En Economía Industrial nº. 267, mayo-junio, 1.989.
El objetivo de las páginas que siguen es presentar, de una forma que deberá ser lo más resumida posible, el estado de la cuestión en un ámbito del análisis económico que no goza precisamente de tradición en nuestra literatura. Y ello desde la perspectiva de establecer, siquiera sea en grandes líneas, los presupuestos en los que entiendo que debe basarse la comprensión por la Economía Política de unos fenómenos que le son doblemente relevantes, por su naturaleza e influencia económicas y por su trascendencia social.
En un artículo ya clásico y al reflexionar sobre la escasa atención que la cuestión epistemológica recibía de los economistas y sobre la anómala orientación de sus investigaciones decía BOULDING (1977, p.34), hace más de treinta años: «en verdad, toda nuestra profesión es un ejemplo de ese desperdicio monumental de recursos intelectuales que constituye uno de los fenómenos más notables de nuestro tiempo. Sería un ejercicio interesante comparar la distribución de los economistas que se especializan en diversos sectores de la economía con la contribución de tales sectores al PNB».
Si se atiende a que actualmente se puede evaluar que las actividades relacionadas, en el más amplio sentido, con la producción y distribución de información y conocimientos representan más del 51% del P.I.B. en Estados Unidos deberá seguir sorprendiendo la relativamente escasa atención que los economistas les dedican en la actualidad.
Efectivamente, puede afirmarse que el desarrollo de la
economía capitalista ha estado caracterizado, muy especialmente en los últimos veinte años, por un extraordinario desarrollo de los procesos de transmisión de información, por una creciente expansión de los medios de comunicación y de su alcance, por la industrialización de los productos culturales y por la extensión de las redes que permiten multiplicar el número y la velocidad de los intercambios. Es decir, por el crecimiento de los servicios relacionados con la actividad comunicacional de todo tipo y por la multiplicación de los capitales privados invertidos en estos servicios que tradicionalmente se encontraban más bien vinculados al dominio público y/o con estructuras productivas muy poco desarrolladas (HUET et al. 1.978).
Aún así, las industrias de la comunicación y el conocimiento siguen ocupando una choza, como dijo STIGLER, en el reino de la ciencia económica.
La consecuencia inmediata de esa carencia de preocupación teórica es la falta de sistematización analítica y la confusión doctrinal existente en la mayoría de los trabajos de conjunto que se ocupan de la información, la comunicación y la cultura desde la perspectiva del análisis económico.
Ya he señalado en otro lugar (TORRES 1.989) que la dificil delimitación de los propios conceptos de comunicación, información y cultura, la explícita incomprensión de la dimensión económica de los fenómenos de la producción informativa (TOUSSAINT 1978, pp. 3-5), la predominancia del paradigma neoclásico virtualmente incapacitado para incorporar, sin incurrir en graves inconsistencias internas, el contexto de relaciones sociales en que realmente se desenvuelve su «homo oeconomicus», la extraordinaria falta de transparencia que caracteriza a estas industrias, la unidireccionalidad que suele imprimirse a la investigación financiada por las propias corporaciones que han de ser investigadas (SCHILLER 1.986) y la falta de estímulo público a la investigación de fenómenos que a la postre pondrían al descubierto la vacuidad de los abstractos que sirven de soporte al poder establecido (ROMANO 1.988), han dificultado la consolidación de un cuerpo de conocimientos unitario, riguroso y sistemático de la comunicación y la cultura desde una perspectiva económico política.
En consecuencia, resulta pertinente la reflexión acerca de los aspectos que de éstos fenómenos resultan relevantes para el análisis económico, de las limitaciones de los enfoques convencionales que con desigual alcance se han desarrollado y de las premisas en las que, a mi juicio, podría quedar sustentada su comprensión crítica, unitaria, rigurosa y socialmente operativa.
1. Las cuestiones económicas relevantes.
Los procesos de comunicación social, la creación cultural y la producción de información en las sociedades avanzadas deben llam r la atención del análisis económico en relación con tres grandes fenómenos que le son característicos.
1. En todos ellos, y en mayor o menor medida, se advierte que su organización y uso social se vincula progresivamente con los ámbitos generales de la producción industrial.
