La sustitución de Antonio Gutiérrez como secretario general de Comisiones Obreras confirma la superación definitiva del sindicalismo más tradicional que en ese sindicato había protagonizado el mítico Marcelino Camacho, a quien por cierto estuvo a punto de expulsar el ahora cesante.
Durante su mandato, Gutiérrez se ha mostrado como un verdadero animal político, tancapaz de esquivar con habilísima cintura al adversario como de golpear sin piedad al disidente. Y esverdaderamente sintomático que todo el mundo le reconozca, ahora justo que se va, un gran futuropolítico. Ha demostrado que tiene trágalas, mano izquierda y un discurso sin aristas que encajaperfectamente con el contexto que Felipe González llama, en una de las expresiones para mí másafortunadas de los últimos tiempos, inmediático. Y, desde luego, ha demostrado una habilidad sinpar a la hora de organizar su sucesión de manera que nunca se cuestionara su modelo de sindicato.
Naturalmente, no es cosa de echarle ahora el muerto al que se va, pero es evidente que conAntonio Gutiérrez al frente de Comisiones Obreras éste sindicato, como también la Unión General deTrabajadores por su lado, ha terminado por modificar radicalmente su naturaleza. Del viejo sindicalismo combativo se ha pasado al negociador y del sindicato militante al de cuadros profesionalizados.
Desde muchos puntos de vista ese ha sido un proceso de transformación muy positivo puesto que ha permitido, por ejemplo, que los sindicatos dispongan de muchos más medios para defender a los trabajadores, de posibilidades inmensas para la promoción de los afiliados y, en consecuencia de ello, de más influencia social y capacidad de movilización.
Pero, al mismo tiempo, esa transformación ha traído consigo cambios cuyos efectos negativos, y en algunos casos verdaderamente perversos, tampoco se pueden olvidar.
Es difícil explicar, por ejemplo, la verdadera función de la estructura de servicios montada alrededor de los sindicatos: desde las viviendas que trajeron por la calle de la amargura a UGT, hasta las agencias de viajes, pasando por los fondos de pensiones o las compañías de seguros. A su socaire, se ha multiplicado el número de liberados o afiliados a sueldo del sindicato o de las empresas. Es verdad que estos son necesarios para organizar la defensa de los trabajadores pero no lo es menos que una vez que consolidan su situación de forma permanente terminan por estar demasiado separados de la vida normal de los trabajadores de a pie.
Pero lo que hipoteca en la mayor medida a los nuevos sindicatos es su vinculación oscura, irregular y desnaturalizada a los servicios de formación, a parte de a otras fuentes de financiación gubernamentales. Si estas últimas hacen a los sindicatos objetiva e irremediablemente dependientes del gobierno de turno, la creación de academias, centros de formación, etc. bajo fórmulas en principio y formalmente ajenas a los sindicatos está ocultando tropelías, delitos y auténticos despilfarros como ya se han encargado de demostrar algunos juzgados. La información que sobre este asunto dispone el Gobierno y las propias organizaciones empresariales, también implicadas pero con mucho menos que perder, es la verdadera espada de Damocles que hoy pesa sobre el sindicalismo moderno que Antonio Gutiérrez ha contribuido tan decisivamente a crear.
Estas hipotecas tan inmensas explican sin duda la docilidad de los últimos tiempos y la que está por venir. Eso, si a Aznar no le da la vena Thatcher y ordena que alguien tire de la manta.
SUSCRIBETE Y RECIBE AUTOMATICAMENTE TODAS LAS ENTRADAS DE LA WEB