Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Las alternativas imperfectas de la economía. La naturaleza del problema económico

En F.A. Muñoz (ed.) La paz imperfecta. Universidad de Granada 2001.

En este capítulo me planteo cuestionar el planteamiento que del conflicto y de la naturaleza de la solución de los problemas económicos realiza lo que podríamos denominar economía dominante o convencional y, a su socaire, realizar algunas reflexiones añadidas sobre lo que podría ser una manera alternativa de contemplarlos, procurando con ello adoptar una perspectiva más realista y más favorable al bienestar humano. Se trata, pues, de contribuir, ahora desde el punto de vista del análisis económico, a la problemática general de las Asoluciones imperfectas@ que aborda este libro.

Un intento semejante se enfrenta a tres grandes dificultades de partida que deben añadirse a la que por sí misma representa reflexionar sobre un asunto aún muy inexplorado y cuyas coordenadas básicas ni tan siquiera están fijadas con claridad.

La primera de ellas deriva del carácter polisémico que el concepto de economía tiene en castellano. Al mismo tiempo puede referirse a un determinado tipo de realidad, a un proceso social específico y, también, a un campo singular del conocimiento teórico y científico. El problema radica en que he de contemplar ambas dimensiones. Tendremos que discurrir al mismo tiempo en el campo del pensamiento y de las construcciones teóricas y en el de la realidad social, lo que obliga a moverse en terrenos retóricos diferenciados pero que, sin embargo, resultan inevitablemente interrelacionados.

La segunda de las dificultades proviene de una importante hipótesis que aquí asumo como de partida. A mi modo de ver, y sea cual sea la perspectiva desde la que se contemple, no podemos percibir el fenómeno económico como un conjunto de procesos, equili brios, relaciones cuya naturale za pueda observarse objetivamente desde fuera de sí mismos. Lo que comúnmente se entiende por lo Aeconómico@ o la Aeconomía@ no se trata de un fenómeno natural cuya naturaleza sea extrínseca a los seres humanos que lo analizan, sino que, por el contrario, es una expresión de la vida social de todos ellos y por eso se involucra de manera permanente con las relaciones humanas. Sólo desde éstas mismas es desde donde podemos contemplar lo, lo que equivale a decir que lo percibimos siempre de manera velada, al través de los prejuicios, ideas, inclinacio nes, preferencias o valores que son propios de las relaciones humanas y sociales. Si esto es aceptado, el lector debe considerar, entonces, lo que se le dice en relación con los fenómenos económicos con la prudencia de quien sabe se enfrenta al submundo de lo deseable, de lo normativo y de lo social o personalmente preferido. Los problemas económicos suelen presentarse con un halo de cientificidad que tiene más que ver con el misterio con el que se suele adornar el discurso teórico que con las certezas que es verdaderamente capaz de proporcionar.

Finalmente, no puede olvidarse que plantear, como queremos hacer en este trabajo, el problema de las alternativas a los problemas económicos equivale a abrir de plano el asunto de la propia naturaleza del «problema económico», algo que será difícil de cerrar con éxito en el reducido espacio que se ha convenido para esta reflexión.

Trataré de sortear estas dificultades no con el ánimo, que sería iluso, de ofrecer respuestas ni tan siquiera provisionales, sino con el de aportar reflexiones abiertas sobre un tipo de planteamiento, el de la paz imperfecta, que modestamente me parece que justifica el esfuerzo, por muy elemental que pueda resultar en su inicio.

Comenzaré por plantear cómo entiendo que se desenvuelve, en relación con el conflicto, el paradigma hoy día dominante en la economía y más adelante trataré de poner de relieve sus limita ciones, así como algunas líneas alternativas de pensamiento y acción que pudieran contribuir a que el inevitable conflicto que plantea la satisfacción de las necesidades humanas se pudiera resolver en condiciones de mayor bienestar y felicidad generales.

La armonía, la liberalidad

El paradigma dominante en el análisis económico es el resultado de desarrollar el llamado modelo neoclásico, que no es sino una formalización sofisticada del liberalismo decimonónico. Puede decirse que es el paradigma de la armonía y del equilibrio: en su virtud, se supone que los agentes económicos no son sino átomos de un universo específico, el que tiene que ver con los recursos que satisfacen sus necesidades, que puede resolverse en orden y equilibrio gracias al funcionamiento del Amercado@, un mecanismo que en este modelo es tan omnipresente como omnipotente.

El punto de partida del modelo es el individualismo, no sólo porque se parte de considerar que el máximo grado de satisfacción únicamente puede conseguirse como resultado de la acción individual, sino también porque se establece que no puede haber otra referencia para la evaluación de esa satisfacción que no sea el bienestar individual de cada uno de los agentes que intervienen en las relaciones económicas.

Se parte así mismo de suponer que los individuos son agentes completamente racionales, buscadores de la mayor satisfacción posible, bien sea de su utilidad cuando actúan como consumidores, bien de la ganancia cuando se trate de empresas .

A partir de estos supuestos se pueden obtener Afunciones de utilidad@ cuya maximización permite, precisamente, alcanzar equilibrios de mutua satisfacción cuando tales agentes interactúan en los mercados.