Este proceso se manifiesta a su vez en tres cuestiones singulares:
– el expansionismo y la dimensión multiplicada de estas actividades y el caracter preferente que alcanzan las inversiones realizadas en estas industrias debido a la rápida valorización de capitales que en ellas se llevan a cabo y que permiten afirmar con propiedad que «la cultura y la comunicación forman crecientemente parte de la base productiva que sostiene al capitalismo avanzado» (ZALLO 1.988, p.9; GILPIN 1.975, p. 166).
– la especial contribución de estas industrias a la conformación de un nuevo sistema de regulación industrial y al diseño de un nuevo abanico de pautas de consumo social que hace frente a la crisis de acumulación y legitimación generada por las propias contradicciones del «Estado del Bienestar» (AGLIETTA 1.979; O’CONNOR 1.987; SCHILLER 1.986).
– desde el ámbito más específico de la renovación tecnológica que implican la producción de información y las nuevas infraestructuras de los procesos de comunicación se perciben modificaciones sustanciales en la propia articulación del sistema productivo, que van más allá de los incrementos de productividad que suelen ser destacados convencionalmente, para afectar a los procesos de centralización e internacionalización de capitales y a la propia morfología de los mercados industriales.
2. Independientemente de lo que acabo de señalar, los procesos de producción informativa, los procesos de comunicación social y la creación cultural industrializada deben tener una especial significancia para el análisis económico.
Todos ellos reunen las características concurrentes en los procesos de intercambio mercantil. En ellos se llevan a cabo auténticos actos de generación de valores y las condiciones en que éstos se producen y se realizan resultan ser por lo tanto los determinantes de su naturaleza como fenómenos sociales.
Quiere decirse que su comprensión requiere el análisis económico común a los procesos de producción y circulación de las mercancías y que, a su vez, éste es el presupuesto previo para poder evaluar la específica vinculación, antes señalada, entre las industrias de la comunicación y la cultura y el resto de las actividades industriales.
Como he tratado de demostrar en otro trabajo (TORRES 1.985) el caracter mercantil de la producción social de mensajes y productos culturales afecta a la conformación y características del ámbito específico en que se organiza la producción, a la estructura del mercado en que se realiza su valor y a la naturaleza del propio producto.
La actividad productiva se organiza, bien sea en el seno de organizaciones empresariales bien con caracter individual, con el objetivo de producir valores que permitan mediante su realización la obtención de plusvalías. Los procesos de intercambio de las «mercancias culturales» se llevan a cabo en mercados cuya morfología resultará determinante de los términos del propio intercambio y del grado de satisfacción de las demandas sociales. Igualmente, el producto informativo o cultural que es resultado de un proceso de intercambio mercantil de esa naturaleza queda condicionado por el caracter mercancia que le es propio y ello condiciona no sólo su función en el proceso de producción, sino también a los propios contenidos semióticos o simbólicos de la comunicación y la cultura.
3. Por último, los fenómenos de la información, la comunicación y la cultura presentan una característica que, en mi opinión, no debe pasar inadvertida si se quieren abordar con rigor y operatividad por el análisis económico.
Como dicen MATTELART y STOURDZE (1.984, p.56) la «comunicación» (utilizado el término en su más amplio sentido) no es sólamente un «aparato de producción o de distribución industrial de continentes» y «un aparato de producción, difusión y almacenamiento de contenidos, si puede considerarse posible separar la forma de su contenido» sino que «es a la vez…un aparato político de producción de consenso, de reproducción de las jerarquías culturales…pero sobre todo y ante todo, antes que un producto, la comunicación es un conjunto de prácticas sociales, cosas todas que una visión derivada de un concepto tecnicista del progreso tecnológico tiende a dejar en la sombra».
El extraordinario poder mediático alcanzado por la información, la comunicación y la cultura hace que, en palabras de los mismos autores, se estén convirtiendo hoy «en los ejes alrededor de los cuales se reestructuran las relaciones sociales entre los individuos, los grupos y las clases, las naciones y los bloques de poder». Y si el análisis económico pretende realizar una comprensión de los hechos y las relaciones económicas, como en mi opinión debe hacer, que contribuya a dar luz al conocimiento de las condiciones en que se puede alcanzar un mayor bienestar social no parece que deba ser ajeno a los mecanismos en que se basan los procesos de reproducción social y la consolidación de la situación establecida, sino que más bien debe procurar incardinar la dinámica de la actividad económica en el más amplio contexto de la relaciones sociales de poder, sometimiento y conflicto que en modo alguno son ajenas al desenvolvimiento de los hechos económicos.
