Publicado en Sistema Digital el 21 de junio de 2013
Ya he explicado en otros artículos y en el libro Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero que escribí con Vicenç Navarro, que los recortes de gasto que llevan consigo las políticas de austeridad son un auténtico engaño. Se justifican diciendo que solo con ellos se puede recortar la deuda para que a continuación vuelva a generarse crecimiento y empleo, pero lo que demuestran los estudios empíricos es lo contrario. Al recortar el gasto en etapas de recesión (ya de por sí de gasto insuficiente) lo que sucede es que disminuye la actividad, el empleo y los ingresos y que, por tanto, finalmente aumenta aún más la deuda.
Además, cuando estas políticas de recortes se presentan como de ‘austeridad’ tienen también otro efecto no menos importante a la hora de garantizar el sometimiento de la población. Cuando lo que se reclama es la austeridad -algo con lo que nadie puede estar en desacuerdo- se está sugiriendo que es imprescindible una terapia frente a un despilfarro anterior. O, como suele decirse, para pagar el pecado de haber vivido «por encima de nuestras posibilidades». Su imposición genera en la gente un sentimiento de culpa que atemoriza, confunde y paraliza.
Pero, con independencia de ello, los recortes de gasto público social también llevan consigo otras consecuencias muy peligrosas de los que se habla aún menos. Por ejemplo, un mayor control político del conocimiento.
Con la excusa de que hay que recortar gastos se ha reducido la financiación a la universidad pública y se están aprovechando los recortes para concederle un papel mucho más determinante aún en toda la actividad universitaria a la evaluación de la actividad investigadora del personal universitario, que en España se realiza desde hace años mediante los llamados sexenios (unos complementos salariales que nacieron para retribuir la productividad investigadora y que se han convertido en medida de su «calidad») y los procedimientos de acreditación que llevan a cabo las agencias de evaluación nacional o autonómicas.
Yo soy totalmente partidario de que se evalúe la actividad docente e investigadora de los universitarios. Y de hecho, cuando fui vicerrector de ordenación académica y profesorado de la universidad de Málaga entre 1987 y 1990, puse en marcha uno de los primeros procedimientos de evaluación que se realizaron en España, tanto en los dos primeros ciclos como en el doctorado.
Pero lo que ahora se está produciendo es un verdadero control político del conocimiento cuando se empiezan a establecer las nuevas obligaciones docentes (horas de clase) o cuando se hace depender la participación en comisiones de selección, la dirección de tesis doctorales o la promoción a las diferentes categorías contractuales o del funcionariado, entre otras cosas, en función de los sexenios o de la acreditación conseguidos en procesos de evaluación que, sobre todo en algunas áreas del conocimiento, son claramente arbitrarios y muy sesgados ideológicamente.
En España, como en otros países, estos procesos se basan originalmente en criterios puramente cuantitativos que simplifican al extremo la valoración de la producción científica, reduciendo o eliminando por completo cualquier atisbo de debate o controversia sobre su calidad efectiva, mediante la aplicación de índices que solo pueden tener en cuenta (en el mejor de los casos) el número de publicaciones más o menos ponderado por rangos no menos discutibles referentes a las revistas donde aparecen, y el número de citas.
Los efectos de este tipo de evaluaciones son claros. Los investigadores, en lugar de tener como objetivo de su actividad científica el descubrir nuevos conocimientos, han de orientarla necesariamente a obtener el mayor número de publicaciones consideradas como valiosas por dichos indicadores. Así ha de ser, pues de ello va a depender su financiación, su promoción profesional, su capacidad de decisión y su incardinación en la academia o incluso las horas de clase que van a tener que impartir.
Ese incentivo perverso tiene multitud de efectos negativos. Así, se promueve la firma colectiva como práctica oportunista para lograr más y más rápidas aportaciones susceptibles de ser valoradas positivamente aunque en la mayoría de las ocasiones eso no responda ni a la realidad de la actividad realizada por cada investigador, ni a necesidades de división del trabajo científico que se realiza.
