Publicado en Público.es el 3 de abril de 2020
Se acaba de hacer público un manifiesto promovido por la organización Recortes Cero que pide a todos los españoles unidad y solidaridad ante la epidemia que estamos viviendo para que podamos salir de esta terrible situación con éxito, con más fuerza y progreso.
Lo firmé con gusto cuando sus promotores me ofrecieron hacerlo, como han hecho también otras personalidades de muy distinta opinión a las que admiro como Miguel Ríos, Elvira Lindo, Rosa Montero, Juan José Millás, Fanny Rubio, Antonio Muñoz Molina, Juan Marsé, Antonio López, Ana Noguera, Fernando Schwartz, Javier Marías, Cristina Almeida, Fernando Savater, Juan José Tamayo o Rafael Matesanz, entre muchas otras personas.
Pedimos unidad y apoyo a las medidas de emergencia tomadas por el Gobierno para afrontar esta crisis porque nos parece que lo urgente es reducir la expansión de la pandemia y contribuir a aliviar la importante presión que tiene el Sistema Público de Salud y el conjunto de sus profesionales. Pedimos la unidad entre el pueblo de las diferentes nacionalidades y regiones de nuestro país porque todos padecemos por igual los efectos del virus. Pedimos unidad y solidaridad con todos los sectores de la sociedad española, con los que sufren la epidemia, con los más vulnerables, con quienes están haciendo posible que encerrados en nuestras casas podamos seguir satisfaciendo nuestras necesidades básicas. Pedimos unidad y solidaridad para que esta nueva crisis no vuelva a recaer sobre las personas más débiles y vulnerables, sobre quienes ya sufrieron en mayor medida los recortes y tienen empleos precarios o son más pobres. Pedimos la unidad y solidaridad de los españoles para salir de esta emergencia con más fuerza si cabe, redistribuyendo mejor la riqueza, fortaleciendo los servicios públicos de la salud, la educación o las pensiones que se ha comprobado que son nuestros mejores diques contra las crisis. Y pedimos que salgamos de esta situación con una estrategia nacional que nos permita reindustrializar el país, reconstruyendo el tejido productivo y el medio rural con un modelo ecológico, ayudando a autónomos y pymes, generando riqueza y más empleo, estable y de calidad y con medidas urgentes que atiendan a los sectores más desfavorecidos.
Yo vuelvo a decir que no soy ingenuo. He estudiado la historia y sé que en 1931 muchos latifundistas de derechas dejaron de recoger sus cosechas para provocar el hambre de sus jornaleros e indisponerlos así contra la República. He visto a líderes de la oposición acusar a Rodríguez Zapatero de ser cómplice de ETA y de traicionar a los muertos y no hace mucho que VOX llegó a querellarse contra él por colaborar con los terroristas. He visto acusar de no querer acabar con el terrorismo incluso a quienes habían sido sus víctimas directas. Y basta con leer los medios para comprobar que esa dinámica se está manteniendo en medio de una emergencia sanitaria que no distingue a la hora de matar a los seres queridos de una y otra parte.
No voy a insistir ahora sobre la gravedad de la epidemia, ni sobre la catástrofe económica que nos espera si no hacemos frente con acierto a lo que estamos viviendo. Simplemente quier,o decir una vez más que es materialmente imposible salir bien parados de esta emergencia, como decimos en el manifiesto, si los españoles no anteponemos la unidad y la solidaridad a cualquier otro sentimiento u opinión.
Lo que está haciendo el gobierno de España no se diferencia básicamente de lo que se hace en otros países, incluso muchas de sus medidas son más moderadas que las que toman otros gobiernos de nuestro entorno donde la epidemia es de momento más benigna. Los ataques que recibe son, sin embargo, terribles, muchas veces simples mentiras y a veces, incluso fuera de la razón más objetiva. Se está acusando al vicepresidente Pablo Iglesias de peligroso extremista por recordar la letra textual de nuestra Constitución o de comunista irredento por afirmar que las empresas privadas deben ponerse ahora al servicio del interés público si es necesario. Se le acusa de eso cuando el gobierno conservador alemán ha hablado de que incluso está dispuesto a nacionalizar las que haga falta para actuar contra la epidemia. Y se ataca sin piedad y con todo tipo de insultos al gobierno diciendo que antepone la ideología a la recuperación económica cuando hasta el Papa Francisco pide que «primero la gente», aunque esto cueste un «descalabro económico» porque hacerlo al revés, anteponer la economía a la vida de las personas, sería «algo así como un genocidio virósico».
