Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

La quimera del cemento

Publicado en La Opinión de Málaga. 4-04-2004 

Gabriel García Márquez cuenta en Cien años de soledad que José Arcadio Buendía estaba seducido por la simplicidad de las fórmulas para doblar el oro y cortejó a Úrsula durante varias semanas para que le permitiera desenterrar sus monedas coloniales y aumentarlas tantas veces como era posible subdividir el azogue. Úrsula cedió pero la codicia de Buendía sólo logró que su preciosa herencia quedara reducida a un chicharrón carbonizado.

 

En otras columnas de este flash me he referido a los peligros que a medio plazo implica un uso insostenible de los recursos económicos y naturales y la reiterada desgracia del Rincón de la Victoria ha venido a darme la razón.

 

Hay un razonamiento sencillamente estúpido que viene a decir: “si quieren venir cada vez más turistas hemos de ofrecer la posibilidad de que efectivamente vengan”. Para ello se sobrecarga el espacio urbanizable, se satura y ensucia el litoral, se degrada el medio ambiente, se desforesta y desertizan terrenos… es decir, se destrozan los propios recursos que habían hecho atractivo nuestro entorno a millones de turistas que, antes o después, encontrarán un espacio tan sumamente degradado que nos dejarán de elegir como destino privilegiado.

 

La estrategia de crecimiento intensivo y desmesurado es la nueva quimera, es el sueño de doblar el oro. Creer que se podrá seguir ganando dinero siempre a base de amontonar edificios en nuestras costas sin respetar a la naturaleza y sin proporcionarles un entorno y unos servicios adecuados es un razonamiento tan simple como el que llevaba a Buendía a buscar oro mezclando raspadura de cobre, oropimente, azufre y plomo.

 

La búsqueda del negocio más fácil e inmediato se ha erigido en la lógica dominante de nuestro modelo de crecimiento pero al ser una lógica autodevoradora está socavando las bases del propio crecimiento.

 

Parece mentira que aún no seamos del todo conscientes del destrozo tan enorme que está suponiendo la explotación insostenible de nuestros recursos y que todavía sigamos creyendo que puede hacerse realidad el sueño del crecimiento compulsivo ilimitado. Las autoridades públicas tienen la obligación de actuar con la máxima disciplina y los empresarios inteligentes deben tomar la iniciativa para impedir que los especuladores arruinen sus beneficios a medio plazo. Los ciudadanos, por nuestra parte, tenemos que ser cada día más exigentes con unos y con otros.

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