Publicado en la Opinión de Malaga. 13-6-2004.
El pasado domingo se cumplió el sesenta aniversario del desembarco de las fuerzas aliadas en las playas de Normandía y con tal motivo se ha celebrado un acto de recuerdo y homenaje que ha tenido como principal protagonista al Presidente Bush.
Sólo el 6 de junio de 1944 se calcula que murieron unos cuarenta mil soldados aliados y muchos más días después. Una gran parte de esos caídos fueron norteamericanos que dieron generosamente su vida en sangrientas batallas. Gracias a ellos Europa se pudo desembarazar del nazismo y por eso hemos de recordarlos siempre con agradecimiento y honor.
Pero el indudable protagonismo militar de Estados Unidos en la liberación generó una lectura bastante simplista de su papel en la guerra y la postguerra que ha vuelto a ponerse de actualidad en las últimas semanas.
Es verdad que gracias a los norteamericanos fue posible que Europa se sacudiera del yugo fascista pero no es meno cierto que eso no fue obra solamente de Estados Unidos. Se olvida injustamente que por cada muerto norteamericano murieron más de cincuenta soldados soviéticos en batallas aún más cruentas y difíciles que las de Normandía, como muestra el hecho de que casi el 90% de los soldados alemanes murieran en ellas.
No se puede olvidar tampoco que si bien los soldados norteamericanos se portaron como auténticos héroes antifascistas, gran número de empresas norteamericanas, e incluso muchos de sus gobernantes, habían sido amigos y simpatizantes del nazismo. Du Pont, Weshtinhouse, General Electric, Singer, Kodak, JP Morgan, Ford, IBM, ITT, entre otras muchas, hicieron suculentos negocios en la Alemania nazi. En su libro “IBM y el Holocausto”, Edwin Black demuestra que IBM suministró la tecnología que hizo posible la eficiencia de la maquinaria de guerra nazi en el exterminio de millones de judíos y la dominación territorial, y que no lo hizo engañada o por desconocimiento sino, simplemente, por aumentar sus ganancias.
Después de la guerra Estados Unidos aprovechó su situación privilegiada para imponer un régimen internacional en el que disfrutaba de pleno dominio, con capacidad de veto en los organismos económicos internacionales y con un sistema monetario que le proporcionaba no sólo control sino beneficios financieros incalculables.
Y no sólo eso, sino que llevó a cabo toda una serie de intervenciones de agresión que supusieron una merma a veces definitiva de las libertades públicas en multitud de países. Un recuento rápido de ellas indica que Estados Unidos ha realizado más de cincuenta intervenciones militares desde 1945 en muy diferentes zonas del globo, la inmensa mayoría de ellas para fortalecer las posiciones más reaccionarias o contrarias a la libertad y la democracia por las que dieron la vida sus soldados en la guerra.
Bajo la mano protectora de Estados Unidos se han instaurado crueles dictaduras o se han echado abajo gobiernos democráticos. El propio Eisenhower, el general liberador, fue el que vino a abrazar a Franco, bajo cuyo régimen se cometieron 10.000 veces más asesinatos que bajo la dictadura de Mussolini y más detenciones políticas que con Hitler en tiempo de paz, según el historiador Edward Malefakis.
Corea, Vietnam, Camboya, Chile, Argentina, Uruguay, El Salvador, Nicaragua, Tailandia, Pakistán, Granada, Bolivia, Brasil, Turkia, Grecia, Pakistán, Timor, Laos, Sudán, Irak… por no citar sino a unos pocos países, saben bien hasta donde llega la mano poderosa de Estados Unidos y el dolor y la estela de muerte que tantas veces ha llevado consigo. Y Franco, Mobutu, Pinochet, Suharto, Marcos, Batista, Douvalier, Salazar, el Sha, el propio Sadam Husseim… y tantos más, fueron los criminales que cometieron millones de asesinatos con la complicidad y la comprensión y ayuda de sus dirigentes políticos o militares.
Desgraciadamente, el impulso liberador que llevó a la muerte a cientos de miles de soldados norteamericanos se ha transformado con el paso de los años en un mero interés económico y geoestratégico. Con la excusa de defender la libertad de mercado, que ellos mismos son los primeros en socavar, los gobiernos de Estados Unidos se han convertido en el sostén de un poder imperial que no se destina sino a salvaguardar el beneficio de los poderosos. Como ha escrito el conocido perodista liberal Thomas Friedman, «la mano oculta del mercado nunca funcionará sin un puño oculto. McDonald’s no puede florecer sin McDonnell Douglas, el fabricante del F-15. Y el puño oculto que garantiza que el mundo es seguro para las tecnologías del Silicon Valley se llama ejército, fuerza aérea, armada y cuerpo de marines de Estados Unidos».
Todo ello se ha exacerbado en los últimos años. La llegada al poder de Bush ha significado una deriva mucho más agudizada hacia la militarización y ha estado acompañada de una significativa merma de las libertades civiles que se justifica con un discurso político que recuerda al que se combatió en la segunda guerra mundial. Los Cheney, Rumsfeld, Condoleeza Rice, Perle, etc. es decir, la plana mayor que le rodea, son los impulsores de un nuevo proyecto belicista que lleva consigo más agresión, más odio y más guerra. El historiador militar e ideólogo de estas tendencias políticas Victor Davis Hanson llega a decir en su libro «An Autumn of War» que, a veces, a una nación le conviene más la devastación que la persuasión. Es una buena muestra de la moral que subyace en los planteamientos de quienes ahora gobiernan Estados Unidos.
De su mano, el mundo está cada vez peor, como señala el informe anual de Amnistía Internacional al subrayar que la inseguridad en el mundo ha aumentado peligrosamente desde el 11 de septiembre y que la responsabilidad es de los Estados Unidos.
El teólogo jesuita José Ignacio González Faus escribía hace poco que se está abriendo paso un nuevo fascismo internacional de la mano de estos impulsos. Citaba un discurso de Himmler en 1943 en el que decía “tenemos el deber moral, teníamos la obligación hacia nuestro pueblo, de matar a esta gente que, sin duda, nos mataría” y se preguntaba qué distancia hay entre ese pensamiento nazi y la guerra preventiva de Bush, Blair y Aznar.
Por todo ello ha sido emocionante recordar el heroico sacrificio de los soldados norteamericanos. Su generosidad es la que sin duda anida en los corazones de la gran parte del pueblo norteamericano. Pero da miedo pensar en la similitud de los discursos de Bush con las proclamas fascistas que aquellos valientes combatieron.