Publicado en La Opinión de Málaga. 17-10-2004
La presentación de la plataforma Andaluces Levantaos encabezada por el ex presidente Escuredo, Manuel Pimentel y Manuel Clavero despertó expectación pero, a medida que pasa el tiempo, no parece que se consagre como una fuente de ideas y propuestas de mucho contenido.
Por lo que puede deducirse de su página web parece que se trata sólo de evitar que Andalucía quedase eventualmente en una posición secundaria en las reformas constitucionales que se avecinan.
Vaya por delante que la categoría personal, humana, profesional o académica de sus promotores hacen que la plataforma cuente con mis mayores simpatías, y que creo que todo lo que se haga por movilizar a la ciudadanía, por despertar la conciencia crítica y por hacer que se defiendan con más fuerzas los derechos públicos debe ser siempre bienvenido.
Sin embargo, me parece que la lectura que se hace de los problemas de Andalucía es, al menos de momento, demasiado pobre. Yo creo que los andaluces no adelantamos gran cosa tratando de emular la estrategia de los nacionalistas vascos y catalanes, auténticos maestros en el arte de actuar “para sí” como quieren que hagamos también, y especialmente ahora, los promotores de la plataforma.
Desde luego que hay que procurar por todos los medios que los instrumentos que se pongan en nuestras manos para resolver nuestros problemas sean, al menos, iguales que los que puedan tener los vascos o catalanes. Pero eso, desgraciadamente, no es todo.
No basta con rebelarse y reclamar que “nosotros también” porque no es en ese espacio político donde se plantean y resuelven los auténticos problemas que ocasionan que Andalucía siga aún hoy día en posiciones de retraso económico y social.
Ya han pasado casi veinticinco años desde que disponemos de Estatuto de Autonomía y podemos ahora contemplar con cierta perspectiva cuáles han sido los factores que han ayudado a mejorar o a empeorar nuestra situación.
Como ha puesto de relieve recientemente el profesor Manuel Delgado, cuando comparamos desde la distancia la evolución de nuestra economía nos encontramos con hechos realmente significativos, y sobre los cuales no se concentra toda la atención que merecen.
A pesar de que nuestro Estatuto indicaba que uno de sus objetivos era “»la consecución del pleno empleo en todos los sectores de la producción” lo cierto es que hemos avanzado menos que otras comunidades. En 1981 la diferencia entre la tasa de paro entre Cataluña y Andalucía era de 4,3 puntos. Ahora es de 8,1 puntos.
El Estatuto concibió también a la reforma agraria como medio para la “transformación, modernización y desarrollo de las estructuras agrarias, y como instrumento de crecimiento y pleno empleo y corrección de los desequilibrios territoriales». Veinte años después, en nuestro sector agrario hay más desigualdad y concentración. Aunque parecía que la cuestión de la propiedad era un asunto del siglo XIX, lo cierto es que la Duquesa de Alba o el Duque del Infantado siguen siendo los primeros a la hora de recibir ingresos o subvenciones y que una parte muy pequeña de los propietarios recibe la mayor parte de todos ellos.
Hoy día, más de la mitad de nuestra producción agraria se concentra en un 3% de la superficie, lo que está provocando problemas de sostenibilidad y concentración abusiva que son todo lo contrario del equilibrio territorial al que apuntaba nuestro Estatuto.
Nuestro Estatuto establecía también que había que propiciar el desarrollo industrial y lo cierto es que hoy día el peso relativo de la industria andaluza en el conjunto nacional es menor que el de hace veinticinco años. Por el contrario, se ha acentuado el peso relativo de la agricultura y las actividades primarias mientras que, al mismo tiempo, nuestra industria agroalimentaria no sólo ha disminuido de peso sino que, en una buena parte, ha pasado a estar en manos de intereses y grupos extranjeros que ahora colonizan mucho más nuestras redes de producción y comercialización.
Y si analizamos los datos de distribución de la renta personal o espacial veremos igualmente que, a pesar de lo que proclamaba el Estatuto, no hemos avanzado mucho porque se mantiene una gran desigualdad y una concentración muy elevada.
Yo tengo la convicción y la seguridad de que sin Estatuto de Autonomía nuestra situación relativa hubiera sido peor, pero eso no quita la obligación de señalar que el problema no es, ni mucho menos, nuestro techo de competencias.
Lo que de verdad puede ahogar a Andalucía, lo que realmente le ha hecho daño y le va a hacer más en el futuro son otras circunstancias.
Andalucía ha encontrado los mayores obstáculos a su desarrollo económico en la ley de estabilidad presupuestaria y en la política de déficit cero que hipotecan nuestra necesaria inversión en capital social productivo. Nos hace daño una moneda única europea sin los necesarios resortes fiscales para evitar los desequilibrios y las asimetrías que se están produciendo y que se van a incrementar en el futuro.
Lo que frena nuestro avance económico es la política de reducción del gasto social que inició el último gobierno de Felipe González y que luego siguió el de José María Aznar. Lo que supone un obstáculo para relanzar nuestra economía es la política fiscal regresiva de los últimos gobiernos. Y lo que de verdad nos hace daño es la idea de que sea el mercado quien regule las relaciones económicas, porque el mercado es inevitablemente desigualador y actúa siempre en perjuicio de los sujetos o los territorios que disponen de menos recursos o rentas.
En los últimos años ha predominado en el gobierno y en la mayoría de los dirigentes políticos y sociales andaluces la idea de que había que “subirse” a la inercia de la modernidad. Pero esa modernidad es una globalización asimétrica y falsa y que, gobernada por las políticas neoliberales, es la causa de nuestros problemas, no la solución.
Lo que nos hace falta es ir contra esa corriente para lograr un espacio propio y diferente y, sin embargo, nos empeñamos en insertarnos en una lógica productiva que, precisamente, se alimenta de excluir a territorios como el andaluz.
En definitiva, conviene levantarnos frente a todo tipo de agravios pero no vayamos a creernos que eso es todo. Los problemas de Andalucía son otros y no se resuelven ni mucho menos aumentando la dosis de nacionalismo. Más bien todo lo contrario. Es preciso ayudar a articular soluciones globales y puede ocurrir que, en lugar de marcarnos el horizonte adecuado, el discurso nacionalista nos deje como tontos mirando para otro lado.
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