Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

No politizan la pandemia, infectan la política

Publicado en Público.es el 16 de octubre de 2020

El hecho de politizar alguna actividad se suele entender habitualmente como algo negativo. Es lógico, si ese término se utiliza en el sentido estricto que le proporciona la Real Academia Española: dar orientación o contenido político a acciones, pensamientos, etc., que, corrientemente, no lo tienen. En este sentido implica, efectivamente, desnaturalizar aquello que se politiza.

Ocurre, sin embargo, que ese mismo término se utiliza a menudo y también con sentido negativo cuando se da orientación política a acciones o pensamientos que sí que tienen contenido político.

Con los economistas ocurre casi por sistema. A pesar de que nuestra disciplina comenzó denominándose Economía Política ya en 1615 y que la política económica, la política fiscal, la política monetaria, la política laboral, la política agraria, la política de vivienda, etc. etc. son realidades indiscutibles, hay muchos economistas que cuando escriben o hablan sobre cualquiera de los temas que todas ellas abarcan siguen diciendo que no hablan de política o de cuestiones que tienen que ver de un modo u otro con ella , lo mismo que el burgués gentilhombre de Molière hablaba en prosa sin saberlo.

Algunos economistas afirman, por ejemplo, que la política monetaria no es una cuestión política sino técnica y que, por tanto, debe despolitizarse convirtiendo a los bancos centrales en órganos independientes del poder político. Es evidente que lo que así se consigue es evitar que sus decisiones sean sometidas al escrutinio, la aprobación o la censura social, cuando la realidad es que cualquiera de ellas afecta de un modo muy desigual a los diferentes grupos sociales, de modo que su debate y cuestionamiento deberían ser obligados en una democracia. Y exactamente lo mismo pasa con cualquier otro aspecto de la vida o las decisiones económicas. No ser consciente de que los problemas económicos no tienen soluciones técnicas sino políticas es una forma más de ceguera.

Politizar -es decir, llevar a la decisión o al debate políticos- cualquier acción o pensamiento que no tiene connotación política es indeseable, algo que lógicamente puede llevar a errores de decisión u opinión más o menos graves. Pero esta es exactamente la misma consecuencia que tiene no darnos cuenta de que hay acciones o pensamientos que sí son políticos y que, sin embargo, los mantenemos fuera de la política.

Es político todo aquello que afecta a los intereses colectivos y merece o demanda, por tanto, una decisión de esa naturaleza. En consecuencia, sustraer del debate colectivo (de la política) lo que es de interés colectivo (político) equivale a evitar que la sociedad en su conjunto (la polis) pueda decidir (hacer política) sobre lo que le interesa, dejando así la decisión en manos de sólo unos pocos.

Un ejemplo típico de esto último se está dando en relación con la pandemia que vivimos y con los problemas de todo tipo que trae consigo. Se critica o lamenta a veces que se politice el debate sobre las medidas a tomar, es decir, que las discutan los partidos políticos, llegando o no a acuerdos sobre lo que cada uno cree que es mejor hacer. O también que algunos científicos, sanitarios o epidemiólogos… hagan pronunciamientos mostrando su opinión sobre las medidas que toman o deberían tomar los gobernantes porque se considera que sólo deben pronunciarse como técnicos y no «meterse» en política. Y, más concretamente, se lamenta que se haya politizado la pandemia a la vista del clima de juego sucio, de las mentiras, de los golpes bajos y de la violencia que predomina en el debate político de nuestro tiempo.

A mi juicio, se trata de un grave error de perspectiva.

La pandemia es un problema cuyas soluciones son políticas, en cualesquiera que sean sus dimensiones y en el sentido estricto que, como he dicho, tiene la palabra política, es decir, como la actividad que tiene que ver con la solución de los problemas que afectan a toda la ciudadanía y, además, de modo muy diferente a cada grupo social.

Dos estudios recientes han puesto de relieve la extraordinaria relevancia que tiene la desigualdad con las pandemias y, por supuesto, con la de la Covid-19 que estamos viviendo.

