Ha muerto un militante cristiano y un amigo

  Acabo de enterarme que ha muerto, con 82 años, Julián Gómez del Castillo, un viejo militante cristiano, obrero y comprometido con los pobres casi desde la infancia, cuando llevaba periódicos a su padre, militante socialista, encarcelado en tiempos de la II República. 
 Yo lo conocí a mediados de los años 80. Vi unos carteles del Movimiento Cultural Cristiano llamando a combatir la pobreza y me puse en contacto con ellos. Desde entonces, Julián comenzó a invitarme a impartir charlas, la mayoría de las veces utilizando intensivamente los fines de semana en la casa que entre él y sus compañeros de militancia habían acondicionado en Unquera. Nunca olvidaré aquellos días y aquellos cursos. 
 La última vez que lo ví fue en un curso de verano que organizó en Torremocha del Jarama donde también habían creado, casi desde la nada, un magnífico centro de estudios y espiritualidad. Estaba mayor, pero igual de contundente que siempre, animado y dispuesto e ilusionado con su buen puñado de nuevos planes. 
 Yo no estaba de acuerdo con muchas de sus ideas (y de hecho he criticado últimamente a su Movimiento Cultural Cristiano porque me parecía que adoptaba algunas posiciones de extrema derecha) pero siempre me sentí estrechamente unido a Julián y tuve hacia él una profunda y sincera admiración: me gustaba su compromiso, su militancia constante, su generosidad, e incluso su mal genio hacia quienes consideraba vendidos a las clases ricas (a mí nunca me regañó, ni se enfadó conmigo, a pesar de que yo sé que también disentía de muchas de mis opiniones. Se lo agradezco y lo valoro). 
 Su editorial publicó varios de mis trabajos dándole una difusión inaudita gracias a su ínfimo precio (demostrando como él quería que se podían editar libros asequibles para todos) y a la distribución a base de militancia en plazas y calles.
 Con su muerte siento hoy el dolor que dejan estos vacíos, el desgarro profundo de sentirme un poco más solo, la tristeza de tener que soportar una ausencia más. Aunque me siento alegre por haber tenido la fortuna de haberlo conocido y de saber que, pese a todo, siempre seguirán existiendo personas como él, dispuestas a entregarse en cuerpo y alma a la causa de los pobres y desheredados.  Su recuerdo y la llama de su ejemplo siempre estarán entre nosotros.