Estos maximizadores racionales se enfrentan a una dotación de recursos dada, y siempre escasa a tenor de la estrategia maximizadora dominante. Proceden, entonces, a efectuar eleccio nes, así mismo racionales, para lograr que su uso sea el que les proporcione la mayor utilidad, lo que necesaria mente implica que se utilizarán en su uso más valioso, esto es, conformando combinaciones entre ellos que sean los más «económi cas» posibles, es decir, técnicamente (desde el punto de vista de los costes de cada uno) eficientes.

La manifestación cardinal del comporta miento económico es, por lo tanto, la elección.[1]
El propio desarrollo natural de los intercambios proporciona una estructura natural y típica, que es el mercado, para que esas decisiones se lleven a cabo y para que sea posible lograr la optimalidad deseada y la eficien cia necesaria; y para que la elección de los agentes pueda llevarse a cabo con las necesarias referencias sobre el valor de las cosas y sobre las condiciones en que puede obtenerse la mayor utilidad . El mercado no son sino el ámbito en el que se realizan los intercambios, es decir, una estructura donde la demanda y la oferta manifiestan sus opciones sobre las cantidades disponibles y los precios dispuestos a pagar por cada una de ellas, a partir por supuesto de los anteriores criterios de maximización y raciona lidad. El precio determinado a partir del encuentro libre entre oferta y demanda es la expresión del valor y lo que permite alcanzar el equilibrio.

Sin embargo, para que esos precios revelen efectivamente las auténticas preferencias de los agentes y para que el equilibrio alcanzado a su través sea el más eficiente, el de máxima utilidad para todos los intervinientes en el intercambio, no puede tratarse de cualquier estructura de mercado, sino que deben darse el llamado Amercado de competencia perfecta@. Para que sea así, deben darse una serie de supuestos específicos e imprescindibles: que haya un número suficientemente elevado de oferentes y demandantes de modo que ninguno de ellos tenga capacidad de influir sobre los resultados o las condiciones del intercambio, información perfecta y gratuita al alcance de todos los agentes, ausencia de barreras de entrada al mercado, para que puedan incorporarse cuantos agentes adicionales lo deseen y homogeneidad en los productos que se intercambian.

Estas son condiciones relativas al funcionamiento mismo del mercado pero, hay que considerar que el mercado necesita también una serie de reglas o de normas en su entorno, una definición previa de los derechos y restricciones que tiene cada agente, precisamente, para que pueda funcionar como tal.

Esto último constituye una condición importante. No podría hacerse el uso adecuado de los recursos en la órbita de un mercado de competencia perfecta si no está sujeto a una serie de reglas y condiciones específicas y rigurosas que permitan, principalmente, su plena apropiabilidad, su transferibili dad y el carácter exclusivo y excluyente de la apropiación de la que puedan ser objeto.

Se trata, pues, de normas, de derechos, que constituyen los verdaderos soportes previos de la estructura de mercado. O lo sostienen si están adecuadamente definidos, o provocan su quiebra en otro caso.

A la hora de establecer tales derechos no hace falta, pues, ningún tipo de juicio estratégico o discriminante previo. Basta con que se sometan a una única y sencilla condición esencial: que respeten y favorezcan el intercambio y el ejercicio de la propiedad en el mercado. A partir de ahí, lo que deben hacer estos derechos es justamente no hacer nada, dejar que todo lo necesario lo haga el mercado.

Bajo otros supuestos subsiguientes a los que no hace falta hacer referencia ahora se deduce que los intercambios que se llevan a cabo bajo este régimen de competencia perfecta propor cionan una solución óptima de equilibrio, una situación comúnmen te denominada como «Óptimo de Pareto», que es de equilibrio y óptima porque se demuestra que no podría lograrse ninguna mejora en el bienestar (en la utilidad) de cualquier agente sin empeorar simultáneamente la de cualquier otro.

Es importante resaltar que la posibilidad de alcanzar esta situación de óptimo general, de bienestar social, es el resultado de realizar una traslación singular. El equilibrio fácil y convenientemente alcanzado en el encuentro entre dos agentes en un mercado, que se sustancia en la formación de un precio para el que se igualan las cantidades que ambos están dispuestas a demandar u ofrecer, según su caso, se  traslada a nivel global para toda la sociedad. Del equilibrio parcial en cada mercado se deriva el equilibrio general en todos ellos. De la máxima utilidad individual a la máxima utilidad social simplemente agregando la utilidad lograda por todos los individuos.

Y ello es posible porque la sociedad no se concibe como algo complejo sino como la mera agregación de los individuos, como el simple sumatorio de cada uno de éstos.[2]

Es en estas condiciones que puede deducirse que el mercado proporciona el orden adecuado y deseable del intercambio, en realidad, una dimensión especializada del orden natural, la que tiene que ver con la mejor disposición de los recursos que están al alcance de los individuos. Se concibe como un orden natural porque el equilibrio viene dado en virtud de la simple cataláctica, de la simple dinámica de los intercambios en condiciones de competencia perfecta, sin que le sea necesaria, por lo tanto, ninguna fuerza ordenadora heterónoma a los individuos, ninguna intervención exógena forzada, ningún límite a la actividad Alibre@ de los individuos en el contexto de lo establecido por los derechos a los que hace referencia.

