Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

¿Quién teme a la competencia y quién vive del Estado?

Publicado en el diario.es el 8 de mayo de 2017

Uno de los mitos económicos que con mayor éxito se han difundido siempre es el que vincula la mayor competencia con los intereses de las empresas y su defensa con la práctica de las derechas, mientras que a los trabajadores y a sus representantes, sindicatos o partidos de izquierdas, se les achaca el querer siempre vivir a expensas del Estado y de las rentas que generan los demás.

Parece mentira que después de tantos años de poder comprobar cómo funcionan en realidad las economías capitalistas se pueda decir algo así, pero lo cierto es que se dice a diario y con un extraordinario efecto de convicción.

Parece mentira porque lo cierto es que las grandes empresas no sólo no desean la competencia, que es el principal motor de los mercados eficientes, sino que son, por regla general, la primera causa de que desaparezca. No creo que se pudiera encontrar en todo el planeta una sola gran empresa que se precie y que no tenga un departamento orientado precisamente a combatir la competencia y, más concretamente, a tratar de influir de cualquier modo para que los gobiernos legislen de la manera que les sea más conveniente, concediéndole privilegios y más poder de mercado. Se podrían contar por miles las normas legales, desde las leyes más generales a las directrices más concretas, que han salido directamente de alguno de esos departamentos sin que en los parlamentos se haya podido modificar una coma en beneficio colectivo. Quien ha tenido alguna experiencia legislativa o de gestión lo sabe perfectamente.

La colusión y los acuerdos para acabar con la competencia son la regla precisamente porque ésta es el mayor enemigo de las empresas que solo buscan ganar cada vez más dinero, puesto que allí donde hay más competencia los precios son más bajos y no se disfruta de beneficios extraordinarios. Por eso, las absorciones, las fusiones, los cárteles, los holdings… las diferentes formas de concentración y centralización del capital han sido siempre el hilo conductor del capitalismo y no hay un sector económico consolidado en donde la lógica imperante no sea la de cada vez menos empresas dominando el mercado. Mercado sí, pero sin competencia y bien protegido por las normas que el Estado promulgue al dictado de la gran empresa o de la banca.

El gran Adam Smith se dio cuenta muy pronto de ello y lo expresó con palabras tan sabias como bellas: «Rara vez se verán juntarse los de la misma profesión u oficio, aunque sea con motivo de diversión o de otro accidente extraordinario, que no concluyan sus juntas y sus conversaciones en alguna combinación o concierto contra el beneficio común, conviniéndose en levantar los precios de sus artefactos o mercaderías».

La competencia suele ser el caldo de cultivo de las innovaciones, del progreso y del lucro, pero la paradoja es que su efecto benéfico desaparece en la misma medida en que el afán de lucro creciente se impone y la destruye. Las empresas y bancos que quieren ser cada día más grandes y aumentar sin descanso sus cifras de resultados saben que es verdad lo que se ponía en boca del Nobel de Economía John Nash en la película Una mente maravillosa: «la competencia siempre produce perdedores». Por eso no la desean y luchan diariamente por acabar con ella.

A pesar de ello, como decía, el relato dominante es que las empresas y las derechas que defienden sus intereses buscan generalizar la competencia en los mercados mientras que los trabajadores solo quieren vivir de los demás.

Muchos datos reflejan que tampoco esto último es cierto, ni lo es ahora ni lo ha sido a lo largo de la historia.

En mi libro Economía para no dejarse engañar por los economistas menciono, por ejemplo, los resultados de diversas investigaciones realizadas por Anwar Shaikh y Ahmet Tonak que demuestran para Estados Unidos que quienes se «benefician» del Estado de Bienestar (que los liberales consideran como el mayor de los expolios) contribuyen a financiarlo a través de impuestos con cantidades mayores de las que suponen los beneficios que reciben. Y a conclusiones parecidas se ha llegado en otros países. Como en España, donde sabemos que las transferencias monetarias del Estado benefician en mayor medida a los grupos de mayor renta. Por no hablar de las ayudas estatales directas o indirectas de todo tipo que viene recibiendo los bancos y grandes oligopolios o, más sencillamente, las decisiones de gasto que toman los gobiernos sin otro sentido que proporcionarles negocio tras negocio. ¿Qué gran empresa, qué banco, qué gran fortuna existiría como tal en España sin la ayuda del Estado? Posiblemente sobrarían dedos de las manos para poder contarlas.

