Publicado en La Opinión de Málaga. 6-01-2005
Diversos diarios acaban de informar que un empleado de banca de la localidad alpujarreña de Tevélez ha estafado unos 20 millones de euros a sus vecinos. El avispado dejó de trabajar como director de una sucursal bancaria y montó una empresa de jamones. Con el señuelo de devolver la inversión con intereses del 20% pedía aportaciones a sus vecinos, que enseguida se iban convirtiendo en ambiciosos inversores.
Parece mentira que en aquel pueblo que es la cuna del jamón, y en donde tanto saben de eso, hubiera casi trescientas personas que pudieran creer que los perniles de don Antonio pudieran ser tan anormalmente rentables. Pero se lo creyeron, dicen, porque el caballero «tenía un pico de oro».
El estafador, como no podía ser menos, ofrecía unos documentos contractuales a sus codiciosos vecinos en los que permitía que la aportación inversora se hiciera en jamones, divino material que a su vez podía servir para hacer frente al pago de los intereses o del principal de la inversión si llegado el momento del pago no dispusiera don Antonio de la liquidez necesaria.
En fin, que mire usted por donde el producto que a mi juicio resume las más elevadas gracias de la Creación se ha convertido en un vulgar objeto de estafa incluso para los que seguramente se encuentran entre los más expertos jamoneros del planeta.
Claro que esto último no puede extrañarnos si comprobamos, por ejemplo, que en las páginas web de las asociaciones de consumidores todavía previenen de cómo evitar estafas y timos como el del tocomocho o la estampita que uno pensaba que estarían ya superadas en esta tecnologizada época de la segunda modernización.
Pero que nadie se crea que todas las víctimas de estafas son los cazurros de los de antes que todavía quedan. Diversas páginas web muestran el incremento y la variedad de engaños de todo tipo que están proliferando en internet y del que son víctimas personas de cuya condición uno podría esperar más inteligencia y menos codicia tan insensata.
Una de las páginas más acreditadas señala que en 2004 se ha registrado un incremento del 400% en los engaños a través de la red respecto a 2003 e indica los tipos de fraudes que más van a darse en este año. El más habitual y peligroso será el de robo de identidad a través de diversas formas de virus o parásitos informáticos que elaboran los piratas malos de nuestra época. Gracias a estos mecanismos logran apropiarse de los datos personales o bancarios, de las claves y de otras informaciones confidenciales con las que después realizan todo tipo de operaciones: desde compras a inversiones fraudulentas.
También van a incrementarse las ofertas falsas de trabajo con el objeto de disponer de datos personales o de recibir cantidades a cuenta, la obtención de información a través de otros aparatos como los móviles (donde ya se recomienda no guardar ningún tipo de información valiosa o delicada) y, por supuesto, también dicen que aumentarán otros engaños que son las versiones postmodernas de la estampita y el tocomocho.
Estos últimos se llaman la estafa nigeriana o la china porque ha proliferado en internet un tipo de mail que ofrece la posibilidad de ganar grandes sumas de dinero procedentes de fortunas de ministros o autoridades nigerianas caídas en desgracia, de hacerse con los saldos de cuentas bancarias chinas sin dueño aparente, o de recibir los elevados premios de loterías de otros países. Sin olvidar las gangas en la compra de coches u otros productos de lujo allende las fronteras.
También puede parece mentira pero hay miles de personas que se dejan llevar por esos engaños tan aparentemente elementales.
Claro está que todo esto es como la variedad al por menor de los timos que hoy día se extienden por el mundo. Al fin y al cabo, la historia de los jamones o la versión tecnológica de Toni Leblanc haciéndose el tonto junto a la Estación de Atocha es pecata minuta comparada con las grandes estafas económicas de nuestro tiempo.
Quienes de verdad se ponen las botas engañando a la gente son compañías tan conocidas como Enron, Arthur Andersen, el Banco de Bilbao Vizcaya, Parmalat y tantas otras que han estafado miles de millones de euros y dólares. Unas, en sus propios países y a cara descubierta y, otras, en los llamados paraísos fiscales, territorios donde no hay leyes ni apenas regulación fiscal de ningún tipo y en donde se pueden cometer todo tipo de tropelías financieras.