Además, la exigencia de multiplicar al máximo la publicaciones lleva a que resulte más rentable a los investigadores el dedicarse a ‘versionar’ sin descanso un trabajo, descubrimiento o planteamiento o modelo original a base de introducir muy pequeñas variaciones posteriores que se dirigen a diferentes revistas, sin que ninguna de ellas suponga alguna novedad importante o un incremento efectivo del conocimiento.
Un estudio realizado en Francia al respecto ha mostrado claramente que aunque el número de publicaciones en el área de economía se ha triplicado desde la mitad de los años 90 del siglo pasado no puede decirse que haya mejorado sustancialmente su calidad (Bosquet, C., Combes, P-Ph., y Linnemer, L., «La publicationd’articles de recherche en économie en France en 2008. Disparitésactuelles et évolutionsdepuis 1998». Rapportpour la Directiongénérale de la recherche et de l’innovation, DGRI, 2010).
Cualquier investigador que se comporte con un mínimo de racionalidad en este régimen de evaluación debe consagrar mucho más tiempo y esfuerzo a multiplicar las publicaciones preparando diversas versiones y a estar presente allí donde se puede conseguir influencia o redes que faciliten la publicación, que a investigar. Y así resulta que estos métodos de evaluación, aparentemente encaminados a medir la productividad y la calidad académica, incentivan comportamientos que limitan ésta última y que se basan en un sentido claramente distorsionado de la primera. No reflejan la productividad como una mayor capacidad de aportar conocimiento efectivo sino como la de colocar menores dosis de él en mayor número de publicaciones. Se promueve la productividad «publicacional», si vale el barbarismo, que no tiene mucho que ver en estas condiciones con la productividad científica.
La evaluación cuantitativa de los resultados del conocimiento tiene otro efecto no menos negativo. Para poder llevarla a cabo es por lo que se ha ido limitando a tomar en consideración los artículos publicados en revistas, que pueden ser jerarquizados y catalogados en función de dónde se publiquen, en detrimento del conocimiento publicado en libros o cualquier otro tipo de monografías, que hoy día no tienen prácticamente valor alguno, o muy escaso, a la hora de acreditarse o de ser evaluado para recibir sexenios.
Las consecuencias de esto último son variadas. Una es que los investigadores que quieran ser evaluados positivamente solo deben abordar temas que se puedan exponer en el espacio reducido y en la forma convencional que se suele establecer en las revistas. Tienen que renunciar así a exponer pasos intermedios, derivaciones de sus análisis, matices y, sobre todo, las dudas y preguntas y las cuestiones transversales y sintéticas que cada vez son más necesarias para poder conocer la realidad, pero que es casi imposible trasladar a los espacios muy especializados y por definición más cerrados, en todos los sentidos del término, de las revistas.
La generalización de la publicación en revistas ha estandarizado la expresión del conocimiento y el conocimiento mismo al establecer no solo el encuadre formal de los textos sino los contenidos, los enfoques, e incluso los postulados e hipótesis de partida «convenientes» en cada una de ellas, de modo que salirse de ese saber establecido conduce de modo prácticamente inevitable al ostracismo y a la imposibilidad de ser evaluado positivamente, pues es seguro que no se podrá publicar en las revistas que sirven de referencia como de mayor calidad e impacto.
Es por eso que el poder de evaluación efectivo recae en última instancia en los equipos que mantienen y evalúan las publicaciones en las revistas que encabezan los ranking de las más destacadas: las que están formadas por miembros de los departamentos y grupos de investigación más destacados, que son aquellos cuyos miembros publican en las revistas más destacadas. Así se crea un círculo vicioso de conformismo y de redes de autentico clientelismo en donde es muy difícil que penetre la luz de enfoques novedosos, alternativos o contrarios a lo que habitualmente se publica en esas revistas por los autores solo de aquello que sus evaluadores consideran que es publicable, y que lógicamente nunca podrá ser diferente de lo que sostienen o defienden. ¿Cómo tratar de publicar en una revista si el autor o autores no se ajustan a los criterios de publicación o enfoques normalizados que mantiene?
En definitiva, el predominio de este tipo de evaluación ahoga la disidencia, la duda, la innovación, la ruptura con el saber establecido…, es decir, justo los factores que sabemos perfectamente que han sido siempre los que han promovido realmente el conocimiento y los que han hecho que de verdad avance la ciencia.
