Publicado en Sistema Digital el 27 de junio de 2011
A base de poner el proyecto europeo cada vez más claramente al servicio de los intereses de las grandes corporaciones económicas y financieras, los dirigentes de la UE van a lograr que la mayor parte de la población europea se desentienda de Europa y que se desvincule indignada de los horizontes y sacrificios que le quieren imponer.
Tratar de salvar solo a los pasajeros de clase preferente cuando el avión corre peligro de estrellarse es una quimera. Pero en lugar de entender que a quien hay que salvar es a toda Europa sus líderes ceden a la presión y apuestan por salvar solo a los bancos francoalemanes y tras ellos, en cada país, a los nacionales. Con tal de lograrlo, están a punto de sumir a Europa en una depresión y en una crisis sin precedentes y pueden llegar a convertirla, para salvar solo los muebles de los grandes financieros, en la primera dictadura corporativa del planeta porque todo ello se lleva a cabo, además, sin deliberación social y a base de imponer recortes de derechos y costes sociales muy elevados sin consultar para nada a la población.
Por si fuera poco, se puede decir que las medidas económicas que están imponiendo rozan la superchería porque se empeñan en basar la política económica en la moderación salarial y del gasto público argumentando que así aumentarán la competitividad y el empleo cuando hoy día se sabe a ciencia cierta que esa secuencia no se da y que la reducción del salario no crea empleo sino todo lo contrario.
Los investigadores Jesus Felipe y Utsav Kuma acaban de demostrar (Unit Labor Costs in the Eurozone: The Competitiveness Debate Again, Working Paper of Levy Institute, 2011) que la tesis que utilizan las autoridades europeas para justificar sus políticas, según la cual para obtener más producción y empleo es preciso menor crecimiento salarial, no está de ningún modo contrastada. Y que si los costes laborales unitarios han subido en los años o países con peores niveles de empleo, que es el argumento que utilizan los neoliberales para imponerlas, no es porque hayan subido los salarios sino los precios, como consecuencia del enorme poder del que disponen las grandes empresas y al que nunca le hacen frente.
Sylvain Broyer y Costa Brunner demostraron hace poco (L’évolution récente des parts de marché intra-UE n’a rien à voir avec la compétitivité coûts, Flash Economie, Natixis, N° 193, 2010) que la evolución de las cuotas de mercado intraeuropeas no tiene nada que ver con los costes de competitividad. Para que las cuotas de mercado de los diferentes países respondieran a sus distintos niveles de costes, esto es, para que se pudiera producir el efecto que se pretende alcanzar con las medidas de ajuste salarial que impone el pacto del Euro Plus, tendría que suceder que todos los países de la zona exportaran los mismos productos, que fuesen perfectamente sustituibles, que es justo lo contrario de lo que ocurre en Europa en donde la tendencia realmente observada es la de una progresiva especialización.
Hace también poco tiempo, James Galbraith y Deepshikha Chowdhury (The European Wage Structure, 1980- 2005: How much flexibility. LBJ School of Public Affairs. Austin, Texas 78713, UTIP Working Paper Number 41, 2007) han demostrado que de los datos sobre salarios y empleo en Europa entre 1980 y 2005 no se puede deducir que deban disminuir los salarios para que aumente el empleo, porque lo cierto es que las variaciones de los salarios y del empleo en ese largo periodo han ido de la mano: cuando han aumentado los salarios ha subido el empleo y cuando se han reducido ha bajado.
Y desde finales de los años noventa se viene haciendo numerosos estudios por autores como Dean Baker, Laurence Ball o Thomas I. Palley que demuestran que la evolución del desempleo en Europa no depende de variables que tengan que ver con instituciones «rígidas» del mercado de trabajo sino con las políticas macroeconómicas de austeridad y moderación salarial dominantes.
Hasta la propia OCDE, unos de los baluarte desde los que se diseñan las políticas neoliberales, tuvo que reconocer en su Employment Outlook de 2006 (p. 190) que diferentes países habían podido lograr buenos resultados en materia de empleo aplicando políticas «extremadamente diferentes», y el economista francés Jean Paul Fitoussi afirmaba en 2003 (Comments on Frydman, R., Stiglitz, J., Woodford, Expectations in Modern Macroeconomics, University Press, Princeton, p.434) que «hasta ahora no hay evidencia de que las instituciones del mercado de trabajo sean responsables del alto nivel de desempleo de la Unión Europea».
No es verdad, pues, que las medidas de recorte salarial contempladas en el Pacto del Euro vayan a permitir crear empleo. Hay mucha más base empírica para asegurar que la austeridad que se está imponiendo va a debilitar la capacidad de crearlo y que va a llevar a Europa a una atonía de muy graves consecuencia sociales durante años.
Y lo peligroso es que se prefiere producir estos efectos que serán dramáticos solo para asegurar que aumenten las rentas financieras, para que los Bancos que han producido un colosal desastre financiero recuperen cuanto antes sus beneficios y su poder y para que las grandes empresas consoliden su posición de privilegio en los mercados.
Europa necesita una orientación política y económica diferente. El euro ya ha dado todo lo que podía dar sin generar un problema sistémico irresoluble en Europa y que antes o después se va a proyectar sobre el resto del mundo. ¿Quién puede creer que la solución es ir condenando a una nación detrás de otra a seguir el camino impuesto a Grecia, dejándolas sin recursos para levantar cabeza en uno o dos decenios?
Europa necesita una nueva constitución monetaria y económica que no agrande constantemente las asimetrías tan profundas hoy día existentes sino que permita cerrarlas mediante políticas de bienestar e igualdad.
Hay que abordar el problema de la deuda con decisión, haciendo que carguen con ella quienes la han provocado e impidiendo de una vez que siga siendo una fuente de negocio para los especuladores financieros, y para ello se requiere otro banco central y otra política monetaria, comprometidos con el pleno empleo, con la sostenibilidad y con la igualdad. Es ya imprescindible contar con un auténtico presupuesto y con una hacienda europeos que armonicen la fiscalidad, que articulen políticas de reequilibrio y desarticulen los mecanismos que hoy día favorecen la obtención de rentas financieras en perjuicio de la creación de riqueza. Hay que contar con normas laborales continentales, con estándares de protección paneuropeos y, sobre todo, con una política europea de gestión del tiempo de trabajo que favorezca el empleo y no su reparto empobrecedor mediante el desempleo o la precariedad laboral. Hay que establecer una estrategia de Europa por la igualdad, entre otras vías, imponiendo a las empresas códigos de responsabilidad ambiental, laboral y en materia de no discriminación. Europa debe modificar su posición en la estructura del comercio internacional renunciando al cínico principio del librecambio exigido a los países pobres, pero que los ricos y la propia Europa no cumplen, para asumir la cooperación y la restitución como principios ordenadores de los intercambio internacionales. Hay que someter a los mercados financieros y reprimir la especulación con todas las fuerzas.
Los líderes europeos pueden insistir y seguir proclamando, como acaba de hacer Barroso, que «no hay alternativa» pero así solo van a conseguir que la indignación se extienda sin remedio entre la ciudadanía y que ésta, antes o después, tome las calles para echarlos y evitar el desastre imponiendo pacíficamente otra política económica al servicio de las personas y basada en una verdadera democracia.
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