Publicado en Público. es el 19 de mayo de 2020
En menos de veinticuatro horas se han producido cuatro declaraciones muy importantes que reflejan que la Unión Europea está metida en un auténtico galimatías. Se suceden las tomas de posición contradictorias y, en el río revuelto, Francia y Alemania se ponen de acuerdo para reforzar su dominio y allanar el terreno a sus grandes empresas.
La primera declaración fue del economista jefe del Banco Central Europeo, Philip Lane, al que entrevistó hace unos días el diario El País.
Dando muestras de sensatez, Lane afirmó que para el BCE «es importante asegurarse de que existe financiación para proteger contra los riesgos y apoyar la recuperación en todos los países de la UE» y, en consecuencia, que «asegurará condiciones de financiación estables para todos los países».
Era una declaración importante porque reflejaba que el BCE es consciente de la gravedad de la situación en la que se encuentran las economías europeas y del papel imprescindible que debe cumplir si quiere que se salga con éxito de la situación. De hecho, era también una declaración polémica, pues casi reconoce que el BCE pisa la competencia prohibida de financiar a los gobiernos. ¿Qué diferencia hay, en la práctica, entre financiar a un gobierno y asegurarle que tendrá financiación estable? En el caso del BCE, sólo una sola: financia a los gobiernos dando un recoveco, comprando a la banca y los grandes fondos privados la deuda gobernamental que estos han comprado previamente, proporcionándoles así un magnífico negocio a costa de financiar con más coste a los gobiernos.
No es lo ideal, por esta última razón, pero no se puede negar que una declaración de este tipo es esperanzadora porque, al menos sobre el papel, significa que quien puede poner el dinero suficiente para que las economías europeas (y quizá el proyecto político de integración) no se vengan abajo, está dispuesto ponerlo.
Sin embargo, la declaración del economista jefe del BCE no aventura grandes horizontes porque, en una situación de emergencia como la actual, no basta sólo con hacer declaración de intenciones. Hay que ponerse en marcha y, para que el BCE lo haga en este caso, debe de tener algo que financiar. Sin que haya un movimiento en la misma dirección de los gobiernos y la Comisión Europea, es decir, en la dirección de poner sobre la mesa el amplísimo plan de gasto que es imprescindible para el conjunto de la economía europea y, en particular, para las de Italia y España que representan casi un tercio del PIB total. Para ello hace falta coordinación y complicidad y, como esto no existe, la buena actitud del BCE que denota la declaración de su economista jefe está condenada a ser un simple canto de sirena.
En todo caso, no pasaron ni veinticuatro horas antes de que el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, hiciese otras declaraciones que estaban en las antípodas de las anteriores. Afirmó que serían necesarios recortes de gastos y subidas de impuestos para evitar una nueva crisis de deuda.
Es difícil valorar ambas declaraciones sin caer en el desconcierto: si hay financiación segura, suficiente y estable, como dice el Banco Central Europeo que habrá, ¿por qué dice entonces el Banco de España que hay que sacrificar de nuevo a la economía para evitar una crisis que se produce, precisamente, cuando no hay financiación suficiente, segura y estable? ¿Van cada uno por un lado? ¿Están jugando a policía bueno y policía malo? ¿Cómo se puede permitir que dos instrumentos tan decisivos para las orquesta de la economía europea toquen cada uno con una partitura distinta? ¿Con qué declaración hemos de quedarmos?
La tercera declaración importante fue la de Romano Prodi, ex primer ministro italiano y ex presidente de la Comisión Europea. Es decir, alguien para nada sospecho de anti europeísmo o radicalidad. También en una entrevista realizada en los últimos días, afirmó: «Si Francia, Italia y España siguen juntas, cambiará la Unión Europea».
Llevaba mucha razón y, de hecho, eso era lo que me atrevo a creer que pensaba una buena parte de la ciudadanía frente a la cerrazón de países como Holanda y Alemania, cuando se niegan a tomar medidas cooperadoras para hacer frente a los daños que ya ha empezado a producir la pandemia en Europa.