Lógicamente, no puede ser muy ajeno a todo ello el hecho de que la gestión de los trabajos que se incluyen en el ‘Journal Citation Reports’ (JCR en la jerga de los investigadores) que sirve como base de referencia sacrosanta de la evaluación cuantitativa esté controlado por una sola y poderosa multinacional, Thompson Reuters, o que estos métodos de evaluación se hayan comenzado a aplicar con especial disciplina en ciencias sociales, y muy especialmente en economía, justo en los años en que se vienen imponiendo las políticas neoliberales. No es casualidad que éstas se justifiquen con el paradigma neoclásico que predomina en las publicaciones de las revistas mejor consideradas y lo cierto es que pueden aplicarse más cómodamente en la medida en que eludan más ampliamente la crítica social. Lo que puede conseguirse cuando el pensamiento económico y social en general se hiperespecializa y pierde el contacto con la realidad al desarrollar un tipo de conocimiento encerrado en sí mismo, abstracto y completamente ajeno a la complejidad e interconectividad que tienen los fenómenos económicos y sociales.
Ahora bien, si en casi todo el mundo viene ocurriendo todo esto, en España la situación es mucho más grave porque los procesos de evaluación son opacos y ni siquiera los criterios cuantitativos se aplican objetivamente sino a nuestra carpetovetónica manera clientelar y corrupta.
Aquí predomina una arbitrariedad constante que da lugar a decisiones contradictorias, a resoluciones caprichosas y sin fundamento alguno, que muchas veces no pueden disimular que se toman ad hoc o incluso ex post de haber decidido el resultado. En el caso particular de la economía, que mejor conozco, se han hecho fuertes grupos de poder de clara significación ideológica o al menos, por decirlo más sutilmente, de evidente connivencia paradigmática, que aplicando este tipo de criterios van consolidando una forma de investigar conservadora y uniformada que poco a poco va dejando fuera del juego académico a quienes optan por generar cualquier otro tipo de conocimiento o por difundirlo a través de otras publicaciones, cuyo impacto, por cierto, suele mucho mayor, la mayoría de las veces, que el de las revistas convencionales.
Al igual que pasa fuera de España, la producción bibliográfica mejor valorada en economía presenta, eso sí, una gran variedad de temáticas, pero una extraordinaria homogeneidad que se traduce en un gran irrealismo y abstracción, en una gran coincidencia en las perspectivas de análisis y en la asunción de conclusiones que terminan justificando un mismo tipo de políticas.
Es por eso que puede afirmarse que la imposición de este tipo sesgado de evaluación, en todos los campos del saber científico pero sobre todo en los que tienen más que ver con juicios de valor y con las diferentes preferencias sociales, como la economía, es un claro intento de control (político) del conocimiento que se acelera en estos momentos gracias a la oportunidad que proporcionan los recortes asociados a las políticas de austeridad.
Los resultados de son tan paradójicos y significativos como el que mencionaba recientemente el profesor de Sociología de la Universidad de Oviedo, Holm-DetlevKöhler: la investigadora Saskia Sassen que acaba de recibir el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, «una de las científicas más importantes de nuestra época, no ha conseguido ningún sexenio, ninguna acreditación, frente a los criterios de nuestras agencias de evaluación, que anteponen siempre el mismo criterio: tres publicaciones JCR (Journal Citation Reports) en los últimos cinco años. Sassen no tiene ni una, sino que ha publicado libros e informes, fruto de proyectos de investigación de verdad y referencias fundamentales para académicos comprometidos, ha publicado numerosos artículos en medios de gran difusión, etc., pero se ha resistido a la práctica de inflar su currículum con artículos estandarizados sin interés ni lectores, más allá de círculos de amigos de citación mutua».
11 comentarios
Fuente acrátas.net
A qué se llama austeridad
El verdadero sentido de la palabra austeridad sólo se conoce cuando se enlaza con la modestia. Lo modesto es rehusar lo innecesario, desde el momento en que lo innecesario nada significa. Se es naturalmente modesto, mas no por renuncia, sino por predisposición, por ideales o por instinto. De tal forma se es igualmente austero; se rehúsa el lujo porque el lujo nada significa, pero no se renuncia al lujo.
