Leo una noticia en La Opinión de Málaga que muestra por dónde van las cosas de la economía, tal y como vengo analizando desde hace meses: «Los bancos ya niegan la mitad de los créditos para comprar coches». Creo recordar que hace unas semanas también comenté otra noticia parecida: «La Confederación Española de Asociaciones de Jóvenes Empresarios reveló que el 72,8% de los jóvenes que fueron encuestados para este fin, había asegurado que alguna entidad bancaria les había denegado su solicitud de financiación en los últimos meses».
Me parece que las dos muestran de manera muy clara lo que está pasando. Las entidades bancarias se han dedicado en los últimos meses a colocar los recursos depositados por sus clientes en inversiones sumamente arriesgadas, muy rentables (para los bancos) pero muy peligrosos para su solvencia y para la marcha general de la economía.
Al dedicar muchos recursos a la especulación en el sector inmobiliario, en los productos financieros sofisticados pero opacos y peligrosos que pueblan los mercados financieros internacionales, los bancos han incentivado la actividad económica más volátil e insostenible, la que menos riqueza y empleo crea y la que más destruye nuestros recursos naturales. Y, a la postre, cuando las burbujas que ellos mismos habían contribuido a crear con la complicidad de los bancos centrales comienzan a saltar, se encuentran con que sus balances están deteriorados, que no tienen liquidez, que se han evaporado los depósitos. Y cierran el grifo a los empresarios y a los consumidores.
De esa forma ahogan y destrozan la actividad económica y van a provocar un desempleo masivo, subidas de precios desorbitadas como consencuencia de la especulación y de las tensiones en los mercados y una crisis sin parangón.
Los bancos y las entidades financieras son los culpables de todo lo que está pasando. Se han hecho de oro. Ninguna otra actividad ha tenido la rentabilidad que han alcanzado especulando, haciendo insostenible la actividad económica y cargando sobre sus clientes gastos, comisiones y ahora intereses de usura.
Se trata de una inmoralidad aberrante. Es preciso que la sociedad considere esta actividad como repugnante y que debe ser erradicada para siempre por las consecuencias dramáticas que está provocando en la vida de millones de personas e incluso en el futuro del planeta.
Hace solo unos años parecía bien que las mujeres no votaran, que no pudieran comprar o salir de viaje sin el permiso del marido o de su padre. Se veía normal que un marido pegara a su esposa. Hoy día, sin embargo, la sociedad considera que todo eso es repugnante y lo condenamos y prohibimos. Igual debemos hacer con la práctica bancaria tal y como ha llegado a ser en nuestros días.
Es un imperativo ético ya inaplazable que debe ponerse en marcha a partir de tres grandes medidas:
– Creación de banca pública con una lógica financiera que rompa con la que vienen imponiendo los bancos privados.
– Establecimiento de límites a la creación de dinero bancario.
– Impuestos sobre actividades especulativas y transacciones financieras no productivas.
– Impuesto extraordinario sobre beneficios bancarios y grandes patrimonios.