Y ello permite afirmar, a mi juicio, que carezca de sintonía con la realidad el análisis económico de estos fenómenos que no trate de descubrir y plantear con rigor el contexto de relaciones sociales en el que se desarrollan estas industrias o sólo atienda a la contemplación teórica de las mismas como abstractos, sin percibir su trascedencia y su vinculación con el núcleo de conflictos que se dan en la sociedad.
2. Los enfoques convencionales.
En el propio ámbito del análisis económico tradicional, que asienta sus presupuestos en el modelo neoclásico, los trabajos pioneros de BOULDING, STIGLER o MARSCHAK (1.977) permitieron poner de relieve no sólo la pujanza de la industria de la producción de conocimientos sino también los desajustes de todo tipo que los flujos de información generaban en la concepción tradicional del equilibrio y de los procesos económicos que derivaba del paradigma neoclásico (HIRSCHLEIFER 1.973; LACHMANN 1.986).
Desde ahí, se han prolongado unas vías de desarrollo plurales que han tratado de establecer, desde diferentes perspectivas, las bases que hagan posible incorporar esos fenómenos al análisis económico.
Los ámbitos que a mi juicio resultan más característicos y enriquecedores son los que a continuación voy a referir críticamente y de la forma más sintética posible.
2.1. La comprensión macroscópica de los flujos de infor- mación.
El reconocimiento del enorme significado de los cada vez mayores flujos informacionales que afectaban a la actividad económica en su conjunto y la convicción de que la exclusiva atención que los economistas prestaban tradicionalmente a los «flujos reales» de la economía resultaba insuficiente precipitaron la elaboración de estudios tendentes a cuantificar su magnitud.
MACHLUP (1.962) calculó para 1.958 el porcentaje que representaban sobre el P.I.B. estadounidense las actividades de producción y distribución de conocimientos, PORAT (1.977) incorporó nuevas actividades y reelaboró la estimación para 1.967 y posteriormente se han desarrollado este tipo de cálculos para diversos paises y con alcance diverso.
Desde esta perspectiva se trata de alcanzar un doble objetivo: por una parte, el análisis sistemático de la estructura del propio sector definido, evaluando su participación en el empleo general de la economía, en los volúmenes de negocios y en la producción nacional; de otra parte, y sobre la base de definir las organizaciones que son determinantes para la transmisión de las informaciones en el conjunto de la economía, la elaboración de «matrices de Leontieff» que pudiesen describir la naturaleza de los flujos de información entre tales organizaciones (LAMBERTON 1.976, pp. 483-484).
Se podría decir que se trata de encontrar un cuarto sector que se reputa como el motor de una nueva y emblemática «sociedad de la información» en donde los flujos de información, como queda dicho, resultan ser su pilar fundamental.
Sin embargo, una pretensión de esta naturaleza y, por lo tanto, los resultados de mayor o menor generalidad a los que da lugar, puede presentar a mi juicio importantes limitaciones operativas y sobre todo hipotecas analíticas considerables.
Se parte en todos los casos de un concepto de información y por ende de flujo de información extraordinariamente poco consistente teóricamente, carente de homogeneidad y desproporcionadamente polivalente. La consulta de la bibliografía citada en las notas anteriores permitirá comprobar que se trata de cuantificar el peso especìfico de actividades tan dispares en cuanto a su organización productiva y significado económico como la de los medios de comunicación de masas, las instituciones financieras, la contabilidad, los servicios informáticos, el teatro, la enseñanza, el corretaje, la topografía y así un largo etcétera.
De esta forma, se confunden, en mi opinión, los procesos de producción de informaciones con las propios productos informacionales y esos con los efectos que efectivamente generan de forma cada vez más extendida en el resto de procesos productivos.
