Diversas fuentes anuncian que el Banco Central Europeo podría estar a punto de subir los tipos de interés, demostrando una vez más que sigue confundiendo la lucha contra la inflación con el establecimiento de condiciones más favorables para el gran capital y que sigue estando dispuesto a matar al enfermo para bajarle la fiebre.
Veamos. El Banco Central Europeo tiene encomendado llevar a cabo la política monetaria de la zona euro con el único objetivo de evitar la subida de precios.
Eso de por sí es una barbaridad porque lo razonable sería que al mismo tiempo colaborase en la consecución de otros objetivos, como la creación de actividad económica a medio y largo plazo, le generación de empleo, como sucede e Estados Unidos, por ejemplo, o incluso como la igualdad y el bienestar social.
¿Por qué se le encomendó ese único objetivo que es claramente inadecuado cuando se persigue aisladamente de los demás?
Sencillamente porque de esa manera se podía justificar constitucionalmente darle prioridad a una política económica que es claramente favorable a los intereses de los más ricos.
El BCE asume la tesis ortodoxa según la cual la causa de la subida de precios, la inflación, es la presión de los costes, principalmente los salariales o ahora los energéticos, y la excesiva circulación de dinero. Y de esa hipótesis se deduce que la política antiinflacionista debe basarse en controlar esos costes -lo que permite justificar permanentemente el control salarial- y en subir los tipos de interés.
Lo primero está claro que favorece a las rentas del capital y lo segundo a los propietarios de dinero que al subir los tipos reciben mayor remuneración.
Esta es la razón por la que los grupos económicos más poderosos promueven los enfoques teóricos dispuestos a propagar esta tesis sobre la naturaleza de la inflación y la que les llevó a imponer que los bancos centrales se centrasen en la lucha contra ella y, además, que lo hicieran con plena independencia de los gobiernos. Era la oportunidad de fijar en letras de acero las directrices de las políticas que mejor satisfacen sus intereses.
Se podría decir que al menos eso tiene de bueno que se consigue frenar la subida de precios pero es que ni siquiera eso es verdad. No solo se hace una política para beneficiar a los grupos económicos de por sí más ricos sino que, para colmo, de esa forma no se consigue ahuyentar el fantasma de la subida de precios. O, si se consigue, solo es a costa de hundir y deprimir a las economías.
Lo que provocan las políticas deflacionistas de los bancos centrales es otra cosa. Por un lado, reducen los salarios y eso permite aumentar las ganancias de las empresas que disponen de acceso privilegiado a los mercados. Por otro, disminuye la demanda global puesto que ésta se compone en gran medida del gasto salarial. Eso es lo que ha hecho que en estos años de protagonismo de las políticas de este tipo se haya generado menos actividad. Y, consecuentemente, que se haya creado menos empleo, lo que ha debilitado la resistencia de los trabajadores que es otro de los objetivos perseguidos.
Como he dicho, esta política no logra reducir los precios sino una vez que ha provocado el deterioro final de la actividad económica.
Es así porque los precios no dependen solo del empuje de los costes sino de la fuerza de cada grupo social para imponer sus intereses o de la conformación de los mercados. La vida económica en el mercado es en realidad una lucha constante de los individuos y grupos para tratar de lograr un mejor resultado en el reparto de la tarta. Y si los precios están subiendo en los últimos años (como podemos ver en las facturas que nos llegan cada mes) es justamente en los sectores de actividad en donde hay muy pocas empresas que dominan los mercados.
Las tesis convencionales que defienden los economistas neoliberales y las autoridades se centran solo en la presión salarial, sin mencionar que hay otras mucho más efectivas para provocar alza de precios, fundamentalmente, el efecto alcista que tienen los elevados márgenes de la banca y de las grandes empresas.
Y, además, hay otra circunstancia que las autoridades, y muy especialmente los bancos centrales dominados por ideas neoliberales no tienen en cuenta. La presión al alza de precios que tienen luego un impacto muy directo sobre los del conjunto de la economía, como los de las materias primas, se debe casi siempre a los movimientos puramente especulativos que predominan en los mercados.
Por eso, para evitar la inflación que pueda estar produciendo ahora la subida del petróleo no vale nada actuar como lo está haciendo el Banco Central Europeo, recurrir al principio de estabilidad y subiendo los tipos de interés.
Como he dicho más arriba, así solo va a lograr que la ya débil recuperación de las economías se vaya frenando aún más.
Bajo su estatuto de independencia los bancos centrales han dejado que se produzca una burbuja inmobiliaria gigantesca aumentando los precios de la vivienda como quizá nunca antes lo habían hecho. Dejaron que se produjese porque así facilitaban que los grandes promotores, la banca y los grandes empresarios ganasen ciento de miles de millones. Esta es la realidad de su comportamiento y la auténtica cara de su batalla contra la subida de precios.
Si de verdad quisieran ayudar a que hubiese estabilidad de precios en las economías exigirían o establecerían controles a los capitales especulativos, fijarían tasas e impuestos sobre las transacciones financieras y los beneficios extraordinarios, ayudarían a imponer reglas severas en los mercados para impedir el poder de las grandes empresas, ayudarían a los gobiernos a establecer leyes que garantizaran retribuciones decentes a los productores y no márgenes escandalosos a los intermediarios y, sobre todo, impondrían una pauta de reparto del ingreso y la riqueza que no generase tantas asimetrías y desigualdades, pues estas son en realidad la fuente de la inflación, de las crisis y de las constante perturbaciones económicas que se producen en las economías capitalistas.
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1 comentario
Magnífico artículo. Casi podría ser una reseña de «La inflación (al alcance de los ministros)», de José Luis Sampedro. Un magnífico libro, que conserva su vigencia después de 40 años.