Publicado en Público.es el 28 de abril de 2023
La Reserva Federal de Estados Unidos publicó la semana pasada el llamado Libro Beige, en el que se analizan las condiciones financieras en que se encuentran sus doce distritos territoriales. Las conclusiones a las que llega son claras y quizá preocupantes.
El libro señala que las condiciones financieras «se deterioraron drásticamente» como consecuencia del estrés bancario que se produjo en las últimas semanas y que sus tres distritos más importantes (Nueva York, San Francisco y Dallas) tienen un mismo problema: la caída de la demanda de créditos.
En Nueva York cayó en todos los segmentos de préstamos, al mismo tiempo que se endurecieron notablemente los estándares crediticios para todos ellos y bajaron también los márgenes. En San Francisco, además de todo ello, «varias instituciones de depósito optaron por reducir los volúmenes de préstamos, especialmente para nuevos clientes, a pesar de reportar una amplia liquidez». En Dallas se produce la misma caída en la demanda de préstamos, pero debido a la disminución de la actividad comercial y de la demanda de los destinados al consumo. La Reserva Federal de este último distrito espera que se registre un aumento en el número de préstamos morosos en los próximos meses.
Esas apreciaciones coinciden con los últimos datos que viene proporcionando la propia FED y otras investigaciones sobre la evolución de los préstamos en todo el sector bancario. Sólo en las dos últimas semanas de marzo se registró una caída por valor de 125.000 millones de dólares, la mayor desde los años setenta del siglo pasado.
La caída en la demanda de préstamos, en algunos casos hasta los niveles más bajos de los últimos años, se viene produciendo también en Europa y en España lo que expresa que se trata de un fenómeno generalizado. A mi juicio, ni es casual ni momentáneo, sino que refleja una perturbación profunda del sistema financiero de la que no se habla demasiado, a pesar de que puede llegar a ser muy peligrosa.
El crédito es una especie de savia para la economía, es la sangre que permite llevar a cabo inversiones y sostener el consumo de bienes duraderos de modo que, si resulta inaccesible para las empresas y los hogares, puede llegar a producirse una crisis que paralice la economía. Fue lo ocurrido a gran escala cuando los bancos comenzaron a quebrar debido a su enorme exposición a las hipotecas basura en la crisis que empezó en 2007.
La subida de tipos de interés por parte de los bancos centrales puede estar siendo una causa de la caída en la demanda de préstamos, pero no puede creerse que sea la única. Sobre todo, si se tiene en cuenta que esta menor demanda no se está produciendo de manera proporcionada a la evolución general de la economía y, además, porque está yendo de la mano de otro fenómeno singular: los depósitos en los bancos están registrando también la mayor caída de las últimas décadas.
Lo que está ocurriendo en realidad es que la banca está dejando de ser lo que se supone que debe ser, un intermediario financiero entre el ahorro y la inversión, para convertirse en un fondo de inversión más.
Después de la gran crisis de 1929, los gobiernos comenzaron a exigir que los bancos fueran de un tipo u otro. Es decir, o comerciales (dedicados a financiar a empresas y hogares) o de inversión (colocando directamente los fondos depositados por sus clientes). Sin embargo, en los últimos años del siglo pasado se diluyó esta diferencia y los bancos se dedican preferentemente a invertir los depósitos, de modo que el crédito se resiente, así como su solvencia, aunque haya aumentado mucho más su rentabilidad.
Muchos economistas venimos reclamando que debe volverse a diferenciar la actividad bancaria, para asegurar que el crédito fluya adecuadamente para financiar la actividad productiva y para disminuir el riesgo de crisis financieras. Mientras eso no ocurra, los bloqueos seguirán produciéndose, el crédito será mucho más inaccesible y caro y la actividad bancaria seguirá produciendo las periódicas crisis que le cuestan billones a los gobiernos.
Los últimos datos pueden estar mostrando que nos encontramos a las puertas de un nuevo shock. Si las autoridades no aprenden la lección y no están dispuestas a ponerle el cascabel al gato, prohibiendo que los bancos operen sin cesar en el casino financiero con el dinero de sus clientes (por cierto, sin que estos lo sepan) mientras que hogares y empresas carecen de suficiente financiación, una nueva crisis crediticia está asegurada. Y ahora es posible que sea todavía más grave porque se están combinando más factores de detonación: a la avaricia bancaria se unen la incompetencia de los bancos centrales subiendo tipos de interés inadecuadamente, y la mayor perspicacia de los ahorradores que no se fían y retiran sus depósitos. Un cóctel realmente explosivo.
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