Publicado en Temas para el Debate Algunos informes de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Internacional de Pagos vienen advirtiendo sobre el alto riesgo de que las principales economías del mundo entren en deflación. Algunos le conceden tanta verosimilitud al riesgo que incluso, después de tantos años considerando que el principal problema económico era la inflación, ahora dicen que cierta subida de precios es deseable.
Veamos qué hay detrás de esta polémica.
La deflación es el fenómeno contrario a la inflación, es decir, la bajada continuada y sustancial en los niveles de precios.
Se trata de un grave problema económico porque, al disminuir los precios y si se mantienen constantes los costes y los salarios, las empresas obtienen menos beneficios y se reducen entonces
la inversión y el empleo. Se genera así un auténtico círculo vicioso pues con menos empleo hay menos rentas y menos compras que vuelven a hacer que se reduzcan los beneficios, la inversión y el empleo.
Se suele decir que la causa de la deflación es que existe demasiado poco dinero para comprar y que eso provoca la caída de los precios pero esta es una explicación sesgada. En realidad, que haya poco numerario puede ser una de las causas posibles pero no la única. Si es así, bastaría con que las autoridades monetarias inyectaran liquidez al sistema para que el problema se resolviera.
Por regla general, lo que ocurre es algo más complicado. Incluso cuando la causa es simplemente que hay demasiada poca liquidez en el sistema, eso suele ser expresión de un problema adicional. Es lo que ocurre en Japón, donde el sistema financiero se encuentra en una crisis profunda o lo que puede ocurrir si en realidad no es que haya poco dinero sino que éste se destina a usos especulativos, a mercados que nada tienen que ver con la producción de bienes y servicios. Cuando esto ocurre, aunque se inyecte más liquidez no se soluciona nada porque el dinero adicional no se destinará a aumentar el empleo y la demanda a través de créditos al consumo o la producción. Incluso puede agravar la financiarización que esté detrás del problema que se quisiera resolver.
Cuando se trata de una deflación ocasionada por insuficiencia de la demanda el problema no es menor. Si se quisiera resolver habría que fortalecer sobre todo las rentas salariales, que son las que se destinan en mayor proporción al consumo y pueden tirar hacia arriba de los precios. Pero esto alteraría la lógica distributiva dominante y seguramente establecería un precedente en el reparto de la riqueza y los ingresos que los sectores sociales más poderosos, que financian y protegen el pensamiento más influyente, no aceptarían de buen grado.
Si lo que está produciendo la deflación es un exceso de oferta hay también dificultades considerables para afrontarla. O bien se recurre a aumentar la demanda, lo que no siempre es posible o deseable como acabo de señalar, o bien hay que provocar una importante reestructuración que implicaría la disminución de empresas y pérdidas de empleo e inversión, es decir, nuevos problemas de demanda.
Estas dificultades son las que explican que en las situaciones históricas de deflación haya sido necesario llevar a cabo actuaciones muy contundentes para salir de ella: masiva intervención del Estado en contra de los postulados teóricos dominantes o, simplemente, conflictos bélicos que absorbieran la sobreinversión existente y abrieran nuevos mercados a la oferta.
Con independencia de estas consideraciones generales, para entender la situación en la que actualmente se encuentran las economías hay que tener en cuenta varias cuestiones.
Por un lado hay que señalar que, como suele ocurrir con casi todos los problemas económicos, la disminución de precios no es mala en sí misma. Quizá sorprenda conocer que el país que hoy es verdaderamente deflacionario, incluso un poco más que Japón, es China. Sus precios bajaron el 0,7% en 2002 pero su producto interior bruto creció más del 8% y la producción industrial más del 13%. Este caso sirve para demostrar que lo que es malo no es la bajada de precios, sobre todo cuando es realmente tan reducida, sino que vaya acompañada de atonía productiva, de menos crecimiento e inversión.
De hecho, y a diferencia de lo que ocurre en China, el riesgo de deflación en Estados Unidos o Alemania, por citar los casos más relevantes, se ha advertido después de episodios de recesión, es decir, después de que las economías se hayan encontrado en una situación de menor rendimiento productivo. Este es el auténtico problema.