Uno de ellos, elaborado por Oxfam (Combatir la desigualdad en tiempos de coronavirus), comienza diciendo que «la pandemia de COVID-19 ha sacudido un mundo que no estaba preparado para hacerle frente, debido principalmente a la falta de políticas nacionales para combatir la desigualdad» y demuestra que, para combatirla y evitar que traiga consigo males mayores, es preciso reducir la brecha entre ricos y pobres en todo el mundo mediante políticas que fomenten la igualdad en todas sus dimensiones y, sobre todo, reforzando los servicios públicos, la fiscalidad y los derechos laborales. Otro estudio de historia económica (Pandemics and inequality: A historical overview) muestra que prácticamente todas las pandemias que ha sufrido la humanidad han ido seguidas de un incremento de la pobreza y la desigualdad, salvo cuando produjeron el exterminio de los pobres. Otros estudios (Pandemics and inequality) han demostrado que la que estamos viviendo vuelve a distribuir sus costes y efectos negativos de modo muy desigual entre la población.

Cualquiera de las medidas sobre la pandemia que se están tomando día a día en todos los países del mundo, desde la asignación de recursos al sector sanitario público o al privado, hasta la forma de financiar todo el gasto que se precisa para hacerle frente, pasando por los modos de aprovisionamiento o el balance entre seguridad sanitaria y beneficio económico, por ejemplo, implica tomar decisiones que no son neutras desde el punto de vista de los intereses sociales sino que afectan de un modo muy desigual a la salud, los ingresos, el bienestar y la vida en general de las diferentes personas y grupos sociales. Es por ello que una pandemia es también un problema político, o que obliga a hacer política para tomar decisiones políticas, y eso es lo que obliga a politizar todo lo que tiene que ver con su origen, su tratamiento y sus consecuencias.

Por lo tanto, politizar la pandemia no es lo negativo ni lo que se debe evitar sino justamente todo lo contrario, lo más deseable y necesario, lo imprescindible para que las personas de todos los grupos de población, de raza o género, puedan deliberar e intervenir en la toma de decisiones defendiendo sus intereses. Es cuando no se politizan las acciones sociales cuando se hurta de esa participación a algún grupo de población y cuando otro puede decidir, entonces, sin tener en cuenta los intereses que no le conviene que se hagan explícitos.

Este último es el objetivo que persiguen las minorías cuyos intereses son muy difíciles de defender abiertamente ante la mayoría social que resulta perjudicada con sus decisiones. Y esa es la razón que explica que las sociedades -como las de nuestro tiempo- cada vez más divididas en cuanto a ingresos y riqueza se estén caracterizando por una degradación paralela de la vida política y de las instituciones representativas.

Para evitar que la gente se constituya en polis, en ciudadanía activa y decisiva, lo que se hace es o llevar su atención a otros espacios, distraerla con fuegos de artificio, o convertir el espacio de la política en un estercolero que repugne o incluso asuste a la gente corriente.

Se puede conseguir mediante las dictaduras o como ahora está sucediendo, financiando y dominando medios de comunicación, partidos e instituciones chabacanos, maleducados, soeces, groseros, corruptos o favoreciendo que los partidos políticos que interesa controlar estén controlados por personas de escasa valía personal o profesional y esclavos de su falta de preparación para obtener recursos por cuenta de su capacidad. Y eso explica también que incluso el propio lenguaje se haya trucado. No se habla de representantes sino de «los políticos» en tercera persona, ocultando así que todos somos políticos cuando asumimos la condición de ciudadano o ciudadana. Se distingue a los políticos del resto de la gente para que las personas normales y corrientes se sientan ajenas a la política, es decir, al debate y decisión sobre sus intereses.

La derecha española (pero no sólo ella sino la de casi todos los países) que defiende los intereses de los grupos oligárquicos que desean sólo más ganancias y libertad para obtenerlas y que no necesitan (o que creen que no necesitan) servicios públicos para satisfacer sus necesidades, ha optado por esta vía de expulsar de la política a la gente para conseguir lo que desean quienes la financian y controlan. Eso explica, como acabo de decir, el clima político emponzoñado en el que vivimos y por eso es vital que las fuerzas realmente democráticas hagan un esfuerzo extraordinario para poner en primer plano de sus estrategias la regeneración de la vida política. A veces, desgraciadamente, producen el mismo efecto que la derecha, cuando, por ejemplo, se empeñan en que los gestores públicos o los parlamentarios tengan ingresos tan reducidos que sólo pueda compensar asumirlos a personas sin experiencia, ni formación, o que tengan patrimonio propio. O, lo que quizá es aún peor, cuando dan mal ejemplo, no practican la transparencia ni rinden cuentas, o no se preocupan por parecer honradas, además de serlo.