Por lo demás, la concepción de los flujos de información que sirve de base a estos análisis no es menos confusa. No basta preguntarse, como hace LAMBERTON (1.976, p.485), si concebiremos la economía sólo como un conjunto de procesos «reales» o si concebiremos que ella es función de las «ideas de las gentes» que viven y trabajan en su seno.
Sin perjuicio de poder afirmar que la sistematización de estos fenómenos -desiguales en lo productivo, en lo cultural y en el engarce de cada uno de ellos con el conjunto de las relaciones económicas y sociales- puede contribuir a disponer de un mejor conocimiento de las fuentes sociales de la información y del conocimiento, es preciso señalar, sin embargo, que para alcanzar ese resultado se deben determinar previamente los conceptos teóricos que permitan detectar la diversa trascendencia económica de actividades tan plurales. Y, sobre todo, que impidan confundir los flujos de información que tienen relevancia en cuanto que se incorporan como tales a los procesos de creación de valores en otros ámbitos de la economía, de aquellos otros cuya relevancia productiva deriva de que son, por el contrario, resultado inmediato de relaciones sociales basadas, con todas sus consecuencias, en el intercambio mercantil.
2.2. El análisis de las estructuras organizativas desde la economía de la empresa.
Es este uno de los ámbitos donde se ha alcanzado un mayor y más extenso conocimiento de los aspectos económicos de la actividad informativa.
Las exigencias inherentes a la gestión empresarial, especialmente de los medios de comunicación y de la actividad publicitaria, han permitido y favorecido, aún a pesar de la falta de transparencia antes aludida, la realización de una amplia gama de trabajos destinados a poner de manifiesto las especificidades de este tipo de empresas en todas sus dimensiones internas y externas.
Tanto en el extranjero como en nuestro pais existe una amplia tradición de estudios de economía de la empresa informativa que van desde el estudio de aspectos singulares de la dinámica empresarial -como la concentración, la estructura de costes, las estrategias de mercado, los problemas de financiación o la organización interna de la empresa- hasta los intentos, en mi opinión pretenciosos, de construir una «economía de la información» tomando a la empresa como único referente de la misma (TALLON 1.987).
Sin embargo, en todos estos trabajos – y sin que ello suponga en ningún caso infravalorar la contribución que suponen para el conocimiento global del fenómeno de la información- es fácil advertir no más que la aplicación, con mayor o menor linealidad, de los esquemas analíticos de la economía de la empresa más convencional, sin pretensión alguna de proporcionar las claves que puedan explicar la interrelación de estas empresas con el entramado industrial general, sin apreciar los condicionantes políticos, sociales e incluso económicos que lleva consigo la estructura de la propiedad, la internacionalización de capitales que les afecta, la organización específica del trabajo que se articula en su seno y, mucho menos, su vinculación -con los efectos que ello lleva consigo- con las estrategias que confluyen en el conflicto social.
2.3. La economía de los procesos de comunicación.
Si se conciben los procesos de comunicación como encuentros interpersonales en virtud de los cuales se intercambia información, o incluso como procesos intrapersonales en los que mediante la aplicación de un determinado esfuerzo aquella se consigue, puede deducirse que, en ambos casos, será preciso llevar a cabo una «inversión» o incurrir en un «coste».
Para THAYER (1.975, p.207), «eso quiere decir que en la comunicación siempre se produce algún factor económico, y dado que ninguna medida de la efectividad de la comunicación puede tener un pleno significado, aparte del costo que origina lograr dicha efectividad, en cualquier análisis global de la comunicación es necesaria alguna manera de comprender su economía».
Tratándose de relaciones inter o intrapersonales que se llevan a cabo sin organización mediática nos encontraríamos frente a costes implícitos derivados, esencialmente, de la necesaria aplicación de energía e inversión de tiempo necesarios para la obtención y asimilación de los datos. Sin embargo, cuando se produce un intercambio mediático aparecen factores organizacionales y tecnológicos que requieren una determinada inversión monetaria, lo que obliga a una evaluación diferente del coste comunicacional.
De la comprensión de los procesos de comunicación desde esta perspectiva surgen dos posibilidades de análisis. De una parte, el estudio de los sistemas de comunicación que pueden hacer virtual la transmisión de información desde la perspectiva de la inversión requerida para hacerlos efectivos (que se corresponde realmente con el enfoque al que hice referencia en 2.1.) y, de otra parte, el estudio de la eficiencia de los propios procesos de comunicación.
