La implantación del euro como moneda única se ha producido con una lamentable ausencia de debate real sobre sus efectos en la economía y la sociedad europeas.
Las burocracias políticas y los sectores económicos más poderosos de Europa han conseguido trasladar a la opinión pública que se trataba de un proceso neutro, como si sólo consistiera en cambiar unas monedas por otras y del cual sólo se van a derivar beneficios sin fin para todos.
Sin embargo, cualquier ciudadano puede entender sin dificultad los otros grandes efectos del euro, los que no nos quieren señalar. Instaurar primero un mercado único y luego una única moneda en un territorio donde antes había varias naciones y varias monedas equivale a disolver cada una ellas en un espacio económico superior, en donde ya cada una no dispone de instrumentos que, por decirlo de una manera gráfica, la defiendan de las que tienen más fuerza y capacidad a la hora de competir en los mercados. Así, España, que tiene una fortaleza económica mucho menor que la de Alemania o Francia, vió como su moneda se depreciaba en los últimos años, unas veces de forma autónoma en los mercados y otras porque los gobiernos la devaluaban. No es que ese sea el mejor método, pero es lo que ocurre inevitablemente cuando unas naciones tienen una estructura económica más débil que otras. A pesar de que nuestros salarios y costes eran más bajos y nuestros precios también teníamos que recurrir a ello porque nuestra economía no era suficientemente capaz de vender en el exterior como lo pueden hacer las naciones más potentes. A pesar de ello, ni esas depreciaciones eran suficientes y pagábamos nuestra debilidad relativa, sobre todo, con más desempleo
Pero con una moneda única ni tan siquiera cabe ya ese recurso. Las economías más débiles tienen que competir, si se me permite la expresión, “a pecho descubierto”, sin defensas frente a las más fuertes. Es verdad que es eso tiene de bueno que obliga a los más débiles a aspirar a ser iguales que los más fuertes, a comportarse como ellos. Pero, ¿y si no lo consiguen? ¿qué ocurre mientras no alcanzan la potencia de las economías más fuertes?, ¿puede llegar España a ser como Alemania o Francia?, ¿qué pasará con España mientras no sea como ellas?
Si el mercado funciona, como va a ocurrir cada vez más, y si hay moneda única, resultará que los capitales se irán allí donde sean más rentables, pero ahora ya sin limitaciones de movilidad ninguna: si España ya no tiene la ventaja de tener un tipo de cambio más atractivo, ¿para qué mantener aquí las empresas y no llevarlas ya Alemania o Francia? Salvo, claro está, que nuestros salarios sean mucho más bajos que los del resto del mercado europeo, en cuyo caso siempre gozaremos de mucho menor bienestar y capacidad de compra. Y eso, en el caso de que no haya salarios todavía más bajos en Europa del Este donde ya se desplaza la inversión alemana y europea en general.
El problema no es sólo que eso ocurra, pues eso sucede siempre que funcionan los mercados. Pero suele ocurrir que en los espacios nacionales que abarcan los mercados existe un mecanismo estatal que actúa para frenar los desequilibrios que esos procesos provocan, o la posibilidad real de que los trabajadores que se quedan sin trabajo en las zonas más débiles lo encuentren en las más ricas. En Estados Unidos, un ejemplo típico de varios estados con moneda única, existe un gobierno, una hacienda y una política federal que actúan, y en una gran medida, para eliminar, paliar o compensar los desajustes que el mercado provoca entre los diferentes estados. Además, rácticamente no hay barreras para que los ciudadanos se desplacen de un lugar a otro, lo que tampoco ocurre en Europa.
El euro sin hacienda europea, sin un verdadero gobierno federal, sin instrumentos de reequilibrio, sin políticas sociales comunes, sin política supranacional de pleno empleo, enfin, sin una Europa que esté estrechamente unida en algo más que en la moneda es una puerta abierta a los desequilibrios y a las asimetrías. Sólo ganarán con él los poderosos.
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