Publicado en Público.es el 8 de octubre de 2021
Desde que se consolidó el dominio neoliberal en el pensamiento económico y en la política, los economistas progresistas hemos tenido como principal empeño el transmitir un mensaje fundamental: hay alternativas.
Es fundamental hacerlo porque el de los economistas y políticos que pusieron en pie el neoliberalismo liderado inicialmente por Pinochet, Thatcher y Reagan fue, precisamente, tratar de convencer a todos los grupos sociales de que no había alternativas a sus políticas de privatización, re-regulación a favor de las grandes compañías y desmantelamiento de los derechos laborales y sociales para favorecer la iniciativa y el beneficio privados.
No ha sido ni es fácil mostrar a la población que esas políticas neoliberales responden a intereses sociales muy concretos, como lo demuestra que su principal efecto haya sido la impresionante concentración de la riqueza y el poder en tan pocas manos de nuestro tiempo; y que, por tanto, no constituyen una opción inevitable. No es fácil porque quienes defendemos esta posición no disponemos ni del apoyo del poder establecido ni del acceso a los grandes medios de comunicación que tienen quienes defienden los intereses de sus propietarios. Pero los hechos y las cosas son como son y el tiempo ha terminado por darnos la razón..
En el libro que acabo de publicar esta semana, Econofakes. Las diez grandes mentiras de nuestro tiempo y cómo condicionan nuestra vida (Deusto Ediciones), menciono lo que decía en 2004 uno de los economistas españoles más neoliberales, Xavier Sala i Martí: «Sólo los ultra radicales (como Vicenç Navarro y otros soldados derrotados del marxismo universitario), siguen hablando del aumento de impuestos, del gasto público y del intervencionismo público tal como hacían en los años setenta». La realidad, no mucho más tarde, es que quienes ahora hablan de eso son también los dirigentes mundiales que han tenido que hacer frente a la pandemia, porque las supuestas verdades sin alternativa del neoliberalismo se han mostrado completamente inútiles para resolver los grandes problemas que ha sufrido y tiene por delante la humanidad.
Es una desgracia que haya tenido que ser, en gran medida, a causa de una pandemia pero lo cierto es que bastantes de los asuntos o problemas que desde hace años veníamos señalando como prioritarios y que tan solo merecían el desprecio y el rechazo del pensamiento y la política dominantes, tienen que ser introducidos ahora en la agenda de los gobiernos e incluso de muchas instituciones y organismos internacionales. Baste señalar, por ejemplo, el obligado fortalecimiento de la inversión y los servicios públicos, la imposición de las transacciones financieras y las actuaciones contra los paraísos fiscales, la necesidad de establecer impuestos globales o de revertir la tendencia constante hacia la inequidad fiscal, poner fin a la deuda como motor de las economías, colocar a la inclusión en el debate económico y político, la incorporación de criterios de sostenibilidad ambiental en las políticas económicas, las políticas de ingresos garantizados, o el replanteamiento de las estrategias globalizadoras que se han mostrado incapaces de proporcionar una mínima seguridad y garantía de suministros, entre otros.
Hasta un buen número de grandes empresas y bancos y organizaciones sociales bastante conservadoras han creado un consejo mundial que aboga por el «capitalismo inclusivo», precisamente porque el neoliberal de las últimas décadas ha sido tan nefasto que requiere alternativas que no solo se proponen extra muros por los partidos y organizaciones progresistas que abogan por superar el capitalismo, sino desde dentro del propio capital.
Es cierto que no se trata de un cambio de paradigma radical, ni definitivo o ni siquiera muy profundo todavía. Y, por supuesto, que viene determinado por el interés y es, por tanto, conflictivo y contradictorio. E incluso peligroso porque es muy posible que la descomposición del orden neoliberal termine creando problemas geopolíticos de naturaleza y magnitud (como otras experiencias que hoy día estamos viviendo, por ejemplo, en el medio ambiente) nunca contemplados en la historia de la humanidad.
Las medidas de política económica y social que viene tomando el gobierno de España que preside Pedro Sánchez son una buena prueba de este cambio de ideas y de correlación de fuerzas. Muy pocos años atrás hubiera sido sencillamente impensable que se hubieran adoptado sin que los burócratas europeos y otros organismos internacionales se levantaran en armas. Ahora, sin embargo, hasta otros gobiernos más conservadores llegan más lejos en algunas cuestiones relevantes (el francés se dispone a congelar el precio del gas y la electricidad y Alemania se ha gasto una auténtica fortuna en capitalizar a sus empresas y en establecer medidas realmente proteccionistas).
El proyecto de Presupuestos Generales del Estado que se acaba de aprobar es también otro ejemplo de ello, por muy moderado que sea todavía.