Para THAYER (pp. 212 y ss.), la economía de la comunicación está en relación con su coste y éste constituye el elemento esencial para poder evaluar el grado de eficiencia de la misma. Y si bien en la comunicación no mediatizada los grados de eficiencia alcanzados no tienen por qué constitutir la principal preocupación de los que participan en el encuentro, cuando se interpone una organización costosa para hacerla posible, cuando se trata de procesos de comunicación organizada, la eficacia del proceso resulta significativa en sí misma y para la organización mayor en cuyo seno se lleva a cabo.
A mi juicio, el alcance de estas consideraciones -que se mueven entre la teoría matemática de la comunicación (LANCRY 1.982) y su comprensión psicologista- es limitado por cuanto se fundamentan en una concepción abstracta del intercambio que se reconoce en los procesos de comunicación y de los conceptos de inversión, coste o eficiencia que se le aplican. Ni llegan a considerar el caracter de relación social que adquiere el intercambio mediatizado por organizaciones industrializadas, ni incluso alcanzan a proyectar la actividad de búsqueda y obtención de información en los procesos de asignación general que realmente determinan la eficiencia de los intercambios desde la perspectiva económica convencional del modelo neoclásico.
2.4. La teoría económica de la información.
La consideración teorico económica de la información resultaba inevitable si se tiene en cuenta, como dice MACKAAY (1.982, p.107) que aquella es «el ingrediente esencial de la elección y la elección entre recursos escasos es la cuestión central de la economía».
La lectura teorico económica predominante en los últimos años no ha podido ser otra que la que gira en torno al paradigma neoclásico y hubo de realizarse sobre la base del reconocimiento explícito de su difícil connivencia con los presupuestos del modelo de partida.
De ahí parte la doble orientación teórica que ha conducido el tratamiento neoclásico de la información: su difícil pero ineludible confrontación con el modelo que la presupone gratuita y perfecta y, sobre la base del reconocimiento de su imperfección y coste, la necesaria reconsideración del análisis de los procesos de toma de decisiones.
Si bien es inevitable el reconocimiento de la información como mercancia, como un bien económico, su naturaleza presenta disensiones significativas respecto a las supuestas por el modelo neoclásico. ARROW (1.971, pp. 142 y ss.) señaló, desde el lado de la oferta, que los productores de información no pueden exigir normalmente pagos por sus usos ulteriores, que quienes la utilicen posteriormente podrían transmitirla a un precio inferior y que la información no es cuantificable ni divisible y, desde el lado de la demanda, la anomalía que supone el que los demandantes desconocen el valor de la información hasta el momento en que la poseen, pero entonces ya la habrán adquirido.
El resultado es que el caracter imperfecto y no gratuito de la información impide alcanzar la asignación óptima que proclama el modelo y se pone en cuestión el propio concepto de equilibrio que debía pasar a ser considerado como un equilibrio con incertidumbre.
Sobre estas bases, y lejos de cuestionar la pertinencia del propio modelo de partida, o bien se obvia el problema de la imperfección a que da lugar la información o bien se trata de proponer alternativas analíticas que permitan recomponer la solución de equilibrio mediante la intervención que la internalice
Por otro lado, este caracter imperfecto de la información origina incertidumbre y en su virtud se afecta el proceso de toma de decisiones del agente económico sobre cuyo comportamiento racional previene el modelo. De ahí la necesidad de abordar esos procesos tomando en consideración el coste que representa la búsqueda de información (como «antídoto» de la desutilidad que genera la incertidumbre o el riesgo que conlleva), para lo cual se acude al análisis marginal que deberá establecer, por el procedimiento sabido de igualación del coste y la utilidad marginales, las condiciones óptimas en que se invertirá en la consecución de la necesaria información.
Aunque, en última instancia, el tratamiento analítico de la información no ha supuesto una reformulación sustancial de las inconsistencias del modelo, tampoco puede decirse que no se haya llevado a cabo por la teoría económica de corte neoclásico un importante esfuerzo por incorporar el problema de la información imperfecta en otros ámbitos colaterales y siempre en el marco del paradigma neoclásico (bien en su lectura tradicional, bien en la versión del llamado «nuevo neoclasicismo») e incluso que su consideración no haya sido relevante en el reconocimiento de la quiebra de los presupuestos del equilibrio general que a la postre resultan más restrictivos que operativos al análisis económico.