En el universo del mercado, entonces, no hay espacio para que el conflicto al que pudiera pensarse que da lugar la existencia de recursos escasos se consolide o enquiste en la sociedad, como no existe tampoco lugar para el poder o la coerción cuando las reglas de la competencia están bien marcadas y cuando los precios pueden fijarse libremente. El mercado, la oferta y la demanda permiten resolver dicho conflicto y proporcionar el equilibrio maximizador buscado por los agentes y la red de derechos que salvaguardan el régimen de competencia perfecta evita, así mismo, que existan condiciones de asimetría, de influencia desigual, de poder o de coerción.

Es cierto que se reconoce el conflicto que deriva de la escasez de recursos y que se manifiesta en la existencia de usos alternativos entre ellos. Pero es un conflicto que se resuelve gracias a una técnica de elección dada que se fundamenta, como señalé, en la estrategia maximizadora, en la búsqueda del propio beneficio a través del cambio que deriva en optimalidad general y en la racionalidad: en y gracias al mercado.

No hay tampoco problema alguno de poder. De hecho, la teoría económica neoclásica ni tan siquiera lo toma en consideración formalmente o, cuando lo hace, lo contempla como una dimensión de la influencia que no implica coerción o que se da siempre fuera del mercado.[3]

En el primer caso (poder sin coerción) se trataría, por ejemplo,  del llamado poder de monopolio, el que puede disfrutar una empresa cuando se enfrenta ella sola a la demanda y puede entonces influir a su favor sobre las condiciones de equilibrio en el mercado. Sin embargo, incluso en este caso -contemplado efectivamente por el modelo- no se entiende que el monopolista tenga capacidad para influir sobre la demanda. Se acepta que está en condiciones de jugar con el precio a su mejor conveniencia, pero teniendo en cuenta que se enfrenta a una función de demanda decreciente (que reacciona frente a las decisiones sobre precios del monopolista), es decir, que ni tan siquiera el monopolista tiene plena capacidad para someter a la demanda a sus estrategias de precios.

El otro caso en el que se contempla necesariamente la existencia de poder o coerción, de influencia indeseada de un agente sobre otro es el de las llamadas Aexternalidades@, entendiendo por estas las acciones que un individuo lleva a cabo y que generan efectos (positivos o negativos, beneficios o costes) sobre un tercero. En este caso, no hay más remedio que admitir que la conducta de un agente (si se trata de externalidades negativas, por ejemplo) lesiona y, por lo tanto, condiciona o coarta la de otro al generar un determinado efecto externo, un coste que éste último ha de soportar sin haber intervenido en la acción que lo provoca. Pero, incluso en este caso se trata de situaciones donde el poder aparece justo fuera del mercado y la solución que propone el modelo no es redistribuir o limitar el poder de uno de los agentes, sino establecer una norma, un derecho, que se limite a Ainternalizar@ el efecto externo, es decir a llevarlo al seno del mercado, simulando o reproduciendo la solución al intercambio que daría el mercado.[4]

En definitiva, la solución que proporciona el modelo neoclásico es siempre armoniosa, de equilibrio espontáneo y de orden natural. No hay, pues, alternativas imperfectas. Incluso, de haberlas, podrían ser siempre reconducidas para perfeccionarse al universo del mercado.

El conflicto. La realidad

No se le puede negar al modelo neoclásico de competencia perfecta su extraordinaria potencia formal, su capacidad de generar un método omnicomprensivo de cualquier comportamiento humano, así como su valor altamente explicativo de las situaciones en las que el ser humano se desenvuelve como una simple agencia maximizadora. De hecho, incluso las situaciones, los procesos o los fenómenos que no se pueden catalogar directamente como sustantivamente económicos (la política, las instituciones y en general las relaciones sociales de no-mercado) se sustancian como tales en la misma medida en que se sea capaz de considerar que en ellas tan sólo se desenvuelven estrategias de elección y conflictos entre el uso de recursos escasos susceptible de usos alternativos.

Su problema radica, sin embargo, en que no es más que un sistema de respuestas cerrado. Las preguntas que se hace son sólo las que necesariamente hay que hacer para que sean válidas las respues tas que puede proporcionar el modelo, y no otras.

En particular, hay varios asuntos que no sólo quedan sin resolver, sino que ni tan siquiera se plantean.

El primero de ellos hace referencia a la propia naturaleza del asunto que se considera como el problema económico básico. En el modelo, el núcleo y el origen de este problema es la escasez, de la que se deriva, como hemos señalado, la necesidad de elección. De tal forma, que la economía, como señalaba Robbins, se limitaría a ser una pura formalización acerca de una dimensión muy singular de la naturaleza o de la actividad humanas. Es más, se llega a plantear que la propia naturaleza humana se sustancia en la elección, que ésta el la expresión primigenia y auténtica de la vida humana.

Sin embargo, hacer de la escasez el problema económico básico no solamente constituye una vulgar simplifica ción, sino una desconsiderada falta a la realidad de las cosas sociales. Como dice Polanyi no es cierto que la conducta económica se tenga que resolver siempre en condiciones de escasez y en términos de elección [5]. En primer lugar, porque se obvia que no todo problema de insuficiencia de recursos tiene por qué llegar a convertirse en uno de escasez [6]. Y, en segundo lugar, porque la existencia de normas, costum bres, leyes, instituciones, poderes, etc. implica que -incluso existiendo escasez y usos alternativos de los recursos- la elección no le es dada a los agentes, justamente porque estos toman sus decisiones supra-condicionados por todos o algunos de esos factores.