Afirmar que las clases trabajadoras son los grupos sociales parasitarios que viven de los demás no es solo un mito sin fundamento sino una contradicción en su propio término porque es materialmente imposible que se pueda crear cualquier tipo de riqueza sin el trabajo y lo cierto es que los propietarios del trabajo solo reciben una pequeña parte del valor total que generan con su colaboración de todo tipo en la producción.

Son las grandes empresas, los bancos y las grandes fortunas que se generan en su entorno quienes han asaltado los Estados y conquistado el poder que les permite vivir de rentas y no de la innovación y el riesgo, protegerse con normas y leyes que ellos mismos escriben y apropiarse de la riqueza de otros, limpiamente unas veces y corruptamente las más, como desgraciadamente estamos viendo día a día en nuestro país.

Dicho esto, no puede negarse, sin embargo, que si el mito se ha difundido hasta la saciedad es en cierta medida porque buena parte de las izquierdas y de la representación de las clases trabajadoras han tenido históricamente una evidente confusión sobre la realidad que hay detrás del capitalismo. Lo han vinculado equivocadamente con el mercado y no han sabido apreciar que, aunque parezca una paradoja, la competencia y la eficacia en la generación de riqueza son y deben ser perfectamente compatibles con la solidaridad, con el bienestar colectivo e incluso con la cooperación. Y han creído con demasiada frecuencia que los ingresos y la riqueza son una especie de don o que el progreso y lo revolucionario consiste en creer que todo es gratis.

5 comentarios

Andres Niporesas 12 de mayo de 2017 at 13:52

A la hora de la eficiencia creo más en la colaboración que en la competencia. En mi opinión lo que más contribuye al bienestar y la equidad social son los adelantos científicos y tecnológicos. La mayoría de ellos desarrollados en las Universidades, otros impulsados por proyectos militares o científicos de carácter estatal (NASA, CERN o RKA) y otros- y sobre esto quiero llamar la atención- desde algunas, quizás escasas, grandes corporaciones que operaban rozando el monopolio.
Por la importancia que ha supuesto en la revolución actual que estamos viviendo voy a referirme al caso de la americana AT&T antes de que la ley antitrust la diezmase. AT&T era una empresa con un enorme presupuesto para investigación. De sus famosos laboratorios, Bell Labs, salieron avances tales como: los semiconductores, el transistor, el circuito integrado, las celdas solares, el láser, las redes de telefonía móvil, la fibra óptica, los satélites de telecomunicaciones, el sistema operativo UNIX, el lenguaje de programación C, la programación orientada a objetos (lenguaje C++)…Cuenta, en su corta historia, con 10 premios nobel en su haber. No hay campo que sus descubrimientos no hayan revolucionado: La medicina, la energía, la robótica, las comunicaciones, la informática, el aprendizaje, la alimentación, la organización de las empresas. Por otro lado Internet nace de un proyecto militar y el World Wide Web que populariza Internet abriéndolo a la mayoría de sus aplicaciones nace en el CERN .
La competencia, al reducir costes, suele olvidarse de la Investigación porque es incierta y cuesta mucho.

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alekine 12 de mayo de 2017 at 18:29