Cabía pensar que esa idea de Prodi podría convertirse en un vector de fuerza en la política europea, capaz de impulsar un cambio efectivo de orientación. Pero semejante expectativa también duró muy poco. No pasaron ni veinticuatro horas tras su declaración cuando se anunció un encuentro entre Ángela Merkel y Emmanuel Macron que daría lugar a una cuarta declaración.
En este caso, las dos primeras potencias de la Unión Europea comunicaron su acuerdo para crear un fondo, vinculado a los presupuestos, de 500.000 millones de euros y destinado a financiar la reconstrucción de los sectores y regiones más afectados (mediante subvenciones y no créditos) orientados a impulsar y acelerar la transición ecológica y digital y el fortalecimiento de la capacidad y soberanía económica e industrial europea.
No cabe duda de que se trata de una decisión extraordinaria, pues supone un incremento sin parangón en el presupuesto de la UE aunque, eso sí, de carácter «temporal y específico». Como también es destacable que permita financiar la reconstrucción sin necesidad de aumentar la deuda de los países que los reciban, y a pesar de que el comunicado no habla de Estados que vayan a recibir las subvenciones sino de regiones y sectores (empresas), para dar cabida así a las del norte de Europa. Pero, siendo una noticia positiva en esos aspectos, hay que decir que es inadecuada e insuficiente en el momento en el que estamos.
Sería una medida extraordinaria y quizá suficiente en tiempos normales, pero no en los de emergencia actuales. El Parlamento Europeo acaba de reclamar un fondo cuatro veces más grande, España había propuesto uno tres veces más cuantioso y alguien tan moderado como el eurodiputado de Ciudadanos Luis Garicano había pedido hace poco el doble de dinero. ¿Cómo se explica que ahora el presidente del Parlamento, Pedro Sánchez o Garicano celebren y aplaudan un acuerdo de Merkel y Macron muy por debajo de lo que decían que era necesario? ¿Nos engañaron antes haciendo sus cálculos o ahora, aceptando una cuantía tan reducida respecto a sus pretensiones?
La dotación del fondo es a todas luces insuficiente si se toma en consideración la caída del PIB que se está produciendo en toda Europa. Aunque, si sólo fuera un primer paso que viniese acompañado de otras fuentes complementarias de financiación, eso no sería lo peor. El problema que pueden tener España e Italia es que no lleguen sanas y salvas, sino con miles de empresas menos, a la reestructuración; a diferencia de lo que ocurrirá con las economías del norte de Europa que (con la ayuda desigual de las ayudas estatales que les aprueba la Comisión Europea) están aprovechando esta crisis para capitalizar sus empresas.
Como he dicho ya en varias ocasiones, lo que ahora se necesita no es ayuda futurible para reconstruir sino garantizar desde ya que la economía no se destruya, que las empresas no mueran y puedan reactivarse, sobre todo, en Italia y España. Y eso no lo garantiza este nuevo acuerdo. El eje franco-alemán da por hecho que esas dos economías van a caer y lo que hacen Alemania y Francia es prepararse para reconquistar y reforzar su dominio en Europa.
La clave está en tres palabras del comunicado de la reunión: «soberanía económica e industrial». Un objetivo que ni las dos grandes potencias, ni las instituciones que dirigen la Unión Europea, nunca han entendido en el sentido de una soberanía europea compartida efectivamente por todos los Estados miembros, sino como la ejercida por sus exclusivos gobiernos (otro acuerdo bilateral al margen de los demás es la prueba) y por los grandes «campeones europeos», es decir, por sus grandes empresas. Lo que, una vez más, buscan Alemania y Francia no es otra cosa que allanarles el terreno en los mercados europeos aprovechando que la Covid-19 para por Europa. Eso es lo único que les importa y lo que, en realidad, se está cociendo en los despachos europeos.
Si Francia ha renunciado a generar un eje alternativo al que gira en torno a Alemania, España, Italia, Portugal y Grecia no deberían renunciar a defender sus intereses comunes. Por dignidad nacional y por razones económicas, nos costará muy caro no hacerlo.