Publicado en Público.es el 14 de abril de 2020
Este es un artículo a la desesperada y lo escribo sabiendo el escaso efecto que puede tener, conociendo bien a nuestra sociedad, a mis compatriotas y cómo está actuando una parte de nuestros representantes políticos.
Soy plenamente consciente de que casi nunca un partido político actúa como le gustaría a los demás que actuara y, mucho menos, en medio de una situación de emergencia como la que estamos viviendo. Nuestras sociedades son mosaicos de piezas muy diferentes y las políticas que se han aplicado en las últimas décadas nos han ensimismado. Margaret Thatcher decía que no hay sociedad sino individuos y eso es lo que se ha conseguido que haya en nuestra civilización, seres que actuamos como si fuésemos átomos aislados, creyendo que nuestra existencia y devenir es el simple resultado de nuestras preferencias y decisiones individuales, sin darnos cuenta de que en realidad hay lazos permanentes que unen la existencia de unas personas con la de otras que son los que de verdad condicionan lo que ocurre en nuestras vidas.
Sé perfectamente que, para poder venderlos sin parar, los bienes y servicios más exitosos en los mercados se producen desde hace años diferenciándolos al máximo, para que quien los compra crea que adquiere algo que antes no tenía. Sé que eso requiere y conforma un tipo de consumidor que, sobre todo, busca la diferencia con los demás, y que así se ha dado lugar a que el sentirse distinto o, a lo sumo, parte de una pequeña tribu sea el leitmotiv de la vida de la mayoría de la gente.
Sé perfectamente que el signo de nuestra cultura y de nuestro modo actual de vivir es la diferencia y la individualización; y que es inevitable que eso produzca sociedades en donde el acuerdo, la percepción de lo común y del interés colectivo, y el sentirse no ya a gusto sino simplemente algo identificado con la posición o las ideas de otro, sea muy difícil, por no decir que casi imposible.
Sé perfectamente que cuando las personas somos así, cuando actuamos como individuos y no como seres sociales que formamos parte de un entramado de relaciones que nos conforman y que condicionan nuestras ideas, nuestras preferencias y nuestras capacidades, es un milagro que podamos percibir que el mundo en el que estamos no es una suma de partes aisladas sino un proyecto compartido.
Sé perfectamente que se ha construido una no-sociedad en la que la mayoría de la gente trata de ir a lo suyo, íntima y fuertemente convencida de que sólo yendo por su propia cuenta puede salir adelante y asegurarse su sustento y su vida de la mejor manera posible. Y sabiendo todo eso no puede extrañarme la incapacidad tan grande que hay a mi alrededor para llegar a acuerdos y para resolver los conflictos y las diferencias con cordialidad y fraternidad. Como tampoco me extraña, por extensión, que la vida política, por esas mismas razones, esté tan polarizada y sea tan feroz en la inmensa mayoría de los países. Las sociedades fragmentadas hasta la exageración de nuestro tiempo no producen proyectos comunes o convergentes sino de los unos contra los otros. En fin, sé que vivimos una época como la que Alejo Carpentier describió, con palabras mucho mas bellas, en El siglo de las luces: «hecha para diezmar los rebaños, confundir las lenguas y dispersar las tribus».
Como llevo estudiando todo esto desde hace años no me extraña que en España se esté consolidando también una sociedad en la que cada parte de ella esté convencida de que la otra es la expresión de todos los males y que eso genere la agresividad tan grande que nos rodea cuando hablamos de lo que es común a todos. Un terreno en donde puede brotan a destajo y a su aire cualquier tipo de infamia y mentira. Aunque algunas veces, lo reconozco, llegando a una inhumanidad tan terrible que nunca pensé que pudiera darse. He leído, por ejemplo, que un médico de la Comunidad de Madrid escribió en su cuenta de Twitter: “Me estoy pensando si vale la pena salvar a estos rojos de la enfermedad”; también el cartel de unos vecinos que pedían a otro que es voluntario de la Cruz Roja que no vuelva a su casa para evitar el riesgo de contagiarlos; a un partido político decir que los mayores mueren en las residencias porque el gobierno está cometiendo allí una «eutanasia feroz»; o a parlamentarios independentistas haciendo chistes con los muertos de Madrid.
Pues bien, a pesar de ser consciente de todo ello, una vez más reclamo unidad, respeto y cooperación. El abismo al que se están asomando todas las economías y no sólo la española es tremendo, me parece que todavía inimaginable para la mayoría de las personas. Lo que puede ocurrirnos si no acertamos con la solución es muy serio. Hay ya cientos de miles de españoles de todas las ideologías en situación extrema, sin ingresos, los servicios administrativos que conceden las ayudas comienzan a estar tan saturados como los sanitarios y miles de empresas y autónomos se encuentran al borde de la asfixia y el cierre.
Tenemos la obligación de expresar cada uno lo que pensamos y de criticar lo que nos parece mal que no será poco, tal y como se han presentado los problemas y dado que nadie sabe todavía cuáles son sus soluciones. Pero lo completamente absurdo es destruir la nave porque los nuestros no están al timón.
No podemos seguir así.
Me resulta incomprensible la actitud de la oposición política o social, pero debo reconocer que no me explico tampoco la falta de decisión del gobierno a la hora de promover acuerdos y de hacerlos visibles ante los españoles. No puedo entender y me parece suicida que no se haya formado una mesa nacional, o como quiera que sea el nombre que se le ponga, en la que estén todos los operadores políticos y sociales para ser informados constantemente, para aportar propuestas y soluciones y para mostrar al resto de los españoles que se hace frente cooperativamente a una situación de emergencia en la que mueren tantas personas queridas de todos los españoles sin distinción. Y me parece especialmente incomprensible que los líderes de todos los partidos no estén permanentemente al tanto de lo que está ocurriendo, en instancias que, como la situación, también deberán ser excepcionales y no las habituales en momentos de normalidad.
Una vez más pido al gobierno que convoque abiertamente a todos los responsables políticos y líderes sociales y económicos, para seguir la situación del momento y para poner en marcha una estrategia de reactivación común. Y le pido que lo haga sin olvidar que no es fácil obtener colaboración de los demás en un momento puntual grave, para suscribir un pacto, cuando no hay contacto diario y colaboración permanente.
Aprecio mucho el esfuerzo del presidente Sánchez y empatizo con él en una situación que debe resultarle difícil y muy dolorosa, política y personalmente, pero creo que le falta dar el paso decisivo de llamar, con más operatividad y menos retórica, no al gobierno, pero sí a la colaboración más estrecha y diaria, al resto de las fuerzas políticas y sociales y a la sociedad civil.
Los españoles necesitamos ver que se hace frente con cooperación y unidad a esta emergencia que puede terminar tan mal. El gobierno debería ofrecerla ya, de manera expresa, formal, pública, operativa, generosa e inmediata y si hay quien no la acepta que asuma la responsabilidad y se retrate ante el resto de los españoles.
¡Que se sienten y que hablen cuanto antes! Si ahora se hunde España, como puede hundirse, no sufrirá sólo una parte, lo lamentaremos todos.
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