Regenerar la democracia y la vida pública, hacer amigable y deseada la participación ciudadana y lograr que la gente corriente sea consciente de que le interesa deliberar, controlar y decidir es lo único que puede garantizar que se puedan aplicar políticas progresistas y que, al contrario de lo que viene sucediendo, se avance en la transformación social que mejore las condiciones de vida de la mayoría de la población.

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1 comentario

Manolo 25 de octubre de 2020 at 07:19

LOS POLÍTICOS.
No creo el mensaje que sobre los políticos lanza el aparato de propaganda del capitalismo.
El capitalismo sabe desde siempre que la democracia no es necesaria para que el capitalismo funcione.
Los años que un pequeño general ferrolano ejerció en España de capataz para la derecha que ahora está en la oposición, hubo capitalismo y no hubo democracia.
En China, que será dentro de no mucho tiempo la primera potencia económica del mundo hay capitalismo y no hay democracia; los ejemplos alrededor del mundo de capitalismo sin democracia son numerosos.
El primer paso para destruir la democracia es desprestigiar a los políticos que la representan.
Los poderes no democráticos patrocinan a unos actores de la política entrenados y dispuestos a convertir la política en un lodazal y que el populacho crea que la política es, efectivamente un lodazal.
Necesitan crear frases simples que calen en la gente como la que dice “todos son iguales,” mentira, solo el que roba es ladrón.
¿Todos tienen la misma culpa de que la política sea un lodazal? No, la culpa la tiene el que aportó el agua y el polvo ¿luego lo pisaron todos y lo convirtieron en lodo? Sí, pero sin agua y sin polvo no hubiera habido lodo ¿Quién fue el que aportó el primer lodo? En España Josémaría Aznar, actual presidente de FAlange ESpañola (FAES) ¿Cuándo? Cuando hizo su entrada en la política levantando un falso testimonio, como luego demostró la justicia, contra el que era entonces el primer presidente de la Junta de Castilla y León Demetrio Madrid.
Ese acto en un país con demócratas hubiera sido suficiente para haberle apartado de la vida política para siempre; en España no, al contrario; el franquismo sociológico lo elevó a la jefatura del partido y nos hizo pasar por la penitencia de ganar dos elecciones seguidas.
Si Dante puso a las puertas del infierno en la Divina Comedia “Olvidad toda esperanza” cuando escriban la historia de Aznar al frente del gobierno tendrá que poner “así se construye una crisis”
La estrategia de echar a Sánchez no es una creación política de los energúmenos que ahora pueblan la derecha, ya la inventó el personajillo antes citado con aquella frase “váyase señor González”. La estrategia del insulto constante y zafio contra el ex presidente Zapatero es historia, la misma estrategia que contra Sánchez en la actualidad; objetivo de la derecha “derribar a Sánchez” siguiendo la tradición y las enseñanzas recibidas.
Del barro de la política en España tiene la patente del PP.
Fue Esperanza Aguirre, otra fuente de maldad la promotora del tamayazo. Los métodos de actuar de la derecha en la política quedan demostrados con los hechos antes citados. La derecha actual sigue fiel a su trayectoria; solo sabe desenvolverse en la política convirtiéndola en un barrizal.
Su planteamiento es que el capitalismo parásito español está de su parte porque los capitalistas del IBEX 35 sin la manguera del Estado que le aporte pelotazos no viven. Ese capitalismo no necesita la democracia.
Tienen a la ideología del imperio vaticano de su parte porque sin las subvenciones, mamandurrias, canonjías, fiscalidad, inmatriculaciones y mil prebendas que le aporte el Estado tampoco vive. Este imperio de holgazanes en los veinte siglos que lleva esquilmando al mundo nunca necesitó la democracia y ahora tampoco. Ninguna religión es democrática.
Las armas no necesitan votos para imponerse y es dudoso que llegado el momento estuvieran del lado del pueblo. Con esos poderes ¿para qué quiere el capitalismo la democracia?
Por eso los energúmenos y energúmenas de los parlamentos, tanto en las cámaras legislativas o de de TV y micrófonos de radio, la derecha no ponen límites a la degradación de la política porque creen que sin democracia disfrutarían del poder en exclusiva y sin interrupciones.
Queda el poder de los de abajo, que somos más de treinta millones, solo con democracia, con más democracia, podemos exigir nuestros derechos.

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