En los últimos años he venido publicando más de cien artículos en el diario La Opinión de Málaga gracias a que su director me ofreció generosamente una columna dominical para expresarme.
Publiqué los primeros cien y decidí dejar la serie en ese diario para dar un poco de aire a la imaginación y para poder dedicar más tiempo a otros proyectos que comenzaron a ocuparme. Pero hace unas pocas semanas la retomé de nuevo, aunque ahora, con algún incidente.
Primero fue un artículo en el que criticaba el sueldazo de más de 100.000 euros que se había puesto a sí mismo el alcalde de Mijas, una pequeña localidad turística de Málaga (¿Alcaldes o reyes del mambo?). No me lo publicaron alegando que se estaba produciendo una batalla interna en el partido socialista en la que el diario no quería verse involucrado. Lógicamente, no me gustó la decisión pero la acepté por amistad y quizá por una especie de cortesía que no sé si está bien entendida. Mencioné en esta web que no se había publicado pero, de hecho, ni siquiera me referí a La Opinión de Málaga.
Lo grave, sin embargo, es que se ha vuelto a producir la censura y ahora porque escribí sobre las cajas de ahorros, sobre su lógica financiera que considero perjudicial para la economía andaluza y sobre el poder indeseable de sus principales dirigentes.
Me han dado unas cuantas explicaciones sobre las cuales no haré ningún comentario y que en cualquier caso han sido insuficientes como para que decida otra cosa que no sea dejar de colaborar con ese diario.
Ya lo saben lo lectores de esta web: hoy día no se puede criticar a estas entidades financieras, no se puede publicar que sus dirigentes acumulan un poder antidemocrático y totalitario o denunciar que coartan la libertad de expresión en tanto que forjan fronteras que no se pueden sobrepasar en los medios de comunicación. Hay libertad de empresa en los medios pero es obvio que eso no implica, ni mucho menos, que todos los ciudadanos tengamos garantizado el derecho a la libertad de expresión cuando abordamos determinados temas de los que no le interesa que se hable a los grandes poderes.
Dicen que podemos expresarnos libremente pero ¿dónde publicamos lo que queremos decir quienes no tenemos recursos financieros para disponer de medios de comunicación propios?
Lo único que puedo hacer es seguir escribiendo aquí y tratar de difundir en la red mis opiniones. Pueden censurarnos pero, al menos, no podrán hacer que nos callemos. Ese debe ser nuestro compromiso. Al menos, es el mío.
Y ahí va, por fin, el artículo censurado.
Cajas de ahorros con el paso cambiado
La controversia entre el Ayuntamiento de Málaga y Unicaja motivada por no habérsele concedido a esta última la gestión del Centro de Arte Contemporáneo pone sobre el tapete algo más que un simple e inexplicable conflicto entre entidades públicas.
Sólo conozco del asunto lo que han informado los medios de comunicación pero me da la impresión de que hay una cuestión esencial: ¿qué pinta una entidad financiera administrando un museo?
Se me dirá seguramente que las cajas de ahorro tienen la obligación de llevar a cabo obras sociales, pero ni siquiera ese sería un argumento convincente. Primero, porque el propio Centro se concibe como una mixtura de interés público y privado, es decir, como obra social pero también como actividad mercantil, y ésta bastante distinta de la de intermediación financiera que corresponde a las cajas. Y segundo, porque lo que parece lógico, en todo caso, es que las cajas de ahorro, como su propia Confederación decía en un reciente informe sobre sus obras sociales, sirvan al interés público sin convertirse “en entidades gestoras de un servicio público de modo permanente”.
El conflicto expresa, en mi opinión, la deriva bastante negativa en la que se hallan las cajas españolas desde hace tiempo, incapaces de crear su propia lógica financiera y convertidas, en consecuencia, en meras imágenes reflejas de la banca convencional.
Para ensalzar su labor se suele argumentar que realizan una obra social de extraordinaria importancia, a la que dedican una gran cantidad de recursos y en las que se crea un elevado volumen de empleo.
Y es verdad. En 2006 invirtieron en obras sociales unos 1.500 millones de euros, casi la misma cantidad que recibió España de los fondos de cohesión europeos. Nadie puede negar que se trata de una aportación decisiva para que se hayan podido llevar a cabo innumerables actividades en el campo de la asistencia social, de la cultura, la atención a las personas inmigrantes, de la educación, la investigación o el deporte. Y eso, aunque no sea toda la inversión social que se habría podido hacer, pues hasta el propio Banco de España a tenido que animarlas a que destinen mayor proporción de beneficios a obra social.
