Publicado en La Opinión de Málaga. 8-02-2004
Un año después se confirma todo. Por si hiciera falta.
Era mentira. Lo sabíamos, pero ahora podemos decirlo con completo fundamento. Sencillamente nos engañaron, hicieron lo que les había venido en gana y para ello recurrieron a los argumentos que le parecieron más convincentes. Pero eran falsos. Mintieron. Sencilla y abiertamente.
Collin Powell mostró mapas, películas y fotos que quiso hacer pasar por pruebas definitivas. Algunos decían con chanza que estarían sacadas directamente de los catálogos con que ofrecieron ellos mismos las armas al dictador. Otros ironizaban: hubiera bastado con sacar los albaranes del expediente de los criminales aupados por ellos mismos años antes. Pero prefirieron mentir.
Ahora sabemos ya con certeza que aquellos lanzacohetes de las fotos de Powell eran las mismas armas que la ONU había destruido, que los artefactos móviles no eran soportes de armamento químico sino instalaciones para producir hidrógeno y que no era cierto tampoco que a Sadam le faltase tan sólo un elemento para disponer de la bomba atómica, como también Powell había advertido. Su convicción tan firme de entonces era una farsa.
Ahora sabemos ya con certeza que nos mintieron.
Aunque en realidad consuela de poco confirmar su mentira. ¿Es peor mentir para matar que la propia autoconstrucción del objeto del terror?
El mundo parece estar condenado a combatir monstruos que inicialmente alimentan los mismos que luego ofrecen en el altar la sangre de otros para liberarnos de ellos. Y siempre por las mismas razones. Demasiados talibanes, dictadores, terroristas, unos anónimos y a rastras otros de su postmoderna simbología relumbrante, comieron y bebieron de la mano maestra, cuando a Estados Unidos les interesó antes combatir al reino del mal, a los miserables de cualquier rincón del planeta o, sencillamente, preservar sus riquezas allí donde fuera. Primero los auparon como sus obedientes lacayos, a base de dinero y armas, y luego los convirtieron ellos mismos en demonios contra quienes lanzan a media humanidad.
¿Y es peor la mentira, o esta depravante programación del mal, que la doble moral con la que luego revisten siempre su palabras y acciones? Siempre igual. Los mismos que vomitan denuestos contra unos dictadores dan cobijo sin disimulo a otros, los suyos, como Pinochet, cuyos crímenes protegieron y cuyo terror amamantaron en su día con mucho más que cómplice comprensión.
Y dejan siempre caer con desdén que la mentira es mejor no menealla, y una irresponsabilidad querer sacar de sus escondrijos los trapos sucios. La típica vieja excusa del orden: mentir para no provocar disturbio, para no remover lo que a nadie más que a unos le es dado conocer. Pero también falsa porque, como decía Carlyle, la mentira es el compendio de todos los desórdenes.
Vivimos efectivamente en la mentira y por eso convivimos permanentemente con el desorden del sufrimiento, del terror y del hambre. La mentira en la que estamos sumergidos llama a otras veinte más y el orden falso de los mercados y de la libertad se autoconsume en su propia falsedad, porque para serlo efectivamente debería ser disfrutada por todos.
Suele ocurrir, sin embargo, lo que advirtió con razón Oscar Wilde, que no hay falsedad tan insensata que no la apoye algún testigo. Hoy día, los grandes medios.
Allí es donde se reconstruye con mimo la realidad falsa para que la ocultada lo sea para siempre y se difunda una verdad que no es nada más que la verdad de quien la narra. Berlusconi controla el noventa por ciento de la programación televisiva en Italia, según el Financial Times. Así es como se puede mentir.
Más de setecientos periodistas acompañaban a los triunfales tropas en la invasión de Irak. Y un periodista norteamericano se quejaba, mientras tanto, de que «los programas de información de las grandes cadenas no se ocupan de cubrir la guerra, sino que se dedican a hacer promoción. Su mensaje es que Estados Unidos tiene la fuerza y el poder, que hemos de preparamos para propinar a Saddam Hussein una buena paliza y que cualquiera que se nos oponga es sospechoso».
Y se puede mentir a conciencia también cuando se está imbuido del fundamentalismo que lleva a creerse el centro de cualquier razón y la fuente de toda verdad. El procurador General estadounidense, John Ashcroft, declaró hace unos meses que las libertades que se toma Estados Unidos «no son otorgadas por ningún gobierno o documento, sino que son atributo de Dios”
¿Cómo dudar entonces, cómo no creer, cómo no tener derecho incluso a mentir?
Por eso, lo que se está haciendo no es solamente mentir, por grandes que están siendo las mentiras. Lo que hacen es reconstruir a su antojo todo aquello que nos rodea, ajustar el mundo a la escala minúscula de su ideario primitivo, jibarizar la libertad en todo el planeta para que nadie pueda sentir de otro modo a como sienten y piensan los que se han arrogado el derecho a ser exclusivos escribanos de la verdad. No se trata ni siquiera de tratar de ocultarnos, como a los niños, la fuente potencial de un peligro, con el que nos amenazan de continuo, como a los niños. Se trata en realidad de construir otra realidad, la suya. O mejor aún, de hacer desparecer cualquier otra realidad que no sea la que ellos asumen como expresión refleja de su verdad.
Como dice Jean Baudrillard en el título de uno de sus libros, lo que hacen no es otra cosa que cometer el “crimen perfecto”: asesinar aquello que los delata, lo que todos podemos ver y que muestra la cruda expresión de su egoísmo, de su desprecio al otro, de su mentira, de su compromiso exclusivo con el lucro.
El problema de estas mentiras es que no son solamente la gracia que le es dada a quien está en la más alta cima del poder. Lo malo es que la mentira de Bush, de Blair, de Aznar, de Berlusconi, su compromiso exclusivo nada más que con su propia verdad, con la que sólo ellos han construido tras el crimen perfecto de la realidad del otro, es el ejemplo que siguen los demás. La mentira, el allanamiento a cualquier precio del camino para alcanzar el poder, la destrucción del adversario y la concepción de la libertad y la democracia como algo que se puede vaciar y cuartear se convierte así en el cuaderno de bitácora de los aspirantes a cualquier parcela del poder. Si los grandes mienten de esta forma, los demás tenemos barra libre. Aquí vale todo.