Sería absurdo que, en nombre de la austeridad, renunciara un mendigo al dinero, o un eunuco a la aventura galante; o un resentido a la espontaneidad de la danza. En su verdadero sentido se llama, pues, austeridad a la modestia o predisposición a rehusar lo innecesario, y así es como generalmente hubieron de entenderlo los romanos, y como nunca lo entendieron los españoles.
Que los mendigos, que los asténicos o que los resentidos prediquen la austeridad es, pues, absurdo, como también lo es que la prediquen los políticos, cuando el más alto grado de austeridad estriba, o debiera estribar, en rehusar el trato con el Estado.
«Yo soy importante, y tú, un pelagatos;
me reúno en Claustro y levanto el dedo,
ungido como estoy de instituciones.
Visto de toga, hablo entre susurros,
siempre rodeado de estatales misterios.»
(Escuela de Mandarines)
MIGUEL ESPINOSA
(El más grande escritor español)
LUNES, 19 DE SEPTIEMBRE DE 2011
Sr .Juan Torres . ¿Es posible que yo le haya visto en una tertulia en Intereconomía? Porque le recuerdo que usted se negó a darnos cortes de voz a los trabajadores de Canal Sur Radio porque decía que nuestra empresa tenía sesgo.
El sesgo de llamarle de manera individual por apostar por su punto de vista, porque los redactores, cuando eligen a un experto, le pagan en saliencia. Ese era el sesgo de quienes les llamábamos. Juan Torres.
Hola Juan: Excelente artículo! Gracias! También el de hoy domingo en la prensa… Mucho en común con lo que cuentas aquí, aunque en un plano más general, en las explicaciones de David Harvey sobre la construcción de la hegemonía «cultural» de la nueva – o ya no tanto – derecha durante las últimas décadas… También todo la discusión de Naomi Klein sobre la figura y la larga sombra de Milton Friedman…
Para la huelga que estamos planteando parte del PDI en la US, estaría muy bien montar unas jornadas sobre estas cuestiones que planteas, y sobre las «luces y sombras» de la aplicación del EEES, otra cara de este asunto aplicado a la docencia…
Saludos cordiales!
Buenos días, Juan.
Me alegro de que lo veas así. Llevo años diciendo lo mismo en privado y en público. Y en órganos de gobierno donde procede. No sirve de nada. Hemos caído en la trampa y estamos sometidos a un estado de sugestión general.
Aunque espero que algún día, algún niño diga aquello de «el rey está desnudo», a ver si los engañabobos se avergüenzan y el rey se viste con ropa de verdad.
Excelente artículo.
Como menciona Juan, la situación no es exclusiva en España, pero sí que aún peor. Que sea peor en España va asociado a que la evaluación tiene en España una tradición de control (no de formación), propio de los sistemas burocratizados (centralizados y con funcionariado), como expone Jordi Molas-Gallart en un artículo reciente en American Journal of Evaluation (http://aje.sagepub.com/content/33/4/583.short).
Sólo añadiría que empiezan a haber fuertes críticas a estos sistemas de evaluación, incluso desde las élites de la ciencia, como explicamos brevemente en un blog en The Guardia (http://www.guardian.co.uk/science/political-science/2013/may/17/science-policy). Siempre al reflujo internacional, también en España tendríamos que ser capaces de dejar de utilizar estas evaluaciones automáticas, burdas, epobrecedoras e uniformizantes.
Hola,
cuando los nacís invadieron Polonia mataron ( diezmaron) a todo el que tuviera estudios académicos, funcionarios y hasta a los carteros ( ya no hablo a los judíos). Indiscutiblemente es una estrategia de dominio. Es preciso estudiar si ese tipo de aniquilamiento lo puede evadir una población con medios propios. Y en su caso, con que medios. Como evaden las ratas ese tipo de exterminio? Quizás sicologicamente hay que reconocerse como ratas ( proletarios) para poder actuar como tales.
Cualquiera que sea la estrategia de evasión, creo que debería empezar por formar una alianza de todos los que estamos fuera. Los chinos exteriores están organizados fantasticamente. Podría utilizarse algo como Change?
Saludos y suerte
EZ
Así es, Juan.