Pero, en cualquier caso, lo que hay que señalar es que la envergadura de este tipo de obra social muestra, paradójicamente, que las cajas no están realizando la mejor obra social que tienen al alcance de sus manos: contribuir en mayor medida al desarrollo económico y a la creación de riqueza y no dedicarse solo a obtener beneficios con la misma lógica que los bancos privados, que es lo que vienen haciendo.
Y esto es especialmente negativo si se tienen en cuenta los cambios que se han producido en los últimos años en el sistema bancario y financiero.
Lo que era habitual en la economía es que la cantidad de dinero circulante fuese más o menos proporcional al volumen de transacciones que realizamos los consumidores y las empresas. Pero en los últimos decenios, la cantidad circulante de medios de pago, de dinero, ha crecido mucho más debido a factores como la subida de los precios del petróleo, la multiplicación de beneficios de las empresas multinacionales, la aplicación de nuevas tecnologías o el gran poder que tiene Estados Unidos para emitir dólares casi sin control. Eso ha creado una especie de universo monetario, de espacio financiero en donde el dinero ha dejado de ser un instrumento al servicio de las transacciones para pasar a ser objeto mismo del intercambio.
Para que lo entiendan mejor los lectores: antes, la mayoría de las divisas, por ejemplo, se compraban para invertir o ir de turismo o comprar productos extranjeros. Hoy día, para especular con ellas, para comprarlas y venderlas y así ganar dinero.
Al aparecer estas nuevas formas de hacer negocios con el dinero, los bancos han cambiado de naturaleza. En el viejo régimen financiero, se dedicaban preferentemente a intermediar, para trasladar el ahorro a los inversores empresariales que trataban de poner en marcha nuevas actividades productivas o de ampliar las existentes. Ahora intermedian, pero lo hacen preferentemente desde los ahorradores al espacio financiero especulativo, y no al productivo.
Entre otras consecuencias, eso ha traído consigo tres grandes efectos: abundancia de recursos financieros pero escasez de fondos para la inversión productiva, exclusión financiera porque se privilegia la inversión de alta rentabilidad y mucha volatilidad e inestabilidad, porque los nuevos productos financieros con los que se comercia son solo papel, muy rentables pero altamente arriesgados, como está demostrando la crisis hipotecaria actual.
Las cajas de ahorros españolas han asumido esta lógica financiera. Es verdad que dedican una parte de sus beneficios a obras sociales, pero esas ganancias proceden básicamente del mismo tipo de actividades que las que llevan a cabo los bancos privados. Incluso a veces, del mismo tipo de inmorales actividades que éstos últimos realizan en paraísos fiscales, financiando a corruptos o ilegalmente a partidos políticos, generando productos financieros opacos y tratando de sortear al fisco para que sus clientes más poderosos se eviten pagar impuestos.
Al asumir esa lógica, las cajas han renunciado de hecho a convertirse en los ejes de un nuevo tipo de intermediación financiera al servicio de la sociedad y la actividad productiva, en las fuentes de recursos que privilegien la creación efectiva de riqueza y el empleo y, por lo tanto, en el soporte del desarrollo socioeconómico sostenible que es hoy día tan necesario.
¿No es un contrasentido aberrante que las cajas de ahorro andaluzas hayan sido las promotoras y financiadoras del irracional boom inmobiliario que tanto daño va a hacer a la larga a nuestra economía, mientras que nuestra industria o nuestro interior se desertiza económicamente? ¿No es un despropósito increíble que mientras nuestras cajas han financiado con los ojos cerrados a empresarios y empresas corruptas, sigan poniendo nada más que dificultades o pidiendo todo tipo de garantías a mujeres o jóvenes que necesitan unos pocos miles de euros para emprender un negocio que los saque del paro?
Para colmo, la lógica que guía hoy día a las cajas, no solo deja necesidades financieras sin satisfacer y equivoca el destino preciso de los recursos. Además, crea un poder indeseable que debilita a la propia democracia, pues ésta deja de existir cuando la voluntad de quien tiene el dinero se impone sobre las decisiones de las instituciones representativas. El gobierno andaluz, que no ha podido nunca domeñar a los dirigentes de las cajas, sabe mucho de esto.
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