Así, tienen ya un cierto desarrollo los estudios relativos a los problemas de la asimetría de la información, los destinados a analizar su propia naturaleza en relación con las características de su demanda y con el concepto de equilibrio, los que tratan de microfundamentar las estrategias de toma de decisiones en condiciones de riesgo y racionalidad limitada o proporcionar propuestas de medición de la aversión al riesgo e incluso los que incluyen el análisis de la información en otros modelos relacionados, por ejemplo, con el comportamiento de la empresa, con las funciones de consumo y ahorro, con la oferta de trabajo o con la problemática de la selección de carteras.
En mi opinión, sin embargo, sí que cabe afirmar que desde la óptica de la teoría económica neoclásica, y dada la naturaleza de sus abstracciones de partida, no se está en condiciones de articular un cuerpo teórico con capacidad operativa que garantice la comprensión de los flujos informacionales como partes integrantes de relaciones sociales, a la propía información como resultado de procesos de producción singulares que afectan al conjunto de las actividades productivas por ser parte de estrategias de dominio social y a los procesos de búsqueda, obtención y distribución de información y conocimientos como algo más que momentos de una estrategia de decisión evaluada según los criterios de la eficiencia marginal.
2.5. Economía de la cultura y de las artes.
La creación artística de todo tipo y la producción de bienes culturales es el último de los ámbitos en donde se han desarrollado aportaciones de interés desde la perspectiva del análisis económico predominante en los últimos años.
En la medida en que en ellas se llevan a cabo procesos significativos de asignación de recursos, comportan decisiones de elección e incluso, en algunos casos, se resuelven en el ámbito del mercado, el análisis económico no ha podido ser ajeno a ellas.
Genera mente la atención ha derivado hacia su consideración como actividades generadoras de efectos externos e imperfecciones en la dinámica de su asignación en los mercados pero que satisfacen necesidades colectivas que justifican su regulación económica (SCITOVSKY 1983, pp 6 y ss.).
Por ello, que el análisis se haya centrado mayoritariamente en los problemas relativos a su financiación, en el análisis de su demanda y en la justificación de subsidios que eviten la subprovisión de recursos a la que puede dar lugar la naturaleza de bienes públicos de los productos culturales o las dificultades existentes para conseguir aumentos de la producción que hagan frente a los incrementos de costes en el caso de las artes (HENDON y SHANAJAN 1.983, partes 2 y 3).
Significativamente, el ámbito de los medios de comunicación de masas ha sido, en palabras de WITHERS (1.983, p.77), una notable omisión en la agenda investigadora de la economía de la cultura.
Las cuestiones relativas a los medios se han centrado, por el contrario, en la problemática de los precios y financiación de sus emisiones, en el estudio estadístico de las funciones de demanda o en el análisis sectorial centrado en la morfología de los mercados, en su estructura de propiedad y en los problemas de su regulación.
Por el contrario, es notable la ausencia de análisis tendentes a evaluar, como puede hacerlo el análisis económico, (COLLINS, GARNHAM y LOCKSLEY 1.988, GUILLOU 1.988, TORRES 1.985, ZALLO 1.987 y 1.988, WITHERS 1.983) las consecuencias derivadas de la propia estructura de mercado que se analiza, de las condiciones en que se lleva a cabo la competencia o de la naturaleza del producto que se elabora en esas condiciones.
Sucede, por el contrario, que más que realizarse una auténtica economía de la cultura y de las artes, en el sentido de detectar la naturaleza y alcance de los procesos industrializados de producción y de intercambio que los caracterizan en las sociedades modernas, se atiende más bien a aplicar a estas actividades un instrumental analítico qu deriva de una abstracción sobre las condiciones sociales en que se desenvuelven los hechos económicos y que, por lo tanto, impide conocer y analizar operativamente los auténticos «fallos del mercado» que las caracterizan: su trascendencia socio-política y su necesaria organización productiva orientada a la reproducción de las relaciones sociales y económicas establecidas.
