido tener, la incertidumbre de los hechos nuevos es muy posible que hubiera impedido actuar conforme a un manual de instrucciones previamente elaborado.
Si en España hubiera existido algún tipo de previsión sobre cómo actuar en caso de producirse la propagación de un virus como el actual, algo que es probable pues disponemos de organismos del Estado que justamente están dedicado a anticipar estrategias de defensa nacional en todos los ámbitos, no puede caber duda de que el gobierno la estaría tomando en cuenta. Pero si nuestros servicios de inteligencia y defensa nacional no hubieran elaborado estrategia alguna para actuar si se diera una epidemia como la que vivimos, ¿acaso sería el gobierno actual el responsable de esa carencia y de tener que improvisar? Honestamente hablando: ¿Se puede acusar al gobierno de Pedro Sánchez de improvisar cuando se está enfrentando a una pandemia de cuyo origen nadie sabía y sobre cuyo desarrollo nadie sabe a ciencia cierta lo que pueda pasar, y si los gobiernos anteriores no elaboraron protocolos de actuación para un caso como este?
Evidentemente, a Pedro Sánchez le correspondería una cuota parte de responsabilidad por no haberla elaborado en los meses en que ha sido presidente mas la correspondiente al Partido Popular sería sin duda mucho mayor. ¿A qué viene entonces criticar a este gobierno por improvisar?
Y hay que decir, además, que cuando la dialéctica gobierno-oposición se encanalla, como ocurre en España, ni siquiera la previsión está exenta de crítica. También se ataca a los ejecutivos cuando son previsores. Cuando el presidente Rodríguez Zapatero creó la Unidad Militar de Emergencias (UME) que ahora está resultando de tan gran utilidad, el entonces líder del PP, Mariano Rajoy, le acusó de crear un invento innecesario, de dudosa legalidad y de poner en marcha un «capricho faraónico». Un tipo de actitud destructiva que no sólo se da en España. Hace unos días, el expresidente francés François Fillon escribía un artículo recordando que la oposición masacró a su ministra de salud, la farmacéutica Roselyne Bachelot, cuando decidió comprar dos mil millones de mascarillas en previsión de problemas como el que estamos viviendo. En todos los medios y en el Parlamento se le acusó entonces de dilapidar recursos públicos y ahora Francia está tratando de comprarlas deprisa y corriendo (por cierto, con problemas de rapiña y fraude prácticamente iguales a los que sufre España y que provocan una crítica feroz de la oposición al gobierno de Sánchez, como si esos problemas fueran solamente nuestros y culpa de su gestión).
La oposición está en su derecho de criticar al gobierno y, de hecho y de derecho, es su obligación. Los dirigentes del Partido Popular, Ciudadanos o Vox tienen afortunadamente libertad para decir lo que quieran, pero sería mucho más positivo para España y para la salud y el bienestar de todos los españoles que no recurrieran a la mentira y que no actuaran como quien ejecuta una representación teatral.
Si lo que está pasando en España sólo ocurriera aquí, lo que dice la oposición podría ser más creíble, pero acusar al gobierno español de males que se están produciendo en prácticamente todos los demás países resulta, especialmente en estos momentos en que la enfermedad y la muerte acechan a los españoles sin distinción, especialmente patético y desgraciado.
Cuando las cosas ya han sucedido, todo el mundo sabe lo que se debería haber hecho pero lo honrado es criticar contando con que las decisiones se toman con la información que se tiene en cada momento.
Ahora ya sabemos que estábamos en plena difusión de la pandemia cuando el virus no había hecho acto de presencia pero eso no lo supo el gobierno, ni quizá nadie, en su momento, y eso ha provocado efectivamente que se retrasen medidas, sobre todo la de encierro, que son imprescindibles para frenarla y reducir sus efectos. Algo que no sólo ha pasado en España, como se puede comprobar simplemente leyendo la prensa de otros países. En Francia, con un gobierno conservador y no «social-comunista» como aquí llaman al de Pedro Sánchez, las decisiones fueron también tardías y polémicas y allí no sólo se celebraron manifestaciones, como aquí, sino unas elecciones municipales que movilizaron a millones de personas. También sus dirigentes, como los de otros países, dieron muestras de tener un gran desconocimiento de lo que iba a ocurrir.
En enero de este año, la Ministra de Solidaridad y Salud francesa, Agnes Buzyn, dijo sobre el Covid-19 que «el riesgo de importarlo de Wuhan es prácticamente cero» y el «de propagación es muy bajo». El Ministro de Educación Nacional, Jean – Michel Blanquer, afirmaba el 11 de marzo que «el cierre de las escuelas no es posible» y un día después el de Trabajo, Muriel Pénicaud, que «no es peligroso ir a trabajar en empresas de más de 1000 empleados». Y eso, por no hablar de los cambios de opinión de otros líderes más del gusto de la extrema derecha española, como Boris Johnson o Donald Trump.
Improvisar frente a un fenómeno que muta casi constantemente y de cuya evolución y consecuencias desconocemos casi todo no es, por tanto, lo peor que nos puede pasar sino más bien algo obligado. Aunque esto no quiere decir que cualquier forma de improvisar, por muy inevitable que resulte, sea la adecuada.
Y lo mismo que es desleal que se critique a un gobierno por improvisar en medio de una tormenta de naturaleza y efectos desconocidos, es un error negar que no queda más remedio que ir tomando medidas que son improvisadas. En medio de la zozobra que forzosamente provoca vivir una emergencia sanitaria, lo importante es que el gobierno transmita la verdad, seguridad, confianza, la mayor certidumbre posible y mucha complicidad. Algo que es especialmente necesario para evitar que se hunda la economía. No es bueno aparecer ante la población como una especie de héroe que se encuentra solo ante el peligro. Por eso sería deseable que el gobierno se arrope en mucha mayor medida y que haga más visible que recurre y cuenta con quienes conocen científicamente lo que está pasando, con los líderes sociales y a ser posible con todos los partidos políticos. Yo apoyo en estos momentos al gobierno, no sólo porque esté de acuerdo con la mayoría de las medidas que toma sino porque haría igual con cualquier otro en medio de una catástrofe sanitaria. Sin perjuicio de ello, no me puedo explicar, sin embargo, que no haya dado el paso de ofrecer a todos los partidos, y cuando digo todos me refiero a todos, algún tipo de espacio que permita el intercambio de información permanente y que, como decía en mi artículo de ayer en el que pedía unidad y solidaridad, visibilide ante todos los españoles, al menos, que se busca la mayor complicidad y cooperación posible, no sólo para afrontar de forma inmediata la pandemia sino para hacer frente al día después. Si se pide ayuda, hay que ofrecer la forma de prestarla y si alguien se niega a darla, debe saberse.
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