El último número de Temas para el Debate está dedicado a la nueva arquitectura internacional y en él escribo un artículo sobre la nuevas instituciones económicas que en mi opinión serían necesarias y sobre los principios que deberían inspirarlas. Lo transcribo a continuación.
¿Un nuevo Bretton Woods?
Es habitual que en los últimos tiempos se tome constantemente como referencia para hacer frente a la actual crisis a los acuerdos de la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas que se celebró en el Hotel Mount de Bretton Woods, durante el mes de julio de 1944.
El propio presidente del Banco Central Europeo ha reclamado volver a la «disciplina» monetaria que allí se impuso y muchos intelectuales progresistas reclaman que se celebre algo parecido para darle la vuelta al actual orden financiero internacional.
Las comparaciones son odiosas y no siempre apropiadas, y seguramente eso ocurra aún más en este caso.
El contexto político, económico y social internacional en el que se celebró la conferencia de 1944 es muy distinto al actual.
Para empezar, los países participantes se encontraban en guerra y habiendo vivido antes una larga recesión económica que hacía inexcusable poner soluciones sobre la mesa. Hoy día no vivimos en plena guerra mundial y la crisis, aunque bien es verdad que puede ser larga y muy traumática, no ha hecho más que empezar, de modo que es más fácil retrasar las medidas que pudieran ser traumáticas.
Con todo, la preparación de la Conferencia de 1944 llevó más de tres años de debates y discusiones previas.
Por otro lado, en 1944 había una gran potencia en el mundo occidental, en ascenso y cuyo liderazgo nadie podía poner en cuestión. No solo en el terreno político y militar sino también en el económico. Estados Unidos tenía un Producto Nacional que representaba en aquellas fechas casi la mitad del mundial y disponía del 80 por ciento de las reservas de oro existentes en el mundo.
Es verdad que Estados Unidos sigue siendo actualmente el motor de la economía mundial y que su influencia y poder es impresionante pero también que sus debilidades son cada vez más evidentes y que se encuentra en el inicio de su ocaso como potencia hegemónica. Ahora, y en los años venideros, no le será tan fácil como entonces imponer su voluntad al resto del mundo. Y si lo consiguiera, los resultados no serían tan mutuamente provechosos y estabilizadores.
Además, en aquellas fechas existía ya un bloque de países que a pesar de todas sus miserias y deficiencias representaban una alternativa al mundo occidental, de modo que éste debía cuidarse mucho de aparecer y actuar con la prepotencia de quien se cree que representa la única vía de desarrollo social posible. Ahora mismo, y como resultado de la gran derrota sufrida en los años ochenta y noventa no sólo por el llamado «campo socialista» sino por las ideas y las prácticas políticas más o menos contrarias al capitalismo, no hay apenas referencias decisivas ni contrapesos importantes a escala internacional.
Por otro lado, y en el lado de las ideas, también se puede destacar que, por primera vez, se venía de unos años largos en los que las políticas liberales habían mostrado una incapacidad material para hacer frente a los problemas del desequilibrio económico. El liberalismo era una ideología derrotada por los hechos y así los reconocían incluso muchos de sus más conspicuos representantes. Por el contrario, en la actualidad, y por mucho que el origen de la crisis se quiera achacar, y con razón, a las políticas neoliberales, lo cierto es que no se puede decir que los principios que las infunden estén puestos en cuestión. Se critica al fundamentalismo de mercado pero a la hora de la verdad se sigue insistiendo en bajar impuestos, en mantener a raya la intervención pública, en mantener los privilegios del capital privado.
Finalmente, en 1944, y en los años siguientes como consecuencia de todo lo anterior, no solo se cerraba un periodo sino que se abría otro con un régimen productivo bien distinto. Me refiero al de producción en masa que garantizaba al mismo tiempo una expansión masiva de los mercados y salarios directos, indirectos y diferidos suficientes para mantener la demanda agregada y también el consenso social.