Hay que tener en cuenta, además, que la disminución de precios que se está produciendo es de un nivel mucho menor del que se produjo en otras épocas deflacionarias con las que algunos comparan la situación actual, lo que quiere decir que la caída de precios no es el factor seguramente más relevante. Sobre todo, cuando se da como continuación de un proceso ya largo de disminución de su ritmo de crecimiento.
También me parece significativo que los diferentes países en los que se vislumbra el riesgo deflacionista se encuentren en esta situación por circunstancias claramente diferenciadas, lo que indicaría que no se trata de un mismo y generalizado fenómeno. Por un lado, en Japón se viene produciendo un auténtico desquiciamiento del sistema financiero, en Estados Unidos un exceso de oferta como consecuencia de la sobreinversión que inspiró la fiebre especulativa y el exceso de endeudamiento de años anteriores. Por su parte, Alemania todavía paga las consecuencias de su acelerado proceso de unificación y también, como los demás países europeos, los excesos de las políticas de estabilidad de los últimos años.
Teniendo en cuenta todo ello, y aunque es pronto para poder establecer conclusiones definitivas sobre la situación me parece que se pueden establecer varias ideas significativas sobre este nuevo fantasma que recorre aunque sea aún en mantillas la economía internacional.
En primer lugar que más bien que un simple mal monetario, como algunos quiereninterpretar, lo que se está produciendo es la manifestación de las debilidades intrínsecas al modelo decrecimiento de los últimos años. Este se ha basado en el crecimiento débil, en las políticas deausteridad, en la aplicación de políticas macroeconómicas de bozal que han venido conteniendo lasrentas salariales y el consumo. Por eso, no parece muy lógico sorprenderse ahora si la aplicacióncontumaz de las políticas deflacionistas de los últimos años termina por provocar cierto nivel dedeflación.
En segundo lugar, vuelve a ponerse de relieve que la hipertrofia de los flujos financieros y la predominancia de las actividades especulativas actúa como un drenaje constante de recursos que impide generar demanda suficiente y fortalecer como sería necesario la creación de riqueza productiva. Es realmente paradójico que los economistas e instituciones más brillantes y renombrados del planeta afirmen que las principales economías tienen un problema ocasionado porque hay “demasiado poco dinero” cuando se calcula que entre casi dos billones de dólares circulan diariamente en operaciones especulativas que nada tienen que ver con la actividad productiva.
En tercer lugar, el riesgo deflacionista vuelve a manifestar la tremenda inconsistencia e inadecuación de las políticas económicas dominantes. Como he señalado más arriba, ha sido su propio impulso deflacionista el que está en la base de la insuficiencia actual de la demanda. Los dirigentes europeos comienzan a reconocer la inconveniencia de insistir en la estabilidad presupuestaria cuando las circunstancias económicas son ya tan claramente negativas. El problema es que no será suficiente que ahora permitan, más o menos disimuladamente, ciertas alegrías presupuestarias, sino que sería necesario modificar el sentido todo de las políticas, su filosofía deflacionista.
Por último, es de destacar las debilidades que muestra el pensamiento económico dominante. Los mismos que hace unos pocos años proclamaban la incontrovertible verdad del fundamentalismo antiinflacionista incluso defendiendo la tasa cero de subida de precios como el objetivo al que había que aspirar, ahora empiezan a reconocer que es conveniente cierta tasa de crecimiento de los precios.
En cualquier caso, no se puede despreciar el problema. Afecta a economías muy potentes y que son, a su vez, locomotoras de otras muchas. Como se decía en los años sesenta, un resfriado en Estados Unidos es una pulmonía en Europa. Ahora no es sólo el gigante norteamericano quien tose, sino también la mayor economía europea y a ellos se une la aletargada situación de Japón. Es muy posible que el déficit presupuestario estadounidense sea suficiente para salir adelante. Aunque apostar una vez más por el keynesianismo fiscal reaccionario favoreciendo sólo la mejora de las rentas altas retardará la salida al problema. Pero en Europa van a ser necesarios estímulos mucho más importantes que los que están detrás de la tímida permisividad presupuestaria que se anuncia. Después del verano se puede ir a peor.
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