Odio a Ikea, pero le agradezco que me haya templado los nervios

Yo odio a Ikea por muchas razones que no voy a expresar aquí. Pero uno tiene sus compromisos y lo reconozco: he puesto recientemente estanterías de Ikea, lámparas de Ikea, armarios de Ikea, toalleras de Ikea, mierdas todas de Ikea que han sido capaces de hacerme casi perder el sentido, de gritar, de blasfemar mil veces y de amenazar en firme a toda la humanidad. Casi, porque logré evitarlo. Por eso le estoy muy agradecido a Ikea: nunca nada ni nadie consiguió templarme hasta tal punto los nervios. Gracias a los montajes diabólicos de sus piezas, a las instrucciones inentendibles de sus productos, a sus recovecos pérfidos, a la barroca mente que los diseña, a los tornillos que siempre faltan y a las simetrías disímiles de sus distancias, gracias a ello, ¡bendita sea Ikea!, mis nervios ahora son como de acero y mi alma una mar de calma. Ikea me ha templado: ¡que se preparen ahora los grandes bancos y los financieros de tres al cuarto! Y para solaz les regalo a mis lectores esta historia de Goma Espuma. http://www.youtube.com/watch?v=XIH5qQnVUlE