Hacer ciencia exige una disciplina que es necesario cumplir. No cualquiera es un científico y no cualquier estudio aporta conocimiento científico.
Una de la reglas básicas que debe seguirse para hacer ciencia es definir bien los conceptos o variables con los que se trabaja. Por ejemplo:
DEFINICION DE COMPETENCIA PERFECTA: …En una economía monetaria se dice que existe «competencia perfecta» cuando un bien o servicio cualquiera se vende o compra a un único y mismo precio»…
Esto es una buena definición de «competencia perfecta» con la que se puede o no se puede estar de acuerdo, pero …:
1) Asocia el concepto a algo que puede medirse, el precio de un bien o servicio.
2) Puede definirse un indice para medir cuan perfecta es la «competencia perfecta» en una economía, ademas de permitir comparar unas con otras…(como el indice Gini y otros).
En este articulo Juan Torres utiliza extensamente el concepto de «competencia perfecta» razonando y llegando a conclusiones concretas con el, pero no nos dice en ningún momento que es «la competencia perfecta». Esto no es una responsabilidad de Juan Torres sino de todos los economistas, ya que no se exigen a si mismos basar sus afirmaciones en conceptos bien definidos. Le atribuyen cualidades concretas como la de bajar los precios de los bienes …(lo hace Juan Torres en este articulo)…pero ignoramos como llegan a estas conclusiones.
¿ Cual es la definición oficial de «competencia perfecta» ? … yo lo ignoro porque en economía el concepto nunca llega a definirse.
…(La economía es una ciencia pero la mayoría de los economistas actuales no son científicos porque no tienen ningún interés en serlo)…

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Jose Candela Ochotorena 12 de mayo de 2017 at 19:43

Una cosa curiosa, que no suele ser advertida por los estudiantes de economía, es que, mientras la competencia es el mantra de la teoría económica, toda la teoría del management, sobre todo desde los años ochenta del siglo pasado, versa en torno a la utilización de la tecnología para crear situaciones de «monopolio». El propio Schumpeter, liberal donde los hubiera, centra toda su teoría sobre la innovación en los beneficios que persiguen las empresas de explotar la situación de monopolio que obtienen deseo los primeros jugadores.
Porter, publica sus dos principales obras, en torno al título de «La Ventaja Competitiva», para mostrar los cinco vectores de las posiciones de monopolio, como los que deben absorber la prioridad del tiempo de los directivos. Lo mismo podemos decir de la Revista «Strategic Management» cuyo objeto es el análisis de las estrategias que permiten a las empresas situarse, y mantenerse, en posiciones monopolistas, tanto en los mercados globales, como en los locales. De hecho, la moderna teoría de la administración, considera que las empresas medias, incapaces de posicionarse de forma monopolista, ni local ni globalmente, no tienen futuro.
Por cierto, que los laboratorios Bell, donde nació la moderna teoría de los Recursos Humanos, con los experimentos de psicología del trabajo y de los grupos de tarea, son la representación de lo que los EE UU fueron, cuando su imperialismo tenía aún el «aura» del liberalismo willsoniano. Luego, vino el complejo militar-industrial, y, como todo imperio, perdió la inocencia de la adolescencia.

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alekine 15 de mayo de 2017 at 19:18

Para darnos cuenta hasta que punto es perverso el concepto de «competencia» y su idealización, la «competencia perfecta», observemos los resultados a los que nos lleva:
– Nos obliga a liberalizar los capitales y las finanzas.
– Nos obliga a eliminar cualquier protección arancelaria.
– Nos obliga a fusionar los bancos.
– Nos obliga a hacer mas y mas grandes las empresas.
– Nos obliga a eliminar las empresas publicas.
– Nos obliga a eliminar a los sindicatos y las negociaciones colectivas.
– Nos obliga a bajar los salarios.
– Nos obliga a deslocalizar el trabajo.
– Nos obliga a …etc…
Todo ello en nombre de la «competencia» y en busca del ideal de la «competencia perfecta».
Hemos creado un Dios mucho mas perverso que el que crearon nuestros ancestros. Ellos sacrificaban los niños y las vírgenes en su nombre pero nosotros estamos sacrificando a la humanidad entera en nombre del nuestro. Un Dios que como el Yave de los judíos no tiene ni representación ni imagen.
Los economistas son culpables de la creación de este nuevo Dios, los de izquierdas y los de derechas, pero sobre todo … los de izquierdas … sobre todo ellos … los hijos de Marx y del valor-trabajo.

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Jesús Pérez Sánchez 25 de mayo de 2017 at 17:25

Los economistas neoliberales hacen sus propuestas de cara a beneficiar a los financieros y ricos, ellos justifican el sistema como un bien común para que haya riqueza y prosperidad. Después de tanto estudiar no se han dado cuenta que la economía debe estar al servicio del ser humano, y hacer una distribución de los bienes para el bienestar de todos.
Estoy muy de acuerdo con los planteamientos que defiendes.
Gracias por tu labor como profesional.

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