Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

La recuperación no será en "V", ni en "L", ni en "w"

Publicado en Público.es el 5 de mayo de 2020

Los economistas, gobiernos y organismos internacionales están tratando de predecir cómo será la salida de la crisis, una vez que se haya detenido la propagación del virus.

Los más optimistas defienden un escenario esperanzador en forma de «V». Creen que a finales de este verano se habrá acabado la fase de confinamiento y que en el último trimestre todos los negocios y actividades irán volviendo a la normalidad. Estiman que eso hará que a lo largo de 2021 se produzca un rebrote considerable de la vida económica que permitirá registrar tasas de crecimiento de entre el 5% y el 10%, suficientes para que las economías se pongan en marcha de nuevo para otro periodo de expansión.

Este es el escenario que defienden como más probable el Fondo Monetario Internacional y la mayoría de los gobiernos y se justifica por la rapidez con que aparentemente se está recuperando la economía china, una vez que se detuvo allí la propagación del virus.

Es normal que este tipo de instituciones sean las que traten de hacernos creer que ese recorrido, tan optimista, será el que se va a dar porque son las que están aplicando políticas y, para que sean aceptadas más fácilmente por la población, necesitan convencerla de que darán los resultados más positivos.

Lo malo de esa previsión es que son justamente esas instituciones las que vienen equivocándose en mucha mayor medida a la hora de hacer predicciones desde hace décadas, así que, ya de entrada, cuesta trabajo creerlas.

Según un estudio que realiza desde hace años la escuela de negocios ESADE, el mayor error en la previsión de crecimiento del PIB de 2019 para nuestro país lo tuvieron, por este orden, el Banco de España, el BBVA, la OCDE, la Comisión Europea y el Gobierno. Aunque es verdad que el grado de acierto de casi todos ellos es muy variable a lo largo del tiempo, es bastante significativo que quien más directamente tiene que ver con la aplicación de las políticas sea quien más se ha equivocado. Así que tengan esto en cuenta antes de creerse a pies juntillas sus previsiones.

Por otro lado, las previsiones menos optimistas señalan que la recuperación no se va a producir ni rápida, ni fuertemente, sino que la caída grande de la economía que se está produciendo vendrá seguida de una fase de depresión porque las empresas no van a volver a la actividad completa ni en las mismas condiciones que había antes del encierro, cuando este termine. Por eso creen que la senda de salida de la crisis tendrá forma de «U»:  el crecimiento sólo se recuperaría después de una etapa de depresión, que sería más o menos larga dependiendo de los estímulos que se puedan dar desde los gobiernos durante y después de la crisis.

Otros economistas defienden que lo más probable es que la salida no se produzca ni en «V» ni en «U». Creen que la economía levantará cabeza rápidamente una vez que se vayan abriendo los negocios (aunque no en tan gran medida como defienden las previsiones más optimistas, es decir, no en uve mayúscula) y que, precisamente la prisa por hacer que esto se produzca cuanto antes y la previsible carencia de una vacuna hasta que no pase un largo periodo, puede llevar a que se dé un segundo brote de infección que obligue a establecer nuevas medidas de confinamiento. La economía volvería a caer de nuevo generando un recorrido de doble uve minúscula.

A mi juicio, ninguno de esos tres escenarios es el más previsible, o el que más se ajusta a la realidad económica de nuestros días.

De la crisis del coronavirus se saldrá en los próximos meses porque el confinamiento no va a ser eterno y porque los gobiernos de los países más poderosos están tomando medidas para garantizar que la mayor parte de las empresas puedan sobrevivir a esta fase de encierro. Algunos, si lo hacen bien, podrán utilizarla para reformar sus modelos de crecimiento, se adaptarán mucho mejor a las condiciones cambiantes que se están abriendo paso en la economía internacional e incluso pueden salir reforzados. Pero es muy ingenuo creer que eso es lo que va a ocurrir de manera general. Algunos, como Estados Unidos, Italia o España, por no hablar de los más débiles de América Latina o Asia, van a tener muchas dificultades para salir adelante sin un gran destrozo, pues no están adoptando todas las medidas que hubieran podido evitar la destrucción tan grande de sus aparatos productivos que se está comenzando a producir. Y, con independencia de ello, aunque todos los países hubieran tenido el acierto y la posibilidad de aplicar las mejores medidas posibles, lo cierto es que ni siquiera así se podría evitar que la salida a la crisis sea más traumática de lo que señalan las predicciones que se vienen realizando.