Resulta, pues, que el conflicto económico básico no es el que tiene que ver con el proceso individual de elección, sino con la determinación del uso necesario o posible de los recursos que luego le viene dado a los propios individuos.

En particular, las hipótesis neoclásicas sobre el comporta miento de los individuos son inaceptables en tanto que simplifican groseramente la naturaleza humana al concebir a los seres humanos como simples agencias maximizadoras. No hace falta considerar, como tratan de contra argumentar a veces los defensores del modelo, que el ser humano sea un ser cooperativo, generoso o idílico en todas sus dimensiones personales para entender que el supuesto del comportamiento egoísta es, sencillamente, incluso contrario a la experiencia y a la lógica de la ganancia y la utilidad cuando esta se evalúa en un largo plazo.

Por lo que hace referencia al predominio y prevalencia de la estructura de mercado no es preciso efectuar aquí la crítica sobre su verdadera operativa o menos aún de carácter axiológico sobre lo que implica y sobre lo que deja de implicar.[7] Tan sólo es necesario en este papel hacer referencia muy sumaria a la naturaleza de las soluciones que puede generar desde el punto de vista del conflicto y de las alternativas que implican para éste en el orden estrictamente económico.

Aún cuando pudiésemos suponer y aceptar que pudieran realmente alcanzarse las soluciones de optimalidad  que el modelo presupone, aún cuando pudiesen efectivamente darse las condicio nes necesarias para que los intercambios llegaran a realizarse en condiciones de competencia perfecta y, por lo tanto, se pudiera alcanzar una solución de máxima utilidad conjunta, aún así, no se podrían obviar sus limitaciones radicales en el campo de la acción social.

En primer lugar, tales soluciones «de mercado» nunca podrían serían soluciones de alcance social, en el sentido de que pudieran ser extensivas a la totalidad de los seres humanos. Ello es así porque, con independencia de la imposibilidad de que en la realidad se den las condiciones precisas para que el mercado sea de competencia perfecta, es imposible que se pueda concebir un mercado que reconociera la heterogeneidad real de los agentes que se involucran en los procesos económicos. El modelo, efectivamente, sólo puede funcionar haciendo homogéneos a todos ellos en su condición concreta de consumidores, empresas, buscadores de rentas, etc…. Esta es una condición básica, por ejemplo, para que pueda operarse con el concepto elemental de oferta y demanda. Pero, en la realidad más elemental de la vida social y de los procesos económicos incluso más simples (o al menos en la generalidad de ellos cuando adquieren cierta complejidad), resulta que la homogeneidad es una excepción, mientras que la heterogeneidad es la regla.

Un ejemplo paradigmá tico (y que es muy pertinente pues se refiere a un conflicto económico de gran actualidad) se produce en el análisis neoclásico del mercado de trabajo. Se supone, en este caso, que el nivel de desempleo existente es el resultado de la interacción de la oferta y la demanda de trabajo, de forma que si existe paro se trataría tan sólo de un momento de desequilibrio voluntario que podría resolverse en la simple reducción del precio del trabajo.[8] Un hecho evidente para el observador menos vinculado al análisis económico es que dentro de lo que se denomina «demanda de trabajo» existen una multitud de categorías, esto es, que responde a una heterogeneidad absoluta. De ahí, no sólo el irrealis mo, sino la falacia elemental que comporta un análisis de estas caracte rísticas que, sin embargo, se sostiene de manera generalizada para «explicar» el paro y para proponer a la sociedad remedios para Aevitarlo@.

Todo esto es así porque el análisis neoclásico parte de un supuesto esencial ya mencionado más arriba: la sociedad no es sino el resultado de una mera agregación de comportamientos individuales que se reputan homogéneos en la medida en que se entienden cortados todos por la misma y única medida del comportamiento maximizador y racional. No puede percibirse, pues, ningún tipo de conflicto que sea resultado, como son los conflictos con los que nos enfrentamos en la realidad, de la propia diversidad de los intereses personales, de la diferente condición individual, de la interacción compleja entre ellos.

En segundo lugar, la solución que pudiera proporcionar el mercado sería ahistórica, o si se quiere expresar de otra forma, estaría necesariamente condenada a no poder traspasar nunca un determinado momento de tiempo. Esto es sencillamente así porque el modelo es un modelo estático. El equilibrio que se presupone la expresión de la máxima utilidad y eficiencia, del bienestar general, no existe sino como una pura instantaneidad. El largo plazo, la historia, la acción de los agentes a lo largo del tiempo sólo se puede percibir en el modelo neoclásico como una sucesión discontinua de momentos, de instantes. Tampoco, entonces, puede percibirse un conflicto que se manifieste (como ocurre también en la realidad) como proyección temporal de la vida social, que tenga que ver con la inevitable continuidad con que se producen los fenómenos humanos y, lógicamente también, los económicos.

Finalmente, y aunque pueda parecer a primera vista una sorprendente paradoja, resulta que la solución de mercado, aún cuando pudiera llegar a considerarse de bienestar en el sentido paretiano o en cualquier otro, no sería nunca, sin embargo, una solución de satisfacción o insatisfacción, es decir, relevante desde el punto de vista de la posición de los seres humanos frente al problema básico de la necesidad.

