Hace unos meses, estando en una charla entre amigos, una persona me preguntó: «Juan, ¿tú crees en el cambio climático?».
Le dije que lo de creer o no lo dejaba para las cuestiones que no se pueden demostrar y que, por tanto, las asumimos -si lo deseamos- mediante actos de fe. Mientras que saber si se está produciendo o no un cambio climático y sus consecuencias es algo que se puede demostrar científicamente.
Viene esto a cuento porque no es sólo la existencia de un cambio climático lo que se cuestiona. Son también otros muchos asuntos relativos a nuestra vida los que se están poniendo en cuestión, cada día con más fuerza y más intenso apoyo de los grandes medios de comunicación, a pesar de las evidencias científicas de las que disponemos sobre ellos.
Desde hace casi 50 años se nos viene convenciendo de que las políticas que provocan cada día una mayor concentración del ingreso, la riqueza y el poder son inevitables porque, como dijo Margaret Thatcher, «no hay alternativa».
Se insiste en ello y se ha logrado convencer a la inmensa mayoría de la gente de que es así, a pesar de que la experiencia y la ciencia nos están diciendo constantemente que la economía y la sociedad funcionan mucho mejor cuando se aplican políticas diferentes. Es más: el conocimiento científico nos dice que la vida en el planeta está en peligro si no se cambian las que mayoritariamente se vienen llevando a cabo.
He explicado esto último con detenimiento en mi último libro Para que haya futuro, pero ahora quiero referirme a un nuevo testimonio que acaba de difundirse.
El año pasado se publicó en la revista Nature un informe elaborado por más de 50 científicos de diversas disciplinas que señalaba los límites que no se deben sobrepasar si se quiere garantizar que la vida en el sistema Tierra sea segura.
Desarrollando las bases establecidas allí, se ha realizado otra investigación que acaba de publicarse, en esta ocasión por 66 científicos de más de 20 países, también de diferentes especialidades.
Por primera vez, los científicos han cuantificado la seguridad (es decir, lo que garantiza un planeta estable) y la justicia (las personas protegidas de daños) en las mismas unidades, para poder comprar así su influencia mutua. A partir de ahí han demostrado que la justicia es un requisito previo para la seguridad del planeta y de las personas que vivimos en él.
El informe demuestra que los sistemas terrestres se enfrentan al riesgo de cruzar puntos de inflexión peligrosos, a menos que se transformen urgentemente los sistemas energéticos, alimentarios y urbanos. Y también que las desigualdades y el consumo excesivo de recursos finitos por parte de una minoría son factores clave de ese proceso.
La investigación señala que las comunidades ya vulnerables suelen ser las más afectadas por el cambio que se viene produciendo en el sistema terrestre pero que, en realidad, este afecta a la salud de todas las personas y ecosistemas, de modo que es el conjunto de la humanidad, incluidos los ricos que actúan como si se creyeran a salvo, lo que está en riesgo.
El informe muestra que, cuanto más amplia sea la brecha entre los que más tienen y los que menos, más extremas serán las consecuencias para todos y antes se alcanzarán los límites a partir de los cuales «comenzarán a derrumbarse nuestro modo de vida, nuestros mercados y nuestras economías».
La conclusión de la investigación es clara: vivir dentro de los límites de seguridad del planeta obliga a incorporar la justicia y a garantizar que todos los seres humanos tengan acceso igualitario a los recursos esenciales para la vida.
De todo lo anterior, los científicos que han llevado a cabo la investigación deducen las acciones inmediatas y urgentes que les parecen necesarias para evitar que sigamos sobrepasando esos límites:
– Un esfuerzo internacional y bien coordinado entre los responsables políticos, las empresas, la sociedad civil y las comunidades que impulse cambios en la forma en que gestionamos la economía y encuentre nuevas políticas y mecanismos de financiación que puedan abordar la desigualdad y, al mismo tiempo, reducir la presión sobre la naturaleza y el clima.
– Gestionar, compartir y utilizar de manera más eficiente y eficaz los recursos en todos los niveles de la sociedad, lo que incluye abordar el problema del consumo excesivo de algunas comunidades que limita el acceso a los recursos básicos a quienes más los necesitan.
– Inversión en tecnologías sostenibles y asequibles para ayudarnos a utilizar menos recursos.
Como bien termina diciendo el Informe, «tenemos los conocimientos y las herramientas necesarias» para lograr «las transformaciones profundas de nuestras sociedades mediante la gobernanza eficaz desde el nivel local hasta el global» que se necesitan. Esto, como debe haber quedado claro, no es una demanda ideológica o política, sino el requisito que la ciencia establece para garantizar que la vida en nuestra Planeta sea segura e incluso viable para toda la población dentro de muy pocos años .
Sabemos, pues, qué debemos hacer, no ya para que el mundo funcione mejor, sino para salvar la vida y el destino de nuestros hijos y nietos. Cada cual puede actuar como quiera o pueda, pero algo se debe tener muy claro: no tiene ningún fundamento decir que no hay alternativa, o que no se puede hacer nada para evitar lo que se viene encima.
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3 comentarios
El panorama es desalentador porque la responsabilidad esta en todos y cada uno de nosotros. Y el nivel de consciencia de la mayoria es bajo
El «realismo capitalista» consiste en pensar que es más fácil imaginar el fin del planeta que del capitalismo. Pero hay otra realidad aún más heavy, en este planeta o en otro que colonicemos, el «realismo patriarcal»: https://zenodo.org/records/13376394
Soy muy pesimista con relación a los cambios necesarios para poder seguir viviendo en el planeta.
La ideología neoliberal, la restincencia a los cambios, las guerras y sobretodo el que algunos piensen que el cambio climático les puede beneficiar son algunas de las causas que nos conducen al desastre.