Lo mismo que en el planeta se padece ahora una pandemia provocada por el coronavirus, la economía internacional viene sufriendo desde los años setenta del siglo pasado otro tipo de «pandemia» de la que apenas se habla, para que no se vean las vergüenzas de las políticas económicas neoliberales que se aplican desde entonces. Me refiero a la «pandemia» de crisis financieras que se han registrado en los últimos cincuenta casi sin parar. Según un estudio del Fondo Monetario Internacional (aquí), desde 1970 a 2017 se habían producido 151 episodios de crisis bancarias sistémicas, 74 de deuda soberana y 236 de divisas en todo el mundo. Es cierto que muchas de ellas se entremezclan, pero lo cierto es que si se sumaran todas darían un total de 461, es decir nada más y nada menos que 9,8 crisis por año.

Las investigaciones que se han realizado sobre todas ellas han puesto de relieve una correlación estrechísima entre su frecuencia y dos factores principales: la liberalización de los movimientos de capital y la desigualdad. Cuanto más libertad tiene el capital para realizar operaciones en todo el mundo y cuanta más desigualdad se registra en el planeta, mayor número de crisis financieras se producen. Los datos no dejan lugar a dudas sobre ello. Es muy significativo, por ejemplo, que de 1945 a 1970 casi no se produjera ni una sola crisis financieras en todo el mundo (muy pocas en las economías más atrasadas y prácticamente ninguna en las avanzados, según el mismo estudio). Algo que pudo ocurrir gracias a que había controles muy estrictos a los movimientos de capital, porque apenas se producía la especulación financiera y porque había mucha más igualdad.

En los últimos años, esos factores que van a unidos a la mayor frecuencia de crisis financieras se han reforzado: cada día hay mayor desigualdad y están aumentado las fuentes de la volatilidad de los capitales, como la deuda, la especulación bursátil, la pérdida de rentabilidad del capital material, la crisis del comercio internacional y de los sistemas monetarios, y la insolvencia generalizada de la banca internacional.

Para colmo, además de esos detonantes de crisis financieras, en los últimos tiempos se están abriendo otras fracturas en nuestras economías y sociedades que también producen crisis económicas: en especial, las que tienen que ver con el mal uso que hacemos del medio ambiente y de los recursos naturales (la pandemia de coronavirus, querámoslo o no, es una expresión de ello). El crecimiento desaforado, los deshechos y desperdicios que acumulamos, el despilfarro y la destrucción que sembramos a nuestro alrededor nos pasan una factura cada día más elevada en forma de costes reales que no contabilizamos, de desequilibrios alimentarios y productivos y de malestar que impide que podamos aprovechar la productividad que, por otro lado, nos proporciona el desarrollo tecnológico.

Nadie sabe cómo será nuestro futuro. Aunque sí podemos estar seguros de algo: mientras no se afronten estos factores continuados de perturbación, mientras no se ponga coto a la especulación financiera y a la acumulación vertiginosa de la riqueza en tan pocas manos, la salida a esta crisis no podrá ser otra que una sucesión de otras nuevas. No será ni en «V», ni en «U» y ni siquiera en «vv», sino en una sucesión de subidas y bajadas, de crisis frenéticas que pueden herir de muerte al planeta.

Afortunadamente, sabemos qué se podría hacer para evitarlo y esta misma crisis que estamos viviendo nos lo indica cuando nos muestra el valor esencial de los servicios públicos, del cuidado, de respetar las leyes de la naturaleza y no jugar con ella, de anteponer la lógica de la vida a la del beneficio, la necesidad de contar con sistemas seguros para el aprovisionamiento de los bienes, servicios o financiación que nos resultan esenciales, o que la creación de riqueza que debemos promover es la que satisface las necesidades de los seres humanos y no sólo los privilegios de las finanzas. Sólo si tomamos conciencia de esto podremos empezar a vivir con menos sobresaltos.

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