Un lector de mi web (que firma como Juan Pablo Mateo Tomé) ha tenido la amabilidad de hacer un comentario crítico sobre un artículo mío (2 mujeres entre 37 hombres) en el que me refiero a la discriminación que sufren las mujeres. Discriminación que se hacía extraordinariamente evidente en la reunión del presidente de la Junta de Andalucía con las personas más influyentes de la comunidad a la que me refería en el artículo y en la que asistieron 37 hombres y 2 mujeres.
Me reprocha en primer lugar el comentarista que no saco conclusiones sobre las discriminaciones que se producen por razón de clase social y que sí me refiero a las de género. No sé por qué me reprocha eso. En muchísimos otros artículos, yo diría que constantemente, estoy aludiendo, analizando y denunciando ese tipo de discriminaciones y desigualdades. Y espero no dejar de hacerlo mientras tenga suficiente fuerza y lucidez.
¿Qué de malo tiene que ahora me refiera a esta otra discriminación tan evidente?
¿Acaso una solapa a la otra? ¿acaso el reconocimiento de una oculta a la otra?
A mí me parece evidente que las desigualdades de clase y su reconocimiento no son incompatibles sino, todo lo contrario, que se combinan con otras como las que hay por razón de sexo, color de la piel o raza.
Por tanto, ¿no es lo correcto considerarlas combinadamente, desde una perspectiva conjunta y compleja?
Lo incorrecto más bien es pensar que como hay unas (las de clase) ya todas las demás quedan explicadas. Porque no es así: si se quitan las de clase es evidente que las de género subsisten como vemos que subsisten hoy día entre hombres y mujeres de la misma condición social
Yo entiendo que las desigualdades de género (que mi comentarista al menos sí reconoce como existentes) se combaten poniéndolas de relieve, analizando sus causas y estableciendo una fuerte disciplina social a la hora de aplicar remedios igualitarios.
El dice que las cuestiones de género debemos interpretarlas a partir de la acumulación de capital, algo que a mí, en la modestia de mis conocimientos, me parece insuficiente porque basta comprobar su naturaleza y manifestaciones para poder detectar fácilmente que hay otros factores que intervienen en su gestación.
En cualquier caso, agradecería mucho que fuese más explícito y nos diga cuál es en concreto el procedimiento para interpretarlas y qué medidas tomaría. Me gustaría mucho saber su opinión porque lo más lejos que yo he visto llegar por ese razonamiento es a decir que llegado el socialismo se acabarán todas las desigualdades, incluidas las de género, algo que de verdad no me suena más que a palabras vacías. Espero su explicación.
Pero lo que a mi comentarista le parece «lo peor» es mi comentario final. Dice que en lugar de tener una perspectiva de clase yo hablo «de la creatividad de las mujeres y de sus soluciones. Probablemente como la que tuvo Thatcher».
Creo que lo que hace es recurrir a un argumento bastante demagógico. Se fija en la señora Thatcher, cuyos valores sabe que yo no comparto, pero deja de lado las cuestiones esenciales: las formas de actuar, de afrontar la vida y los problemas, de negociar, de vivir y crear sociedad que se han generado históricamente en el espacio doméstico, por un lado, y en el espacio público por otro.
En el primero la paz, la solidaridad, la cooperación, el afecto, el amor, el roce. En el otro la competencia, lo monetario, el poder…
¿Acaso puede negar mi comentarista que esto es así?
Y si reconoce que es así, ¿no será entonces evidente que las mujeres, que han estado siempre en ese espacio de lo doméstico, deben estar más preparadas que los hombres para desarrollar y poner en práctica esos valores?
Por supuesto, y de eso ya me he ocupado en otros lugares, eso no quiere decir ni mucho menos que TODAS las mujeres asuman esos valores, que sepan practicarlos, o que TODOS los hombres sean exponentes de la masculinidad del poder.
Mi dos conclusiones son, pues, muy claras. Una, que las desigualdades de género, como tales, deben ser combatidas en cualquier caso (como las de raza, religión o cualesquiera otras, aunque con la diferencia en este caso de que afectan a más de la mitad de la población mundial). Y que eso nunca puede considerarse que esté en contradicción, que solape o que niegue las diferencias de clase. Otra, que al haber estado confinadas al ámbito de lo doméstico las mujeres están a priori en mejor condición para desarrollar los valores que son propios de ese ámbito y que yo considero que sería deseable que se extendieran al ámbito de lo público porque son mucho más humanos y efectivos para resolver los problemas sociales que los que se han cultivado en la esfera pública y del poder (algo que creo que se demuestra por sí solo).
Luego, mi comentarista se lleva las manos a la cabeza y exclama ¡Si Marx levantara la cabeza! Pues a mí, que he leído mucho a Marx, la verdad es que no me preocuparía. Si después de estos años en la tumba el genio alemán siguiera siendo tan machista como fue en vida, me pondría verde y quizá saldría corriendo detrás de otras cuentas criadas más o a escribir cartas como las que envió a su yerno Lafargue cuando le dijo que quería casarse con su hija. Si estos años le hubieran hecho recapacitar, como estoy seguro que le pasaría, tengo la certeza de que me daría la razón. Yo no digo que sean las mujeres las que hayan de dar soluciones a la crisis y que éstas sean las adecuadas. Si mi comentarista lee bien, entenderá que son soluciones basadas en esos valores que se han desarrollado históricamente en el espacio de lo doméstico, en el privado, por parte, principalmente de las mujeres, a lo que yo me refiero.
Finalmente, dice que milita en organizaciones en las que hay muy pocas mujeres a pesar de que no les «prohíben» militar y que, para colmo, siempre votan al centro. La verdad es que este comentario ya es catastrófico. Seguro que de derecho no les prohíben militar pero ¿cómo iban a hacerlo históricamente las mujeres si tenían a su cargo las responsabilidades familiares que los «revolucionarios» (en masculino, no en plural) no asumían? ¿Cuántos de esos partidos en los que milita mi comentarista obligan a sus militantes a corresponsabilizarse, a repartir el trabajo no remunerado de la casa? ¿en cuántos partidos estáprohibido que los hombres puedan militar si eso implica que sus mujeres se quedan solas trabajando en su casa? A ver ¿cuántos? Y si no lo hacen, ¿cómo puede uno extrañarse de que las mujeres militen menos en partidos políticos, o en sindicatos, o en organizaciones sociales, o que participen en la vida públca?
Y sobre el hecho de que las mujeres voten más a la derecha que los hombres… ¡Es tan antiguo ese argumento! Fue el que llevó a proponer que las mujeres no pudieran votar en la II República. Y es, además, un argumento bastante irreal porque ¿quién si no el voto de los proletarios masculinos ha traído tantas veces el fascismo y a la derecha?
Habla al final de alternativas teóricas. En eso estamos pero para avanzar por ese terreno nos hace falta más imaginación, menos dogmas y un pensamiento mucho más complejo y transversal. Y, por supuesto, nos hace falta que a la hora de ponernos a pensar estén presentes y puedan pensar también las mujeres. No que pensemos solo los hombres (como ha ocurrido casi siempre) porque las mujeres están planchando nuestras camisas o ciudando a nuestros hijos.
En cualquier caso, le agradezco mucho a Juan Pablo Mateo Tomé el comentario y el cariño con que hace la crítica. Con el mismo afecto le he contestado yo.
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