Claro que para estafa buena la que está preparando George Bush en Estados Unidos privatizando la Seguridad Social. El tocomocho del que se van a aprovechar los bancos norteamericanos es el siguiente. La seguridad social de Estados Unidos acumuló en los últimos años casi 150.000 millones dólares en bonos del tesoro gracias a los superavit en los ingresos que viene teniendo. Para justificar que el sistema pase a manos privadas Bush se está dedicando a decir que quebrará en pocos años, pero lo cierto es que eso sólo ocurrirá si se provoca y, sobre todo, si declara -como ha sugerido- lo que se llama un «default soberano» de esos bonos, es decir, la negativa del Estado a pagarlos considerando que ya no valen nada.
En un periódico tan respetable como The York Times se decía el pasado 10 de enero a propósito de esta pretensión de Bush que «el Presidente es irresponsable por siquiera insinuar que los Estados Unidos podrían no cumplir con sus obligaciones de deuda».
Incluso sin necesidad de ahorrarse esa deuda, la magnitud de las ganancias que deparará a la banca el negocio de la privatización de la seguridad social (que significativamente llevó a cabo por primera vez en el mundo el general terrorista Augusto Pinochet) será ingente.
Y todo eso, sin hablar de la estafa que supone el enjuague del dinero negro que realizan los bancos reforzando la «economía criminal global», como la llama Manuel Castells, la cual se alimenta con mecanismos e instrumentos, como el secreto bancario, que no quieren erradicar los gobiernos ni las instituciones internacionales. Esas sí son las estafas de nuestro tiempo que pueden llegar a ser grandes, precisamente, porque las cometen los poderosos.
Lo curioso es que para engañar con jamones a trescientos alpujarreños ávidos de ganar dinero sólo haga falta un piquito de oro y para estafar a millones de ciudadanos con gigantescas e injustificadas privatizaciones o con cuentas invisible sólo sea necesario tener cara dura.
Diversos diarios acaban de informar que un empleado de banca de la localidad alpujarreña de Tevélez ha estafado unos 20 millones de euros a sus vecinos. El avispado dejó de trabajar como director de una sucursal bancaria y montó una empresa de jamones. Con el señuelo de devolver la inversión con intereses del 20% pedía aportaciones a sus vecinos, que enseguida se iban convirtiendo en ambiciosos inversores.
Parece mentira que en aquel pueblo que es la cuna del jamón, y en donde tanto saben de eso, hubiera casi trescientas personas que pudieran creer que los perniles de don Antonio pudieran ser tan anormalmente rentables. Pero se lo creyeron, dicen, porque el caballero «tenía un pico de oro».
El estafador, como no podía ser menos, ofrecía unos documentos contractuales a sus codiciosos vecinos en los que permitía que la aportación inversora se hiciera en jamones, divino material que a su vez podía servir para hacer frente al pago de los intereses o del principal de la inversión si llegado el momento del pago no dispusiera don Antonio de la liquidez necesaria.
En fin, que mire usted por donde el producto que a mi juicio resume las más elevadas gracias de la Creación se ha convertido en un vulgar objeto de estafa incluso para los que seguramente se encuentran entre los más expertos jamoneros del planeta.
Claro que esto último no puede extrañarnos si comprobamos, por ejemplo, que en las páginas web de las asociaciones de consumidores todavía previenen de cómo evitar estafas y timos como el del tocomocho o la estampita que uno pensaba que estarían ya superadas en esta tecnologizada época de la segunda modernización.
Pero que nadie se crea que todas las víctimas de estafas son los cazurros de los de antes que todavía quedan. Diversas páginas web muestran el incremento y la variedad de engaños de todo tipo que están proliferando en internet y del que son víctimas personas de cuya condición uno podría esperar más inteligencia y menos codicia tan insensata.