20 años de dedicación completa, formando y dirigiendo miriadas de personas en todos los planes y niveles universitarios, con resultados brillantes y numerosos proyectos docentes implantados; 20 artículos científicos, publicados en revistas académicas, 3 de ellas JCR, resultado de la investigación de más de 20 años, con numerosas colaboraciones permanentes y puntuales,con más de 50 citas entre ellos, y dos libros de investigación y divulgación, un manual y «Las mentiras de la crisis…», con más de 60.000 descargas en internet…
Total, la solicitud del primer sexenio denegada hace dos años y la promoción profesional, ya ni eso, el mero reconocimiento profesional, estancado: «Su investigación no tiene el suficiente impacto internacional».
Al tiempo, mi departamento es uno de esos que albergan una parte del matrix: un catedrático consigue, por medios más que dudosos, que incluyen la financiación derivada de una fundación pública (universitaria) y el establecimiento de cadenas de favores permanentes, crear una revista «científica», y, oh, sorpresa, colocarla entre las Top Five del JCR. Las cadenas de favores incluyen, entre otros, la publicación por parte de colegas cercanos en ésa u otras revistas «controladas» en artículos con otros investigadores a los que no conocen y/o en los que no han participado ni en una coma, o la colocación de artículos en las revistas con consignas a los evaluadores pares, o incluso sin pasar por proceso de revisión por pares.
Cada vez estoy más cabreado, ya no porque ya me afecte esta degeneración en lo personal y cotidiano, no. Cada vez estoy más cabreado porque ante la degeneración irremediable a la que nuestro sistema industrial de desarrollo nos aboca sólo se apueste por, e impongan, huidas hacia adelante que ahondan y aceleran el colapso, y la mayoría, aún en silencio, lo permitimos…
Saludos,
Buen artículo sobre el autismo universitario en las disciplinas de ciencias sociales. No todas las revistas de referencia son grupos de amigos y círculos neoliberales, pero si la mayoría. La generalización puede conducir a equívocos y no es buena. Como profesor asociado jubilado, no he sufrido las presiones del corralito académico, pero si que las he podido observar y, no solo de neoliberalismo se nutre la mafia universitaria. En las secciones de organización y estrategia de empresa, puede haber cosas tan curiosas como la moda de los recursos humanos, donde la investigación es peor que nula: Es irrelevante, por la enorme distancia entre lo que se dice en las cátedras y lo que ocurre fuera de las aulas.
Acabo de incluir un enlace a este interesante artículo en la entrada de 25-6-2013 en nuestro Blog Foro Unives de defensa de los investigadores de las universidades españolas: http://forounives2010.blogspot.com
Me emociona leer el artículo y comentarios que nos permiten respirar en la asfixiante atmósfera de la dictadura burocrática de baremos ilógicos a la que han sido conducidas, con el beneplácito del silencio de muchos, las universidades españolas. Hay que lamentar que los numerosos ministros y ministras de Educación que han desfilado por ese Ministerio, de uno y otro partido, no han sido capaces de resolver este problema, y en muchos casos ni siquiera lo han intentado. Los firmantes del Manifiesto de los Sexenios, aproximadamente 2000 de los cuales la mitad somos profesores de Economía y Empresa (por ser las áreas más afectadas y peor tratadas por esas cúpulas de poder), hemos mantenido una resistencia modesta pero constante durante 10 años (2003-2013) ante las injusticias que tanto daño están haciendo al papel que la universidad debe tener como motor de progreso económico y social.
Está claro que Wert sabe lo que hace y no engaña a nadie, otra cosa es que caigamos en su trampa y sigamos enredados en el falso debate al que nos lleva siempre, sea este la religión, la EPyC, las becas… Nos desangramos en un debate estéril que solo afecta a lo accesorio, pero olvidamos lo fundamental: que controlar el conocimiento es una puerta a controlar la economía y las plusvalías y, al final de todo, los beneficios económicos y el bienestar social.
» Precisamente por eso. Porque conocemos el valor de las redes sociales y del conectar constantemente con las personas a través de cualquier medio. Y también, por supuesto, porque creemos indispensable que la gente conozca lo que decimos en el libro.