Eso es así porque la solución (óptima) que pudiera proveer el mercado lo sería tan sólo en términos de eficiencia técnica, relativa a los costes implicados en el intercambio, expresiva solamente de que los recursos se han utilizado de la manera más valiosa posible. Pero, en realidad, eso nada tiene que ver con el grado de satisfacción de necesidades efectivamente alcanzado por los agentes (como gustan de decir los economistas ortodoxos) que intervienen en los procesos económicos. Bien porque sólo afectará a quienes han tenido acceso efectivo al intercambio, bien porque tampoco tiene que ver con el reparto final de recursos que se haya podido dar entre los individuos. Así, en un caso extremo se podría dar una situación de Amáximo bienestar social@ aunque la inmensa mayoría de la población no hubiera intervenido en los intercambios porque no disfrutara de renta suficiente para pujar por la oferta o aunque la distribución resultante implicara que sólo un agente disfrutase de todos los recursos y los demás de nada.

Ocurre que, efectivamente, la solución de mercado puede ser óptima con independencia de la distribución de recursos a que se haya podido dar lugar utilizando los recursos de la forma técnicamente más apropiada.

Tampoco hay, en consecuencia, lugar para el conflicto distributivo, aunque es evidente que el hecho de que el modelo neoclásico no lo contemple no implica, por supuesto, que dicho conflicto deje de ser el verdadero asunto que afecta a la satisfac ción de las necesidades humanas.

En suma, el modelo neoclásico supone un ejercicio de formali zación espectacular, por lo versátiles y por su carácter cerrado y omnicomprensivo. Comporta una determi nada condición humana -la egoísta-, una específica regla de comporta miento -la maximización y la elección racional-, una estructura de satisfacción omnipotente -el mercado- y un criterio validado de bienestar -la optimalidad relativa a la asignación técnica de los recursos. A partir de ahí es posible diseñar el problema económico de tal forma que no haya otro lugar para la desarmonía que no sea el del conflicto entre objetivos que, sin embargo, se resuelve sin dificultad para lograr el equilibrio general de máxima satisfacción social siempre que se deje actuar al mercado.

Sin embargo, todo ello no es más que un complejo constructo formal capaz nada más que de generar un mundo puramente virtual. El problema radica en que no es posible forzar a la sociedad para que ésta llegue a ser lo que presupone el modelo: una suma de individualidades maximizadoras, racionales y ocupadas tan sólo en elegir de forma que los recursos se asignen de la manera menos costosa. Como tampoco se puede negar lo que es una evidencia elemental: que los mercados, salvo excepciones limitadísimas en la experiencia real, no pueden ser de competencia perfecta, porque las condiciones que deben darse inexcusablemente para que lo sean no pueden generarse en la realidad, lo que da lugar a la existencia generalizada de mercados imperfectos que, lejos de proporcionar soluciones de bienestar general, implican poderes y privilegios de los que disfrutan tan sólo una minoría de agentes que de hecho los dominan y establecen las condiciones del intercambio a su propia conveniencia.

Todo ello es lo que revela el profundo irrealismo del modelo. Y, lo que aún es mucho peor, su verdadera función ideológica: echar un velo sobre una realidad que, a su pesar, muestra radical mente su verdadera naturaleza conflictiva, inestable y sumida en un profundo malestar. Los economistas que asumen el modelo neoclá sico como perspectiva de análisis y base para sus propuestas de acción social suelen rehuir la utilización del término capita­lismo para hacer referencia a la realidad económica de nuestra época. Es la manera, quizá, de no tener que afrontar el hecho indiscutible de que el discurso del mercado como generador de soluciones de armonías y equilibrios perfectos no es sino un simple discurso formal que vuelve la espalda a las verdades sociales para salvaguardar el interés de los poderosos.[9] La realidad muestra que los mercados tienden inevita ble mente a la imperfección y a la generación de asimetrías que se resuelven permanentemente en poderes desigua les y en coerción. Y, sobre todo, que soslayar el conflicto de la distribución implica asumir sin contestarlo un sistema social donde la insatisfacción de las mayorías combinada con el despilfarro y la opulencia de unos pocos es la regla.

Desde estas perspectivas no pueden afrontarse soluciones que propicien más bienestar efectivo ante las realidades de frustración, malestar y carencia que hoy día predominan en el mundo de la economía de mercado y sobre cuya expresiones concretas y dramáticas no es necesario abundar en estas páginas[10]: sencillamente, porque el pensamiento económico dominante no las incluye en el «problema económico», no las contempla como tales, como asuntos que formen parte de la agenda de la que deben ocuparse los mercados.

Una visión alternativa del problema económico

Desde el planteamiento más elemental podríamos afirmar que la economía es un tipo específico de actividad humana que concierne al uso de los recursos y a la satisfacción de las necesidades. Como dice POLANYI(1994, 78), hay un aspecto físico de las necesidades que forma parte de la condición humana y que da lugar a lo que él llama un tipo sustantivo de economía: la que tiene que ver con el hecho esencial y básico de que el ser humano necesita un entorno físico que le proporcione suficiente sustento.

La economía entendida en este sentido sustantivo es justamente ese proceso que proporciona a los individuos los medios materiales para satisfacer sus necesidades. Se trata de un proceso en el que se genera una patente y doble dependencia del ser humano, respecto de la naturaleza y también respecto de sus semejantes, puesto que para lograr su sustento interactúa nece sariamente con ambos.