No podía ser de otra manera como consecuencia del equilibrio de clases que entonces existía y que convenía mantener dada la existencia de un imaginario alternativo en el llamado campo socialista, dando así lugar al pacto social sobre el que se sustentó el Estado del Bienestar.
En los años de Bretton Woods y en los que siguieron, las potencias occidentales se enfrentaban a sí mismas tratando de que el capitalismo no colapsara por la presión de la alternativa socialista encabezada por la antigua URSS (presente en la Conferencia aunque no ratificara los acuerdos). Hoy día, en todo caso se enfrentan a la posibilidad de colapsar pero solo como exclusivo resultado de su desastroso funcionamiento.
Hay muchas diferencias, pues, como para pensar que la historia pudiera repetirse. Pero eso es una cosa y otra no reconocer la vigencia que en estos días tiene Bretton Woods como momento catártico que fue, como punto de inflexión en el que se establecieron normas, instituciones y políticas que abrieron una nueva época.
Es en este sentido en el que cabe demandar un nuevo Bretton Woods aunque las condiciones de partida y los puntos de llegada tendrían que ser lógicamente muy diferentes.
Lo que está hoy día en juego ya no es la articulación financiera de un bloque de países frente a otro, ni siquiera la consolidación de un orden financiero que impida que se produzcan de nuevo episodios como los que estamos viviendo.
Cuando el sistema financiero ha saltado por los aires y la economía mundial se encuentra sin savia y al borde de una depresión mundial, el problema que se está planteando es el del gobierno del mundo, el del funcionamiento de las instituciones básicas que pueden proporcionar un mínimo de orden y satisfacción básica y, por supuesto, el de los principios morales en que todo ello ha de basarse y hacerse posible.
En ese sentido, me atrevería a hacer una comparación entre lo que aportaron a la situación económica los acuerdos de 1944 y lo que hoy día me parece que se necesita.
En resumidas cuentas, Bretton Woods ofreció tres grandes instrumentos a los países occidentales: autoridad, reglas e instituciones. La primera fue la de Estados Unidos; las reglas, sobre todo de disciplina monetaria; las instutuciones, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Ahora serían necesarios esos tres ingredientes pero, en mi opinión, con contenidos concretos muy diferentes.
La autoridad es hoy día un elemento fundamental para poder afrontar con éxito los problemas económicos pero ha de ser plenamente compartida. No es aceptable hoy día que las relaciones económicas internacionales estén supeditadas al poder imperial de Estados Unidos, por un lado, y al corporativo de las grandes empresas y entidades financieras, por otro. Ni que el poder relevante sea el que deriva directamente de la fuerza en los mercados. Hace falta, por el contrario, multilateralidad, poder compartido y contrapesado, centralidad pero unida a una radical y deliberante democracia. Y mucha política, es decir, ciudadanía, para dirigir a la economía.
Urgen también nuevas reglas. Y aquí quizá Bretton Woods pudiera quedar más actual que en cualquier otro campo porque no en vano allí fue donde se alcanzaron acuerdos que hoy día podrían seguir teniendo semejante actualidad, como los relativos al control de los movimientos de capital. Si a la vista de lo que hoy día está sucediendo en la economía mundial hay alguna exigencia evidente y principal no puede ser otra que la necesidad de controlar los movimientos financieros de capital por tres razones fundamentales. Primero para evitar su deriva especulativa, segundo para reconducir la actividad bancaria a su función originaria y también para disponer de los recursos que requiere la actividad productiva y la redistribución de la renta a escala global.
Na
turalmente, ahora se precisan también instituciones pero tampoco pueden ser las de antes, concebidas como imágenes vicarias del poder estadounidense sino de poder efectivo compartido, lo que no es solamente una cuestión de votos. ¿Cómo puede entenderse que los problemas de la economía mundial los resuelvan solo un puñado de naciones, por muy alto que sea su porcentaje en el PIB mundial?
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