3. El necesario enfoque económico político.
Como conclusión de todo lo anterior podría afirmarse que el análisis económico convencional de la información, la comunicación y la cultura atiende a los múltiples aspectos que cabe apreciar en estos fenómenos pero sin proporcionar su tratamiento sistemático, precisamente porque no se tratan todas sus dimensiones de manera omnicomprensiva. Bien porque no se insertan en el contexto de relaciones sociales que les condicionan, bien porque se abordan desde modelos alejados de la realidad y con un instrumental que le impide contemplar los factores socio-políticos que le son inherentes y le secuestran, por lo tanto, del conjunto de sus variables significativas.
En general, ni contienen una visión histórico concreta de estos fenómenos, ni el análisis que llevan a cabo responde a una sistemática metodológica que permita contemplar sus dimensiones plurales tal y como se presentan en la realidad.
Y es que es necesario, en primer lugar, reconocer adecuadamente los fenómenos que deben constituir el objeto de una economía de la información, la comunicación y la cultura. No es suficiente, en mi opinión, el reconocimiento de la trascendencia económica de estos fenómenos para abordarlos sin casuística teórica ni referente común metodológico.
Para ello, es preciso distinguir que lo que ya comunmente se denomina la «sociedad de la información», como expresión de todos los fenómenos a los que he hecho mención anteriormente, tiene una triple expresión de interés para el análisis económico:
1. Las modificaciones que se producen en el sistema productivo como consecuencia de la creciente necesidad de hacer frente a su reajuste y consolidación haciendo cada vez mayor uso de información de todas clases. Esta resulta ser un bien cada vez más necesario para incrementar la productividad, para reducir los costes de todo tipo y para recomponer el conjunto de las relaciones productivas.
En este aspecto, la información resulta ser una componente más de los procesos productivos, que añade a éstos mayor valor en cuanto que es más requerida pero que por sí sola no genera nuevo valor una vez incorporada. Lo que permite afirmar que no altera cualitativamente los procesos de acumulación de capitales en los que interviene, aunque su creciente importancia, sin embargo, sí afecta esencialmente a las estrategias productivas, en el sentido de que resultará prioritario el control de las fuentes de información y de las redes que garanticen su difusión (MELODY 1.988, SCHILLER 1.983).
Se hace preciso, por lo tanto, que el análisis económico aborde el estudio de la particular inserción que la información alcanza en el sistema productivo, tratando de poner de manifiesto sus manifestaciones singulares como fuerza productiva, las condiciones en que contribuye a la valorización o desvalorización de los capitales, los efectos que genera sobre los procesos de realización y el consumo y, en general, las modificaciones en el sistema global de acumulación y apropiación a que da lugar su implementación generalizada y permanentemente acelerada.
2. La expansión de la industrias que proporcionan las infraestructuras necesarias para el desarrollo de la información, la comunicación y la cultura. Este nuevo sector contribuye, por una parte, a hacer frente a la crisis de acumulación favoreciendo el desarrollo de un nuevo frente del consumo social (O’CONNOR 1.987, GARNHAM 1.985) y permite una nueva articulación del sistema productivo en torno al mismo en razón del valor estratégico al que acabo de hacer referencia.
El estudio de este nuevo ámbito productivo, resultado de la confluencia de la informática, la electrónica y las telecomunicaciones, el conocimiento de su estructura de productiva y de propiedad, de sus vinculaciones de todo tipo con el resto de la esfera productiva, de la dinámica y los resultados de sus procesos de producción, de las condiciones en que se desarrollan sus ciclos productivos e incluso la naturaleza comercial de los productos que proporcionan permitirán establecer conclusiones adecuadas acerca de la naturaleza real de los fenómenos de la innovación tecnológica así como de las pautas de consumo social que instauran. Y, muy especialmente, permitirán establecer las condiciones que deben satisfacerse para que las nuevas tecnologías de la información contribuyan realmente a una mayor satisfacción de las demandas sociales y no sólo a la mayor rentabilización del status quo productivo.
3. Por último, la mercantilización de los propios procesos de comunicación en que se basa la organización social que permite la obtención de información y la creación cultural y que genera un doble efecto: la consolidación de lo que genéricamente llamaríamos las «industrias culturales» y el que la producción de contenidos tendentes a la reproducción social se asiente en la propia base del sistema económico (GARNHAM 1.983).