Pero ello se realiza siempre a un doble nivel. Por un lado, el de la interactuación del individuo con su entorno y, por otro, el de la necesaria institucionalización de esa primera interac ción.

En el primero de ellos, que es el que explica el resultado material en términos de supervivencia, POLANYI (1994, 104 y ss.) distingue a su vez dos tipos de momentos o de cambios: el de la localización, que implica cambio de lugar cuando las cosas se desplazan en el espacio, y el de la apropiación, que lleva consigo cambio de manos, cuando cambian la persona o las personas que disponen de las cosas. El cambio en la apropiación implica, pues, no sólo la adquisición de las cosas, sino las condiciones en que la apropiación se puede llevar a cabo, los derechos que incorpora, el alcance de la disposición, etc.

Este último sería el ámbito de los llamados «poderes de apropiación» (PEARSON 1994, 48) que necesariamente han de quedar establecidos como componentes del sistema económico, pues en su virtud se ordenan las relaciones entre los seres humanos en lo que se refiere a la adquisición y disposición de las mercancías y bienes de valor que son objeto del intercambio.

Su definición social es realmente la clave de la economía. Es tablecen, como dice PEARSON (1994,49), «una matriz institucional que ordena las relaciones económicas», una especie de malla o red de compromisos sociales y políticos que condicionan las relacio nes económicas verdaderamente posibles, las condiciones para dar y tomar que pueden llegar a establecerse en un sistema dado.[11]

Resulta entonces que el ámbito de lo económico no puede definirse sin tomar en consideración ese medio ambiente de poder y decisiones que aparentemente están fuera de él mismo.

Si se entiende la Economía y la actividad económica de esta forma elemental pero realista, resulta que implica soluciones que no le son intrínsecas, porque el problema económico no es un problema que se termine en él mismo sino que sólo se plantea inevitablemente vinculado al conjunto de decisiones sociales de las que depende realmente el uso posible de los recursos.

Lo económico, ahora en su sentido más general, no puede concebirse, entonces, simplemente como una forma de utilizar los recursos dados a través de la elección, sino como lo que tiene que ver con la decisión global sobre el uso posible y deseable de los mismos. No se puede referir tan sólo a la manera de utilizar lo escaso, sino a las condiciones en que es deseable procurar más o menos satisfacción a unos u a otros o a todos los seres humanos, sean o no suficientes los recursos disponibles.

Lógicamente, eso no quiere decir que el propio problema económico no tenga una identidad propia como tal, con independen cia de su condicionamiento desde el ámbito de los poderes de apropiación. Una vez que a través de éstos la sociedad establece la estrategia de satisfacción posible es preciso preservar determinadas lógicas, respetar leyes o, entonces, aplicar determinadas reglas que permitan economizar la dotación de recursos dada (aunque, efectivamente, ésta regla no tiene por qué ser la de la maximización sino, por ejemplo, la de reciprocidad o la de la sustentabi lidad).

Lo que resulta de todo ello relevante, sin embargo, es que las alternativas a cualquier tipo de problema económico son conflictivas en su origen y generan también conflicto en cuanto se alcanza su resultado pues están inevitablemente siempre planteadas en un ámbito al que el conflicto le es consustancial: el del poder.

En este contexto es difícil pensar, pues, que exista la alternativa perfecta, el equilibrio natural en donde pueda identificarse un nivel de satisfacción idéntico para todos los agentes. El problema económico es, por el contrario, una sucesión continuada de decisiones que comportan limitacio nes o añadidos de poder en el uso de los recursos para una parte u otra de la sociedad. La negociación, el equilibrio imperfecto, más llanamente, el continuo desequilibrio, la recomposición permanente de los presupuestos de asignación y distribución y, en suma, la búsqueda de soluciones que respondan a los intereses cambiantes es en realidad la condición natural, y no la del Aorden@ del mercado, en la que se plantean y resuelven los asuntos económicos.

La naturaleza de la solución del problema económico.

El hecho de que la «solución de mercado» liberal no se vea concernida por el conflicto relativo al poder del que depende realmente la definición de los poderes de apropiación no implica, lógicamente, que éstos no desempeñen el papel que efectivamente juegan como determinantes de las alternativas a los problemas económicos. De hecho, la prueba palpable de que estos poderes determinan el desenvolvimiento real de los intercambios es que los mercados tienden continuamente a la imperfección y se convierten, como consecuencia de que dichos poderes no son neutros sino que están asimétricamente distribuidos, en auténticos generadores de soluciones de impacto muy desigual sobre los diferentes agentes económicos.

Por eso no puede aceptarse el simplismo con que el liberalismo se autocalifica como una propuesta de acción social que favorece la libertad y repudia la coerción. La política, el derecho y las reglas que conforman el ecosistema del mercado y de las que se derivan las decisiones económicas están inevitablemente involucradas en relaciones de poder y dominación. Asumir el orden del mercado implica todo lo contrario de lo que afirman los liberales: es aceptar un mecanismo de regulación social que lleva consigo la pérdida de autonomía y la ausencia de libertad real en cuanto que limita radicalmente las posibilidades de realización personal que dependen de la satisfacción material. El mercado Alibre@, la Asociedad de mercado@, comporta la imposibilidad de que todos los seres humanos tengan garantizado su sustento, porque para ello se requiere disponer de dotaciones de recursos iniciales o adquiridos que no estarán nunca a su alcance como consecuencia, justamente, de que los mercados imperfectos y asimétricos realmente existentes imponen condiciones y derechos desiguales, que salvaguardan la propiedad y se desentienden de quien no dispone de nada.