Una de las páginas más acreditadas señala que en 2004 se ha registrado un incremento del 400% en los engaños a través de la red respecto a 2003 e indica los tipos de fraudes que más van a darse en este año. El más habitual y peligroso será el de robo de identidad a través de diversas formas de virus o parásitos informáticos que elaboran los piratas malos de nuestra época. Gracias a estos mecanismos logran apropiarse de los datos personales o bancarios, de las claves y de otras informaciones confidenciales con las que después realizan todo tipo de operaciones: desde compras a inversiones fraudulentas.
También van a incrementarse las ofertas falsas de trabajo con el objeto de disponer de datos personales o de recibir cantidades a cuenta, la obtención de información a través de otros aparatos como los móviles (donde ya se recomienda no guardar ningún tipo de información valiosa o delicada) y, por supuesto, también dicen que aumentarán otros engaños que son las versiones postmodernas de la estampita y el tocomocho.
Estos últimos se llaman la estafa nigeriana o la china porque ha proliferado en internet un tipo de mail que ofrece la posibilidad de ganar grandes sumas de dinero procedentes de fortunas de ministros o autoridades nigerianas caídas en desgracia, de hacerse con los saldos de cuentas bancarias chinas sin dueño aparente, o de recibir los elevados premios de loterías de otros países. Sin olvidar las gangas en la compra de coches u otros productos de lujo allende las fronteras.
También puede parece mentira pero hay miles de personas que se dejan llevar por esos engaños tan aparentemente elementales.
Claro está que todo esto es como la variedad al por menor de los timos que hoy día se extienden por el mundo. Al fin y al cabo, la historia de los jamones o la versión tecnológica de Toni Leblanc haciéndose el tonto junto a la Estación de Atocha es pecata minuta comparada con las grandes estafas económicas de nuestro tiempo.
Quienes de verdad se ponen las botas engañando a la gente son compañías tan conocidas como Enron, Arthur Andersen, el Banco de Bilbao Vizcaya, Parmalat y tantas otras que han estafado miles de millones de euros y dólares. Unas, en sus propios países y a cara descubierta y, otras, en los llamados paraísos fiscales, territorios donde no hay leyes ni apenas regulación fiscal de ningún tipo y en donde se pueden cometer todo tipo de tropelías financieras.
Claro que para estafa buena la que está preparando George Bush en Estados Unidos privatizando la Seguridad Social. El tocomocho del que se van a aprovechar los bancos norteamericanos es el siguiente. La seguridad social de Estados Unidos acumuló en los últimos años casi 150.000 millones dólares en bonos del tesoro gracias a los superavit en los ingresos que viene teniendo. Para justificar que el sistema pase a manos privadas Bush se está dedicando a decir que quebrará en pocos años, pero lo cierto es que eso sólo ocurrirá si se provoca y, sobre todo, si declara -como ha sugerido- lo que se llama un «default soberano» de esos bonos, es decir, la negativa del Estado a pagarlos considerando que ya no valen nada.
En un periódico tan respetable como The York Times se decía el pasado 10 de enero a propósito de esta pretensión de Bush que «el Presidente es irresponsable por siquiera insinuar que los Estados Unidos podrían no cumplir con sus obligaciones de deuda».
Incluso sin necesidad de ahorrarse esa deuda, la magnitud de las ganancias que deparará a la banca el negocio de la privatización de la seguridad social (que significativamente llevó a cabo por primera vez en el mundo el general terrorista Augusto Pinochet) será ingente.
Y todo eso, sin hablar de la estafa que supone el enjuague del dinero negro que realizan los bancos reforzando la «economía criminal global», como la llama Manuel Castells, la cual se alimenta con mecanismos e instrumentos, como el secreto bancario, que no quieren erradicar los gobiernos ni las instituciones internacionales. Esas sí son las estafas de nuestro tiempo que pueden llegar a ser grandes, precisamente, porque las cometen los poderosos.
Lo curioso es que para engañar con jamones a trescientos alpujarreños ávidos de ganar dinero sólo haga falta un piquito de oro y para estafar a millones de ciudadanos con gigantescas e injustificadas privatizaciones o con cuentas invisible sólo sea necesario tener cara dura.