Hoy publico en El Plural un artículo sobre los bancos centrales y sobre la doctrina que constantemente imparten haga sol o llueva: bajar los salarios y dar facilidades al capital y a los ricos. Es justo la política que difunden como científica pero que es pura ideología y que ha llevado a la economía mundial a la debacle, aunque ellos siguen erre que erre: donde hay patrón el marinero hace lo que se le dice. Lo transcribo a continuación.
Piura ideología
Si en estos momentos de debacle económica hay quienes deberían callar con más justificación que nadie son, sin duda, los bancos centrales.
Con todo el poder en sus manos no han sido capaces de evitar el desastre. Con los que se jactan de ser los mejores equipos de estudios económicos a su servicio ni de lejos adivinaron lo que se nos venía encima. Habiendo adquirido la independencia a costa de provocar una quiebra histórica en los principios del estado democrático moderno, no han sabido utilizarla sino para ser cómplices de los que han provocado una crisis que terminará seguramente por alcanzar una magnitud sin precedentes. A la vista está, como en Estados Unidos, su corresponsabilidad en la gestión de la crisis.
El caso de los bancos centrales de nuestros días es verdaderamente sorprendente: se trata de instituciones a las que se les da cada vez más poder a pesar de que no aciertan en sus pronósticos; a pesar de que no son eficaces a la hora de lograr sus objetivos (ni siquiera en el de la lucha contra la inflación cuando han sido independientes, como ha sido demostrado); a pesar de que han sido concausantes o corresponsables de las crisis más severas que se han conocido en la historia económica; a pesar de que predican una cosa y constantemente hacen lo contrario (como cuando reclaman mercados libres y favorecen la concentración y los privilegios de los banqueros y los financieros). Se les concede un estatuto de tecnócratas apolíticos cuando es una evidencia clamorosa que sus decisiones tienen efectos inmediatos sobre la distribución de la renta y la riqueza y que a quien atienden con preferencia y a quienes favorecen directamente es siempre a los más ricos. Y se les da un reconocimiento teórico singular a pesar de que sus principios esenciales no solo carecen del respaldo empírico básico que es consustancial a las ideas científicas sino que son constantemente puestos en cuestión por la tozuda realidad de los hechos. Basta ir hacia atrás y comprobar hasta qué punto trabajan habitualmente con predicciones completamente erradas.
Los bancos centrales se han convertido en instituciones al servicio del status quo financiero recurriendo para ello a una retórica manida, a la prédica constante del rosario de prejuicios liberales que no tienen otro efecto que producir un reparto cada vez más injusto de la renta. Basta ver dónde terminan sus gobernadores y dirigentes cuando terminan sus mandatos.
Sea cual sea la coyuntura, sea cual sea la situación económica, bien que crezca la actividad económica, bien que se reduzca, no habrá consignas de los bancos centrales que no sean las de reducir salarios, dejar que los más poderosos tengan cada vez más libertad en los mercados, reducir el gasto público, privatizar al máximo, aliviar la carga fiscal de los más ricos, reducir los gastos sociales, eliminar al máximo la protección de los trabajadores… ¡siempre lo mismo!
Los bancos centrales han conducido el vehículo de la economía que les ha correspondido sin espejo retrovisor, con una sola marcha, sin ser conscientes de los demás que circulaban a su alrededor, y lo que es peor, mirando siempre en la misma dirección con independencia de cuál era el camino y los vericuetos por donde iban transitando. Así hasta que nos han estrellado a todos y sin que hasta el último momento hayan sido capaces de detectar el más mínimo peligro, como si nada hubiera estado pasando.
Ahora vuelven con lo mismo. Como siempre, sea lo que sea que esté ocurriendo.
Aquí, como en otros sitios, una vez más el gobernador del Banco de España sale con lo de siempre. En román paladino, que hay echar aún más carga sobre los trabajadores.
Un Premio Nobel de Economía que no es nada sospechoso de izquierdismo, Robert Solow, decía días atrás que lo que España necesita no es flexibilizar los mercados laborales sino tecnología. ¡Es evidente!… salvo para el banco de España.
Sus sesudos y bien pagados economistas no pueden concluir otra cosa que no sea la de abaratar los costes del trabajo, la estrategia de competir como pobres y empobreciéndonos. Que es la situación a la que nos ha llevado, precisamente, la política que están logrando imponer desde hace años, para regusto de los grandes capitales que en España vienen haciendo el agosto sin que al Banco de España se le ocurra pensar que se genera así un modelo que es materialmente insostenible a medio plazo, si no incluso a corto.
Los bancos centrales se han convertido en instituciones empoderadas en el error, en un error que cuesta mucho sufrimiento social y grandes pérdidas económicas.
En lugar de dejarles pontificar libremente sin que nadie pueda osar criticarlos, los bancos centrales deberían empezar a estar sometidos a mucho mayor control. Empezando, por ejemplo, por la publicidad de sus actas y terminando por ponerlos al servicio de las políticas definidas democráticamente y no de las que solo responden a las preferencias de los privilegiados que pueden influir en sus responsables. Y continuando incluso por el establecimiento de garantías para que sus gabinetes de estudio no sean simples manifestaciones del sectarismo ideológico, como sabe perfectamente que ocurre cualquiera que conozca sus entresijos; sencillamente, para que dentro de ellos hubiera pluralidad de pensamiento y responsabilidad ante el desacierto constante.
Antes de querer seguir siendo los brujos de la aldea, lo primero que tendrían que hacer los responsables de los bancos centrales es analizar críticamente lo que han venido diciendo hasta ahora y reconocer que sus teorías han fallado, que sus principios han resultado falsos y equivocados y que nada de lo que han venido diciendo que había que hacer y que se ha hecho ha logrado los objetivos que se decía perseguir.
¿Donde está la estabilidad de los mercados, dónde el crecimiento sostenido, dónde las virtudes de lo privado y la inutilidad de los público?
La patética e impotente intervención masiva de los bancos centrales solo para echarle una mano más a quienes han desatado la crisis, poniendo a disposición de los bancos los recursos billonarios que en mucha menor cantidad han tratado siempre de evitar que se dirijan a proyectos y políticas sociales, ha sido la última puesta en escena de su perversa y lamentable trayectoria política e ideológica.
Los bancos centrales asustan. Pueden hacerlo. Disponen de mucho poder, del suyo propio y del que le prestan los que se benefician de los prejuicios ideológicos que logran que se pongan en práctica. Por eso hablan como hablan. Por eso pueden permitirse aparecer como si estuvieran por encima del bien y del mal, como técnicos asépticos a quien nadie puede llevar la contraria.
Frente a ellos, los gobiernos tienen la legitimidad del voto y no deberían renunciar a poner en marcha las políticas que prefieran las mayorías que los mantienen. Cuando se doblegan ante los santones de la religión liberal, como ha ocurrido tantas veces, perdemos todos.