En este ámbito de las industrias culturales las cuestiones relevantes y que requieren la contribución del instrumental económico son las siguientes:
En primer lugar, la determinación analítica del propio campo de las industrias culturales de manera que éste no se contemple como resultado de la aplicación de criterios abstractos como los característicos de lo que anteriormente llamé el enfoque macroscópico. En este sentido, resulta necesario el establecimiento de los criterios analíticos adecuados para poder conocer la naturaleza de las muy plurales manifestaciones de la organización productiva de la comunicación y la cultura y que permitan alcanzar una comprensión taxonómica de los diferentes procesos de asignación, de articulación de los procesos de trabajo, de valorización de capitales, de distribución y de satisfacción de las demandas sociales.
En segundo lugar, el análisis de la propia actividad productiva en el seno de estas industrias.
Las características específicas de las mercancias que proporcionan las industrias culturales (su caracter de prototipos, la aleatoriedad de su demanda y las dificultades existentes para articular su asignación por la vía de los precios) imprimen determinados caracteres a la forma en que deben organizarse los procesos productivos. No sólo en lo que se refiere a las caracteríticas internas de éstos como procesos industriales (CESAREO 1.983) o a las consecuencias que se derivan para el uso social de estas mercancias a consecuencia de la creciente utilizaciòn de medios técnicos más sofisticados y complejos, sino también, y sobre todo, en relación con la conformación de unidades interrelacionadas dentro de la industria para garantizar la cobertura, en condiciones de máximo rendimiento, de los mayores costos que requiere la necesaria expansión de los capitales (GUILLOU 1.984).
En tercer lugar, el análisis de las condiciones en que se instaura la organización social del intercambio que permita comprobar las consecuencias que se derivan para la satisfaccióin de las demandas sociales de la naturaleza del marco específico de asignación y provisión establecido y de las circunstancias en que el propio intercambio se lleva a cabo. Las estructuras de costes específicas de estas industrias, los problemas de financiación y la propia naturaleza singular de las mercancias objeto de los intercambios dan lugar a que los mercados culturales estén sometidos -aún más fuertemente que otras ramas industriales- a procesos de concentración, transnacionalización y regulación o desregulación altamente significativos.
Por ello, que sea necesario el análisis de cada uno de estos fenómenos para poner de manifiesto, no ya las estructuras de poder a las que quedan vinculados, sino su influencia en el grado y en las condiciones en que pueden satisfacerse las demandas sociales que se expresan en los mercados.
Por último, y como consecuencia de todo ello, el análisis económico puede y debe proporcionar las claves inmediatas que permitan articular Políticas de la Comunicación que garanticen que los intercambios comunicacionales se lleven a cabo en condiciones de identidad, con posibilidades reales de acceso a los diferentes momentos del mismo y de forma que los consumidores de mercancias culturales no resulten a la postre ajenos y enajenados respecto a los contenidos con que se trata de satisfacer sus demandas.
La mercantilización de la información, de la comunicación y de la cultura y su organización idustrializada ha fomentado un creciente proceso desregulador de estas actividades para asentarlas, como queda dicho, en los ámbitos comunes a otras actividades económicas y de ahí que haya podido hablarse de «secuestro de las políticas de comunicación por las políticas económicas e industriales» (GUILLOU 1.988, p.39).
En los ámbitos en que tradicionalmente se le reputaban como propios la Economía Política puede descubrir las condiciones en que se alcanza la mayor eficiencia en los intercambios, detectar las circunstancias que impiden la más óptima asignación de los recursos y ofrecer soluciones a situaciones en que no se alcanza la provisión deseada. Igualmente, la Economía Política debe entender de las condiciones de todo tipo que afectan a las decisiones sociales relativas a la producción y distribución de información y conocimientos. No sólo para detectar las modificaciones explícitas en los procesos productivos que quedan modificados en el sentido señalado sino para poner de evidencia en qué medida afecta al bienestar social la organización industrializada de los mecanismos de reproducción social. Pues es en estos donde, finalmente, confluyen las estrategias sociales que dan sentido y caracter a los propios hechos económicos.
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