Se reconozca o no en la retórica liberal, la solución a los problemas económicos, cualquiera que ésta sea, no depende del funcionamiento de un mecanismo autorregulador ajeno a las relaciones sociales, sino que implica inevitablemente operar sobre los poderes de apropiación para establecer los derechos o facilidades que se proporcionan a los diversos sujetos en relación con los recursos, y para determinar el fin estratégico al que se somete la solución concreta de uso de los mismos.

La solución del problema económico no es, entonces, una simple técnica de asignación, el mero resultado de aplicar criterios de maximización que procuren la eficiencia. El proceso económico no consiste tan sólo en lograr que los recursos se utilicen en su uso más valioso, sino que es el resultado de la determinación previa de un objetivo estratégico acerca de la finalidad a la que va a estar sometida la actividad humana que tiene que ver con los recursos que pueden proporcionar sustento.

En la economía capitalista, dicho objetivo estratégico no es otro que la consecución del lucro privado, y la actividad económica, los procesos, las normas que la regulan y las decisiones que se adoptan se desentienden de hecho  del bienestar generalizado, entendido éste como satisfacción efectiva de las necesidades sociales colectivas.

Esto ha podido ser históricamente así porque éste último objetivo de sustento garantizado para toda la sociedad no es tampoco un criterio de percepción y de asunción unívocas por la sociedad, no es un objetivo Anatural@ o consustancial a la naturaleza humana, como no lo es el de maximización. No todos los seres humanos disponen de la misma situación de partida, cada uno tiene un Avector de realizaciones@, en expresión de Sen (1997,77), diferente y cada uno de ellos, o cada grupo social, tiene diferentes capacidades para lograr que su deseo estratégico se erija en objetivo de toda la sociedad. El capitalismo no es sino el resultado de la imposición de la estrategia de uso de los recursos que conviene a determinados grupos sociales, el resultado de un ejercicio explícito del poder para comprometer a toda la sociedad en un uso específico de los medios materiales, de la naturaleza y del propio esfuerzo humano.

Por eso, cualquier otro uso o escenario económico alternativo no puede ser sino el resultado de la asunción colectiva de un proyecto social distinto y no del desenvolvimiento de leyes naturales, de una dinámica objetiva que se imponga a la sociedad desde fuera de la voluntad de los seres humanos o de las clases sociales, como se quiere hacer creer que ocurre con el capitalismo.

Si se asume, entonces, que la propuesta liberal de armonía y equilibrio no es sino una respuesta ideológica que sirve de velo para ocultar un sistema de dominio y frustración general, que en realidad exacerba el conflicto y genera la violencia de la insatisfacción, debe pensarse en una forma de abordar el problema económico diferente, sobre otras bases de relación social, con procedimientos de decisión que permitan que todos los intereses sociales tengan opción a la hora de definir los objetivos de uso de los recursos y que parta de un compromiso sobre el poder que no permita que éste sólo esté al alcance de los privilegiados.

En tal sentido, me parece que se pueden establecer dos requisitos previos esenciales que pueden servir de corolario o, casi mejor, de inicio para otras reflexiones que continúen este trabajo.

El primero de ellos, que si la solución al problema económico no puede ser concebida como algo neutro y de interés general, sino como un vector resultante de la confluencia de fuerzas de interés, expectativas y preferencias diferentes y quizá distantes, conflictivas entre sí y sólo en contadas ocasiones generadoras de armonía social, es preciso que predomine la negociación y la búsqueda de fórmulas de transacción con ganadores y perdedores que serán por definición imperfectas.

El segundo, que si ello es así, para solucionar el problema del sustento humano no se precisa de una simple técnica, ni tan siquiera de un mecanismo asignador universal, sino del establecimiento de mecanismos que permitan dilucidar conveniente, eficaz y transparentemente las preferencias sociales efectivas. Y este lugar no puede ser el mercado porque, como es sabido, éste no funciona en todos los ámbitos de la acción humana encaminada a la satisfacción y porque, cuando funciona, no puede tener en cuenta más que las preferencias que pueden ser expresadas sino en «votos monetarios», lo que implica que no pueden ser tomadas en consideración más que las de quienes disponen suficientemente de ellos.

Ambas cuestiones llevan a una exigencia común y principal: abordar el problema económico desde la perspectiva estratégica de lograr la satisfacción general, el sustento efectivo del ser humano, requiere sobre todo y como punto de partida una verdadera democracia y un compromiso social que asuma el reparto y la satisfacción del otro como el imperativo ético primario de la acción social.[12]

La discusión de fondo que quería plantear en este papel no acaba, pues, aquí. Empieza ahora. Lo que a mí me parece seguro es que proporcionar respuestas a estas últimas cuestiones es la única manera de conseguir que la vida económica no se resuelva en frustración y padecimiento para la mayoría, sino en bienestar y en paz, por muy imperfecta que ésta sea.

BIBLIOGRAFÍA CITADA

ANISI, D. (1992). Jerarquía, mercado, valores: una reflexión económica sobre el poder. Madrid. Alianza.

BARTLETT, R. (1989). Economics and Power. An Inquiry into Human relations and Markets. Cambridge. Cambridge University Press.

