Publicado en Público.es el 9 de abril de 2020
Empiezan a publicarse las primeras estimaciones de la actividad económica durante el primer trimestre de este año y los datos que muestran son desastrosos, tal y como habíamos advertido.
El Francia, que el 15 de marzo todavía estaba celebrando elecciones municipales con millones de personas en las calles, se estima una caída del 6% en el Producto Interior Bruto en los tres primeros meses del año. La más grande desde el final de la segunda guerra mundial y un poco mayor que la que se produjo en el segundo trimestre de 1968 (5,3%) cuando las revueltas mantuvieron cerrado prácticamente a todo el país. En Alemania se prevé una caída del 2% en este periodo, pero del 10% en el segundo trimestre, durante el cual se estima que la economía de Estados Unidos podría caer un 30%.
Un indicador que suele ser bastante fino para prever lo que se avecina en la actividad económica es el llamado PMI (Purchasing Managers’ Index) que refleja las estimaciones de compras que tienen los gestores de las empresas. Su evolución en las últimas semanas no deja lugar a dudas. El de servicios ha bajado unos 10 puntos en Estados Unidos, 20 en Alemania y alrededor de 30 en España, Francia o Italia. El de compra de manufacturas ha caído bastante menos, de momento, no sólo porque le haya afectado menos la paralización del consumo social que provoca el confinamiento sino porque su evolución suele ir con algo de retraso.
El derrumbe de la actividad desde que se decretó la paralización de una buena parte de la actividad económica en la mayoría de los países era inevitable y se va a registrar en todos ellos, con menor medida durante el primer trimestre y en mucha más en el segundo si no se vuelve a la actividad en los próximos días, lo cual es prácticamente imposible que suceda a tenor de cómo va evolucionando la propagación de la pandemia.
La caída tan extraordinaria de la actividad es lógica, era previsible y la habíamos previsto prácticamente todos los economistas desde el primer momento. También se dieron cuenta de ello muchos gobiernos y algunos actuaron con extraordinaria rapidez para evitar que el desplome fuera peor de lo que necesariamente iba a ser. En sólo cinco días desde que se aprobó la ayuda, el gobierno de Berlín, por poner un ejemplo, había repartido 1.400 millones de euros entre 150.000 trabajadores autónomos y microempresarios que habían comenzado a perder sus ingresos. Pero ni siquiera así se va a poder evitar que los registros de la actividad se desplomen porque una proporción muy grande las empresas y de la actividad profesional, como bien sabemos, está paralizada.
La pregunta que cabe hacerse ahora es si este derrumbe se va a producir sólo durante estos dos trimestres de 2020 o si la situación va a seguir deteriorándose. Y ahí es preciso recordar algo que la mayoría de los analistas y los gobiernos no están teniendo en cuenta.
Todos sabemos que la propagación del coronavirus y las medidas que se han debido de tomar han frenado el consumo, las compras y ventas, la inversión de las empresas y el comercio internacional pero se está olvidando que eso no es lo único que está sucediendo en la economía mundial.
Lo que van a decirle a la gente cuando a final de este mes empiecen a salir los datos oficiales que reflejarán el derrumbe de las economías es que -aunque muy preocupante- es sólo la consecuencia de la propagación del virus y que, por tanto, enseguida que se vuelva a la normalidad, cuando acabe el confinamiento, la economía se recuperará de nuevo.
Yo creo que se van a equivocar porque esa normalidad no es la solución para lo que nos pasa sino que, en buena parte, es precisamente nuestro mayor problema y lo que ha ocasionado que los efectos del coronavirus hayan sido tan grandes.
Como vengo diciendo desde que estalló la crisis del coronavirus, éste no es el problema más grave que tiene la economía mundial. Lo verdaderamente preocupante es el contexto en el que se ha producido la propagación del virus y las medidas de aislamiento para combatirla.
Si ese contexto fuera sano, si no sufriera de los problemas que voy a mencionar enseguida, el efecto de la pandemia sería grave pero en unos cuantos meses saldríamos de nuevo adelante. Lo malo, como digo, es que estamos metidos de lleno en una suma de problemas o fallos estructurales que si estallan al mismo tiempo nos pueden llevar al colapso del sistema y de la civilización en la que vivimos.
Los resumo de la manera más clara posible para que todo el mundo lo pueda entender.
– La economía mundial estaba ya ralentizándose cuanto surgió la epidemia. La de Francia (0,3% de crecimiento del PIB en el tercer trimestre de 2019 y 0,1% en el cuarto) y la de Alemania (0,4% en el cuarto y 0,6% en todo el año) estaban prácticamente paralizadas desde el verano del año pasado. Y casi todos los indicadores daban por seguro (mucho antes de que estallara la pandemia) que Estados Unidos entraría en recesión este año.
– La epidemia ha provocado y va a provocar en mayor medida a partir de ahora una fractura en las cadenas de suministro mundiales pero antes de que estallara se había empezado a producir una caída generalizada en la producción industrial. Una caída, como ya he explicado en otras ocasiones, que era consecuencia de la pérdida de rentabilidad de las empresas que actúan en el sector real de las economías.
