Me pidieron mi opinión sobre la epidemia en una publicación electrónica de la Universidad de Málaga y esto fue lo que contesté.
Es difícil valorar este tipo de cuestiones al principio de estos fenómenos. No obstante, hay tres elementos que creo que se podrían subrayar. El primero tiene que ver sobre nuestra manera de enfatizar los problemas sociales. Sin querer quitar importancia al asunto, resulta sin duda sorprendente el revuelo originado por unas pocas muertes a causa de la posible epidemia de la fiebre procina mientras que hay un silencio prácticamente sepulcral sobre la mayor y más mortífera pandemia que hoy día asola al mundo: la del hambre. Un verdadero «crimen organizado contra la humanidad», en palabras del anterior relator de las Naciones Unidas para los problemas de la alimentación, Jean Zigler, que mata a casi 30.000 personas diariamente y que no merece ni una sola línea en los diarios o en las televisiones.
La segunda cuestión es que se tenga tanto pavor a este tipo de problemas y, sin embargo, no se pongan remedios en forma de medidas profilácticas en los países más empobrecidos y más concretamente que no se destinen recursos de los países ricos para evitar los colosales desequilibrios de renta que hoy día hay y que provocan estos problemas. Lo que se hace es lo contrario: los organismos internacionales constantemente promueven la reducción del gasto público que sería lo único que podría resolver estos problemas en esos países y evitar su propagación.
Finalmente, creo que estos problemas con virus deberían servir para que se pusiera sobre la mesa el uso comercial que se está haciendo con las cepas e incluso la corrupción existente en algunos organismos y grandes laboratorios internacionales, como denuncia con muy buenas fuentes la ministra de salud de Indonesia, Siti Fadilah Supari, en su libro It’s Time for the World to Change. Actualmente, el 90% de las vacunas está a disposición de solo el 10% de la población mundial. No se trata solo de una gran injusticia sino de una una colosal estupidez porque, como estamos viendo, los virus no entienden de fronteras y menos aún de las construidas solo a base de diferencias de renta.
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