Es comprensible, en todo caso, que haya españoles que estén en desacuerdo con algunas de las medidas del gobierno y es lógico que algunos protesten cuando su coste tiene que repartirse desigualmente porque no todos estamos en igual posición. Pero una cosa es tener una opinión distinta, disentir como ejercicio de libertad, y otra creer que quien se equivoca (suponiendo efectivamente que se esté equivocando) lo hace con la intención de hacer el mal a propósito.
El problema de las derechas españolas no es que piensen que las personas de izquierdas somos un atajo de incompetentes e inútiles que no sabemos gestionar o gobernar los intereses comunes. Eso sería llevadero porque afortunadamente tenemos una democracia que mejor o peor nos permite pronunciarnos y colocar en el gobierno a quien desea la mayoría. Lo terrible es que una gran parte de las derechas españolas están convencidas de que quienes somos de izquierdas solo buscamos destruir España y, por supuesto, que solo nosotros nos equivocamos. La prueba es que en medio de esta desgracia que estamos viviendo no dejan de presentar contra nuestros responsables políticos o administrativos querellas criminales, es decir, las que se ponen cuando se entiende que ha habido una intención efectiva de producir un daño. Si sale algo mal con la izquierda, la derecha -después de no haber colaborado para que se hubiera hecho mejor- no entenderá nunca que se haya producido un error o un accidente, sino que verá en ello la intención de haber hecho el mal al resto de los españoles. Es el pensamiento primitivo y simplista que lleva a construir el concepto de la «anti-España», el nacionalismo terrible que considera que ni siquiera somos españoles quienes no pensamos como quienes se consideran a sí mismos como la única esencia y expresión de lo español.
Esta es la hora de amar y ayudar a España de verdad y eso no puede significar otra cosa que respetarnos, aunque seamos distintos, de colaborar unos con otros, de apoyar a quien está legítimamente al mando de la nave, aunque creamos que no lo hace bien y de no minar su autoridad ni su liderazgo por muy limitado que creamos que sea. Cuando hace falta coordinación, mando efectivo, unidad de acción y disciplina, tal y como lo está entendiendo la inmensa mayoría de los españoles que luchan contra el virus sin preguntarse de qué ideología es quien lucha a su lado, amar a España es solidarizarnos unos con otros sin descanso y sin distinción, apoyar al gobierno legítimo y pedirle las cuentas después y no hacer juicios de intenciones tan infundados (porque ningún ser humano puede saber cuáles son las de otro) como siempre malvados.
Yo no sé si lo habrá intentado y no ha tenido éxito (aunque en ese caso debiéramos haberlo sabido), pero sí pienso que quizá hubiera sido muy útil que el gobierno, sin renunciar por supuesto a la obligación que tiene de tomar las últimas decisiones, hubiera convocado una especie de mesa nacional, de espacio de información, complicidad y colaboración de los representantes de todos los partidos sin distinción. No tendría por qué haber afectado a su atención sobre la gestión urgente del día a día y, sin embargo, permitiría visibilizar una unidad de la que ahora carecemos y que nos está suponiendo un escollo quizá insuperable para salir con bien del peligro en el que estamos. Igual estamos todavía a tiempo de conseguir esa expresión institucional de unidad y solidaridad y animo al gobierno a que lo intente, poniendo de su parte la mayor generosidad posible. Si lo consigue, daremos un paso de gigante. Si no, al menos sabremos quién está de verdad por amar y salvar a España en su conjunto plural y diferente y quién busca solamente defender sus propios intereses.
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1 comentario
Aunque no seamos exactamente iguales ante la fisiología patológica de un microorganismo, éste, paradójicamente, nos hace mucho más iguales que la codicia financiera capitalista.
Por lo demás, aunque también suscribiría el acuerdo, no se me ocurriría invitar a debatir a la mesa de las migajas a quienes hurtaron ya el banquete.
Gracias, Juan.