– La situación empresarial en prácticamente en todo el mundo era ya muy preocupante y crítica desde hace meses. En octubre del año pasado, el Informe de Estabilidad Financiera Global del Fondo Monetario Internacional advertía de la «elevada vulnerabilidad» de las empresas y del sector financiero en las grandes economías del planeta. Y dos economistas de ese organismo, Tobias Adrian y Fabio Natalucci, escribían ese mismo mes (cuando ni siquiera podía imaginarse que vendría la pandemia) que contemplaban una desaceleración «cuya gravedad sería la mitad de la crisis financiera mundial de 2007-08». En concreto, señalaban como un detonante principal del peligro la proliferación de la deuda empresarial. Decían en su trabajo que el 40% de toda ella corresponde a las empresas zombis, llamadas así porque son como muertos vivientes pues viven sin márgenes suficientes y tienen que adquirir continuamente más deuda para pagar sus deudas anteriores. Según sus cálculos, hay 19 billones de dólares de deuda acumulada en empresas de este tipo, una deuda que podría dejar de pagarse si las circunstancias empeorasen, provocando un problema financiero mundial de grandes consecuencias. Y eso lo decían antes de que estallara la pandemia. En España, según la estimación más optimista del Banco de España, habría más de 250.000 en esta situación a finales de 2018.
– Los mercados financieros son una bomba de relojería. O mejor, un mosaico de bombas en forma de diferentes burbujas y factores de vulnerabilidad y riesgo que pueden estallar en cualquier momento. Con los tipos de interés tan bajos, los grandes fondos de inversión han recurrido cada día más a acumular títulos cada vez más arriesgados que incrementan la inestabilidad y el peligro de las bolsas. Por mucho que intervengan los bancos centrales con cientos de miles de millones de dólares para comprar los títulos y salvar a sus propietarios, su derrumbe será inevitable si no se frena la vorágine especulativa que las mueve.
– En esa situación anterior, el sector bancario se encontraba en situación de gran debilidad y peligro. Tanto así, que los dos economistas que he citado antes decían en su trabajo que era necesario el «endurecimiento de la supervisión macroprudencial y supervisión, en particular con pruebas de estrés específicas para bancos» para evitar el «el resultado más peligroso». En lugar de eso, lo que acaba de hacer el Banco Central Europeo ha sido relajar esa supervisión y las garantías exigibles a la banca para que pueda seguir haciendo negocio, ahora financiando los gastos que los gobiernos y las empresas tendrán que hacer frente a la pandemia.
– Los llamados países emergentes, en donde todavía no se ha extendido tan gravemente el virus, también se vienen encontrando en una situación de enorme vulnerabilidad debido, sobre todo, a la deuda externa que ha aumentado un 60% en los últimos diez años. Si la pandemia les ataca de lleno, no sólo van a sufrir gravísimos daños internos, sino que van a transmitir problemas de solvencia y de suministro muy grandes al resto de las economías.
– En los últimos años se han venido infrafinanciando a los servicios públicos para ir justificando así su progresiva privatización y, en general, se ha ido debilitando el poder de intervención de los gobiernos para corregir y ajustar los fallos del mercado, de modo que hay cada vez hay menos «colchón» para hacer frente a los shocks externos y menos capacidad de actuación para dar respuestas a los problemas que producen mercados cada día más imperfectos e inestables.
– Añadan a todo ello otros dos factores finales, aunque no menos importantes. Por un lado, la desigualdad creciente que debilita los mercados internos (cuanta mayor concentración haya de la renta, más dinero va a la especulación financiera y menos al consumo productivo que es el que se convierte en ingreso de las empresas que generan producción real y empleo). Y, por otro, la crisis ambiental que no sólo destruye algo que no es nuestro y tan importante como la naturaleza, sino que genera enormes costes económicos, «invisibles» pero reales. A ver qué gobierno va a dedicar a partir de ahora dinero a combatirla cuando su deuda se haya disparado y los organismos internacionales le impongan recortes a diestro y siniestro.
La situación es preocupante. Los líderes del mundo no están siendo capaces de actuar unidos frente a un peligro que amenaza a todos los países por igual. No consiguen (especialmente en Europa) coordinar medidas urgentes y completamente efectivas para frenar los problemas más inmediatos que la propagación de virus plantea a las personas y a las empresas. Se empeñan en darle prioridad a preservar el valor de la riqueza financiera, lo que ya impidió que la crisis de 2008 impulsara el necesario cambio de rumbo que necesitaba la economía mundial. Están ciegos ante los fallos estructurales que acabo de señalar. Y, lo que es peor, a la inmensa mayoría de quienes toman las decisiones no parece que les importe seguir dejando en la cuneta a millones de hogares, de trabajadores autónomos y de pequeñas empresas. Y no es por falta de alternativas, que se tienen y sabemos cuáles son, sino porque están plegados al interés y al poder de una minoría tan avariciosa como insensata, dispuesta a inmolar al mundo con tal de seguir siendo dueña de todo.
1 comentario
Qué pena que no seas el presidente del gobierno.
O mejor el ministro de economía, con un presidente que creyese en ti.
Pablo Iglesias ya cree, y Alberto Garzón; pero no se fía Sanchez, porque tiene miedo
a los poderes financieros, como la mayoría del gobierrno.