La publicación de los datos laborales correspondientes al último trimestre de 2006 ha permitido comprobar la mejora que se viene produciendo en las cifras de empleo y desempleo en los últimos años. Al terminar 2006, ya eran 22 las provincias españolas que prácticamente se encontraban en situación de pleno empleo, es decir, con tasas de paro menores o ligeramente superiores al 5%. Y en esa misma situación se encuentran comunidades autónomas como Navarra (4,58%) y Aragón (5,01%). Incluso la tasa de paro masculina para el total nacional (6,06%) se acercaría a la mítica del pleno empleo, algo quizá impensable hace sólo algunos años.
El hecho de que hoy día haya más de 20 millones de personas empleadas en España es por sí mismo positivo y aún más si se compara lo que ocurría hace bien poco tiempo y el crecimiento prácticamente constante en la creación de empleos no puede calificarse sino como una buena expresión de la marcha de nuestra economía.
Lo que ocurre, sin embargo, es que todos esos datos positivos se dan junto con otros que necesariamente han de tenerse en cuenta para poder percibir con realismo lo que sucede en nuestro mercado laboral y, por supuesto, con el bienestar de los trabajadores. Como ya he comentado en varias ocasiones en estas páginas, lo primero que ha de considerarse es que el registro estadístico del empleo es cada vez menos realista y verosímil. Es justo alegrarse de tan elevados números de empleos, pero no se puede olvidar que las estadísticas pueden considerar que alguien está empleado cuando trabaja una hora en la semana en que se hace la encuesta e incluso a cambio de cualquier tipo de pago en especie.
En 2006 se produjo una cierta reducción de la temporalidad que es, junto a los bajos salarios, el mayor problema que padece nuestro mercado laboral desde el unto de vista de la calidad en el empleo y el bienestar personal. Pero ni siquiera eso es un fenómeno definitivamente positivo porque quizá sea resultado del proceso de conversión (en gran medida ya previsto) de contratos temporales hacia indefinidos y no por un cambio definitivo de orientación en la estrategia de contratación empresarial. Es pronto, pues, para valorar con precisión el efecto real de la última reforma laboral. Y, en todo caso, no se puede olvidar que, como señalaba un reciente informe de la Unión General de Trabajadores, la protección al empleo fijo en España es mucho más baja que en los países de nuestro entorno (sólo por debajo de Estados Unidos, Reino Unido y Canadá) y que España ha sido el país de la OCDE que más ha bajado los costes de despido desde 1988 sin que eso se haya traducido para nada en mejora de la temporalidad (como pretende hacer creer los empresarios y los liberales que escriben a su servicio), sino más bien todo lo contrario.
Por otro lado, las mencionadas cifras positivas de empleo no son ni siquiera extensibles al conjunto de los trabajadores o espacios nacionales porque resulta que el empleo se está distribuyendo de forma cada vez más desigual, no sólo en cuanto a su registro cuantitativo sino también en cuanto al salario o calidad se refiere.
Así, frente a la baja tasa de paro masculino (6,06%), resulta que el femenino casi lo dobla (11,36%), asimetría que también se da entre provincias o comunidades autónomas. Frente a las tasas de pleno empleo de las 22 provincias mencionadas, la masculina de Cádiz es del 10,79%, mientras que la tasa de paro femenino en Córdoba se eleva al 23,43%.
Por su parte, en las comunidades autónomas con más desempleo (Extremadura 12,94%, Andalucía 12,22%) la tasa de paro es más del doble de la de las comunidades con registros más bajos que mencioné más arriba.
La desigualdad de género en el mercado laboral se manifiesta también en la distribución de los contratos a tiempo parcial, puesto que frente a los 487.000 que corresponden a hombres hay más de 1,8 millones de mujeres contratadas en esta condición. Y por supuesto, se sigue manifestando igualmente en las grandes diferencias en los ingresos salariales que corresponden a trabajadores y trabajadoras. la situación laboral de mujeres, como la de los jóvenes, sigue siendo un problema no resuelto en nuestro país.
Pero los peores defectos del mercado laboral español tienen que ver con la calidad del empleo que se está generando.
Un reciente artículo de profesores de las Universidades de Santiago de Compostela y Alicante (Melchor Fernández, Alberto Meixide e Hipólito Simón, “El empleo de bajos salarios en España”, ICE, nº 833, 2006) pone de manifiesto la extensión y persistencia del fenómeno del “empleo pobre” en nuestro país y sus graves consecuencias, un problema que ya mencioné en el número anterior de esta revista.
Como dicen esos investigadores, se trata de un problema que en España destaca no sólo por su elevado registro sino por darse en mucha mayor medida que en su entorno. Así, frente a un 3,4 % de trabajadores con salarios inferiores a dos tercios del salario medio nacional en Italia, o menos del 8% en países como Finlandia, Bélgica y Dinamarca, en España hay un 18% de trabajadores en esta situación, un porcentaje sólo superado por el Reino Unido (20%) y Estados Unidos (25,2%).
Un hecho que no me parece que pueda ser calificado simplemente como anecdótico, sino quizá como auténticamente expresivo del tipo de mercado laboral que está germinando en España es el que ha sido denunciado recientemente por Comisiones Obreras. Según este sindicato, unos 70.000 trabajadores portugueses han sido desplazados por empresas transnacionales a obras de construcción en España y aquí trabajan jornadas de 11 y 12 horas diarias, durante festivos o puentes y sin poder disfrutar de vacaciones. Una situación a la que habría que añadir a la parecida que sufren otros miles de trabajadores inmigrantes en diferentes lugares de nuestra geografía.
Finalmente, hay que señalar que los incrementos del empleo se están dando principalmente en los servicios, que ya ocupan a casi el 66% del empleo total nacional y en la construcción (12,4%), mientras que cae el empleo industrial. Eso muestra que la creación de puestos de trabajo que se está produciendo no viene acompañada de los incrementos de productividad que permitirían hacer sostenible en el tiempo este proceso y convertirlos en empleos de calidad y bienestar.
Hay luces en nuestro mercado laboral, pero también demasiadas sombras. Para invertir los aspectos negativos que he mencionado lo que habría que hacer es poner en marcha dos estrategias a las que hasta ahora son renuentes los gobiernos, esclavos como parecen estar de los intereses de las grandes empresas e instituciones financieras: por un lado, modificar la pauta de distribución de la renta existente y, por otro, basar la creación de empleo en el fomento de la actividad económica productiva y no en la especulación y en el empobrecimiento de la mano de obra. En realidad, dos caras de una misma moneda.
Publicado en Temas para el Debate, nº 148, febrero de 2007
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