En primer lugar, es expansivo incluso cuando la economía está creciendo, algo muy contrario a la ortodoxia hasta ahora dominante. Se ha tenido que aceptar que la inversión pública (y la inmensa mayoría del gasto social también lo es) es esencial en estos momentos porque no expulsa a la privada sino que, por el contrario, la estimula y fortalece para generar innovación y aumentar la productividad general de la economía.
En segundo lugar, porque -sin perder de vista que no se puede provocar que se derrumbe de pronto la rentabilidad del capital privado- se han diseñado, a diferencia de lo que ocurrió en la crisis anterior, evitando que los costes de los problemas económicos que vivimos recaigan casi exclusivamente sobre las espaldas de los grupos sociales más desfavorecidos.
En tercer lugar, porque quizá por primera vez en muchas décadas, estos Presupuestos -aunque sea de nuevo en medida todavía insuficiente- tienen luces largas, es decir, una perspectiva de incidencia y transformación que va más allá de las respuestas a los problemas del día a día.
En cuarto lugar, porque todo ello se hace con una cantidad de recursos que, sin ser quizá toda la deseable o necesaria, es verdaderamente histórica, pues nunca antes se había registrado tanto gasto público ni un aumento tan destacado en las partidas que actúan como motores más potentes para la creación de riqueza y empleo por las empresas.
Frente a las tonterías que dicen los liberales cuando afirman que el dinero público es dinero tirado, la verdad es que, ahora que el capital privado no está en condiciones de afrontar las inversiones multimillonarias que requiere la transformación productiva (digital, ambiental, comercial, industrial…) que se nos viene encima, el gasto público que contemplan estos Presupuestos puede convertirse en un combustible inigualable para el conjunto de la economía si se gestiona bien y las empresas privadas lo aprovechan correctamente.
Desde la cifra récord de inversión pública (unos 40.000 millones de euros) hasta los bonos culturales o las ayudas para la vivienda a los jóvenes, pasando por el también extraordinario presupuesto de gasto social (60% del gasto total), o incluso por el sueldo de los empleados públicos y las pensiones, casi todo ello se va a convertir en ingreso inmediato de las empresas españolas. De ahí que se pueda decir con toda seguridad que el efecto final de todo ese gasto, como se explica en cualquier manual de introducción a la economía, será bastante mayor que el inicial que presupuesta el gobierno. Es un incremento de gasto público convertido en ingreso privado que se va a materializar en creación de empresas, de actividad y empleo en los próximos meses.
Es cierto que todo ese gasto tiene su letra pequeña y que esos cuatro puntos positivos que he mencionado antes quizá puedan matizarse, en el sentido de que no van tan lejos como algunos quisieran y que quedan muchos flancos por cubrir. Pero no creo que, si eso es así, haya sido por falta de voluntad del Ejecutivo en su conjunto, sino por algo esencial que muy a menudo se olvida. Ni el presidente, ni sus ministros tienen ni están en el poder y, además, carecen del apoyo social necesario para poder enfrentarse con éxito a quienes defienden los intereses contrarios a los que hacen suyos los partidos de la coalición.
Pasa algo así en el lado de los ingresos. Es cierto que se da algún paso para avanzar hacia una mayor equidad, por ejemplo, aumentando el tipo del impuesto de sociedades, aunque de un modo que afectará a muy pocas empresas (alrededor del 1%) y en cantidades realmente menguadas. Pero hay que tener en cuenta, por un lado, que se está a la espera del informe de la comisión de expertos sobre reforma fiscal, lo que justifica que ahora no se adopten medidas de calado. Y, por otro, que la solución al mayor problema fiscal de nuestro país seguramente no pase (mientras no se reforme el sistema en su conjunto) por aumentar los tipos impositivos sino por garantizar que todos los obligados paguen lo que le corresponde con los de ahora.
En definitiva, el gobierno acaba de aprobar unos Presupuestos que a mi juicio constituyen un hito histórico y que van en la buena dirección, por muy moderado que sea el avance que vayan a suponer.
Para finalizar, eso sí, me parece necesario hacer dos consideraciones que me parecen importantes.
Estos Presupuestos y el gasto público realizado desde que comenzó la pandemia han elevado nuestra deuda pública de manera extraordinaria. Es ciertamente lo que se tenía que hacer pero eso es una cosa y otra no ser conscientes de que hay que empezar ya a contemplar alternativas que impidan que el endeudamiento se convierta en una soga en donde perezcan dentro de poco los avances que se están realizando.
En segundo lugar, tampoco se puede olvidar que es materialmente imposible que tengan éxito los proyector de transformación avanzada y a medio plazo que se propone el gobierno y para los que se destinan recursos en estos Presupuestos si no se forjan acuerdos y compromisos transversales que proporcionen certidumbre, confianza y seguridad basadas en la transparencia, la lealtad y la complicidad.
Dos condicionantes complicados pero que hay que afrontar sin remedio, con decisión e inteligencia y sin aspavientos innecesarios, tal y como ha ocurrido en esta ocasión.
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