BOULDING, J.K. (1990). Three faces of Power. Newbury Pak, Ca. Sage Pub.

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O’NEILL. (1998). The market. Ethics, knowledge & politics. London. Routledge.

OVEJERO, F. (1994). Mercado, ética y economía. Madrid. FUHEM-Icaria.

PEARSON, H.W. (1994). Introducción a POLANYI (1994).

PERROUX, F. Poder y economía. Madrid. I.C.E.

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TORRES, J. (1987). Análisis económico del Derecho. Panorámica doctrinal. Madrid. Tecnos.

(1998). Sobre democracia y economía. Algunas reflexiones contra corriente. Revista Internacional de Filosofía Política n1 12, pp.29-45.

[1] La expresión más conocida de esta idea es la de Robbins: ALa Economía es la ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios escasos suceptibles de usos alternativos@. ROBBINS (1935), 16.

[2] ANo existe la sociedad, existen los individuos@, decía M. Tatcher. POLANYI (1994, 86) lo ve de otro modo: AHacer de la sociedad un conjunto de átomos y de cada individuo un átomo que se comporta según los principios del racionalismo económico colocaría el total de la existencia humana, con toda su riqueza y profundidad, en el esquema referencial del mercado. Afortunadamente, no puede lograrlo: los individuos tienen personalidad y la sociedad tiene una historia. La personalidad se forma a través de la experiencia y la educación; la acción implica pasión y riesgo; la vida exige fe y creencia; la historia es lucha y engaño, victoria y redención. Para cubrir el vacío, el racionalismo económico introdujo la armonía y el conflicto como los modi de las relaciones entre individuos@.

[3] Vid. BARTLETT, R. (1989) 3 y ss. Un análisis más general en TOOL y SAMUELS (1989). Dos trabajos desde otro enfoque son los de BOULDING (1990) y PERROUX (1989). Entre los estudios realizados en España destacan los de ANISI (1992) y TOMÁS (1992).

[4] Esta problemática es una de las que dio lugar en su día a un campo de estudios conocido como análisis económico del derecho. Sobre  el particular que se menciona en el texto puede verse TORRES (1987).

[5] POLANYI (1994), 96 y ss.

[6] Dice POLANYI (ob.cit., 98): AEn realidad, la variedad de medios puede hacer más difícil la elección que, aún así, sigue siendo necesaria. Muchas veces, elegir es una actividad odiosa, incluso dolorosa, pero se debe tanto a la abundancia como a la escasez de medios. La elección, entonces no implica necesariamente insuficiencia de medios, ni esta última implica necesariamente elección o escasez. Pongámonos en el último caso: para que surja una situación de escasez no tiene que haber sólo medios insuficientes sino que éstos deberán obligar a elegir. Ahora bien, para elegir tienen que darse dos condiciones adicionales: varios usos de los medios, puesto que si no no habría qué elegir; y varios fines jerarquizados, o si no no habría razones para elegir@…@El concepto bifurcado de economía, al unir la satisfacción de necesidades materiales con la escasez, postula nada menos que la insuficiencia de todas las cosas materiales@ (p. 100). Y más adelante establece una clave esencial para entender cómo la percepción errónea de la economía neoclásica deriva de una confusión originaria: AUna necesidad omnipresente de elección surgió de la insuficiencia de un medio universalmente empleado: el dinero… A partir de entonces cobró cuerpo la creencia universal de que no había suficiente para todos…Una vez que el ser humano quedaba circunscrito a ser >un individuo de mercado=, la proposición a la que aludimos era fácil de justificar@ (p. 101).

[7] Un buen análisis sobre todas sus implicaciones en OVEJERO (1994). Vid. También CORRIÉRAS (1998) y O’NEILL (1998).

[8] Nótese que en este caso el conflicto se resuelve mecánicamente por la simple vía de la disminución del precio de trabajo, sin necesidad de más intervenciones en el mercado, lo que implica que en reralidad no hay conflicto…(siempre que se acepte que el trabajo humano es una simple mercancía y que cualquier salario establecido en el mercado es aceptable, con independencia del grado de satisfacción que proporcione!

[9] Como decía hace tiempo la economista británica Joan ROBINSON (1976, 92), Alos neoclásicos…han construido una gigantesca estructura de teoremas matemáticos sobre una base inexistente…)Cómo se explica? )cómo es posible que personas muy inteligentes e instruidas se comprometan en una postura insostenible? Tal vez la teoría neoclásica resulte aceptable porque >parece=  aportar la justificación del sistema de beneficio que deseaban hallar los antiguos neoclásicos. Renueva la justificación del laisser faire: lo que es rentable bien está. Nadie debe interferir con los hombres de negocios, éstos saben siempre cuál es la mejor solución@.

[10] Vid., por ejemplo, los informes anuales del Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas donde se da buena cuenta de la desigualdad y de la insatisfacción que afecta a la inmensa mayoría de la Humanidad.

[11] Una de las grandes contribuciones de Polanyi fue demostrar  que es precisamente la existencia de esa red de compromisos sociales y políticos la que no permite al individuo sacar la máxima ventaja Aeconómica@ de las relaciones de dar y tomar entre las personas en cuanto a las cosas materiales (PEARSON 1994, 47).

[12] Sobre el papel de la democracia en los procesos económicos y en el capitalismo vid. TORRES (1999).

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