Hace unos días recibí un mail de Paco Puche en el que me decía que se jubilaba como librero.
Efectivamente, Paco es librero copropietario de Proteo y Prometeo, no sé si ahora las librerías más antiguas de Málaga pero sí las que más profundamente llevamos marcadas en el corazón muchos amigos de los libros, seamos o no de Málaga.
Me cuesta trabajo creer que su mail significa que de verdad ya no lo encontraré cuando pase por allí a comprar libros o, sobre todo, a indagar si él estaba para saludarlo, para que me recomiende lo último que ha leído, bien sea un texto ecologista, un ensayo económico o (como aquella vez que me descubrió El viejo que leía novelas de amor) una novela siempre deliciosa. Me cuesta trabajo creerlo.
Es difícil porque el universo de los libros está para mí asociado a Paco. Más bien pienso que incluso no estando en su despacho de librero, Paco seguirá a mi lado cada vez que vuelva a comprarme un libro, que sabré elegir y llegaré a amar gracias, precisamente, a lo que aprendí de los libros de Paco y de lo que Paco me decía de los libros, es decir, de la vida y de las vidas.
Y, en cualquier caso, me cuesta hacerme a la idea de que se jubila alguien que no es sencillamente un librero sino amigo, compañero, editor, vigía, ecologista, promotor y motor de promotores, maestro, rebelde, persona entre las personas, en el mismo sentido en que Borges decía que los libros son “cosas entre las cosas”.
¿Como va a jubilarse todo eso?
Quizá no esté en la librería pero estará en las calles, en las convocatorias y jornadas, en las luchas por el agua y por la vida, en los manifiestos, en las listas inagotables de los abajofirmantes, en las incansables concentraciones donde descansamos los viejos incansables.
En fin, me queda, pues, el consuelo de que sé que seguiré encontrando a Paco en cualquier esquina, en cualquier rincón donde haya que circular contra la corriente, donde haya de nuevo que levantar banderas con los mil colores del arco iris, donde haya que gritar que estamos hartos de todo esto pero que no vamos a dejar de decirlo ni de hacer lo que esté a mano para que esto sea de otra forma.
Entonces, cuando vuelva a encontrarlo, seguro que vuelve a recomendarme un libro y a contarme y confiarme cosas con sus sonrisas de siempre. Y quizá luego nos vayamos a una taberna cercana para tomarnos otro vino con salmorejo. Como el otro día.
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