Versión ampliada del publicado en La Opinión de Málaga. 10-10-2004
A mediados de mayo escribí en estas páginas que el precio del petróleo alcanzaría los cincuenta dólares. Algunas personas me dijeron que exageraba e incluso me dejaron caer que el juicio era consecuencia de mi “antiamericanismo”. El tiempo me ha dado la razón, como creo que me la va a dar cuando escribo que la política económica de Bush es insostenible y que provocará casi inmediatamente después de las elecciones un grave problema económico mundial. Sobre todo, si vuelve a ganar el extremista tejano.
No crea el lector o lectora que digo esto porque considere valioso mi acierto. Ni siquiera soy especialista en estos temas. Las claves del asunto están al alcance de cualquier ciudadano bien informado. Lo verdaderamente sorprendente es que quienes tienen la información más sofisticada y están rodeados de los equipos de profesionales más cualificados no acierten casi nunca en las predicciones que trasladan a la opinión pública. Más que sorprendente, a mí particularmente me parece sospechoso.
Lo que ocurre es que el inevitable filtro ideológico con el que siempre nos acercamos a la realidad es a veces tan tupido que nos impide verla tal cual es. Por eso decía Leonardo da Vinci que “nada nos engaña tanto como nuestro propio juicio”. Y ello, por supuesto, sin olvidar que a veces simplemente se miente, aunque ni siquiera ello debiera llevarnos a la más mínima melancolía porque seguramente sea verdad que “sin mentiras, la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento”, tal y como decía Anatole France.
Por ello me parece oportuno insistir de nuevo sobre el asunto que sigue estando de plena actualidad en todos los lugares del mundo aunque, a mi manera de ver, rodeado de muchas confusiones involuntarias o quizá teledirigidas.
Tengo la impresión de que en los últimos tiempos se está utilizando el petróleo como una gran excusa para ocultar otro tipo de problemas que no se quieren reconocer en su verdadera naturaleza.
Sorprende al profano, por ejemplo, la extraordinaria disparidad acerca de las reservas futuras disponibles. Se creería que se dispone de suficiente conocimiento científico para determinar con precisión objetiva las características geológicas de la tierra, pero resulta que las estimaciones sobre la cantidad de petróleo disponible difieren enormemente. Y lo sospechoso es que suelen diferir según dónde trabajen o a qué intereses corporativos representen los distintos investigadores.
Es igualmente sorprendente que se esté trasladando la idea de que es ahora cuando alcanzamos los precios más altos del petróleo, hasta el punto de que esa circunstancia se utiliza para justificar la posible aparición de futuros problemas económicos. La realidad es otra.
Los precios más altos del petróleo se alcanzaron por primera vez en 1974 (32,5$) y luego en 1981 (53$). Pues bien, si los precios de ahora fuesen iguales a los de esos años en términos reales, es decir, descontando la subida de precios, el barril de petróleo se vendería a 124$ o 109$ respectivamente. Eso es lo que lleva a algunos analistas, entre otros al Deutsche Bank, a vaticinar que podrían llegarse a los 100 dólares por barril en los próximos meses.
También es significativo que cuando se habla de precios del petróleo se siga mirando y culpabilizando a la OPEP. En realidad, esta organización apenas puede influir sobre ellos, no tiene control directo sobre la cotización del barril desde que en 1983 se instauró el mercado de futuros en el que se fija su precio. Desde entonces, este no depende de la oferta y la demanda real existente sino de los flujos especulativos que se producen en los mercados de Nueva York (NYMEX) y Londres (IPE). Y quienes allí tienen verdadera influencia son precisamente las grandes empresas petroleras y los gigantescos fondos de inversión y firmas financieras. El Bank of America, Goldman Sachs o Morgan Stanley no son empresas petroleras pero sí las mayores intermediarias de petróleo estadounidense, lo mismo que en España los bancos o cajas de ahorro son los que en realidad controlan el sector energético.
Hoy día se producen tres millones de barriles diarios más de los que se demandan, lo que no debería dar lugar a tensiones sobre el precio. Lo que ocurre es que en los mercados de futuros los especuladores operan sobre reservas previstas y lo cierto es que, sorprendentemente, en los últimos meses se vienen produciendo cambios muy sospechosos, y casi se diría que caprichosos como en el caso mexicano, en los niveles reconocidos de reservas.
Es verdad que el petróleo está sometido a las tensiones habituales de oferta y demanda propias de un recurso a extinguir que se consume de forma completamente despilfarradora en todo el planeta, y que se ve afectado también por todo tipo de vicisitudes bélicas o climatológicas. Pero eso no es todo, ni es lo que explica que se dispare el precio.
Lo cierto es que no son los productores sino los especuladores con nombres y apellidos bien conocidos quienes están manipulando los niveles de reservas, los que están provocando alteración y subida de precios en el petróleo. Sólo en el NYMEX se están movilizando ya casi cuatro veces más número de barriles de los que se producen verdaderamente. Están haciendo subir su precio a cuenta de barriles de petróleo futuros que realmente no se van a llegar a producir nunca.
Es sorprendente que todo esto ocurra y que las autoridades y dirigentes políticos miren a otro lado, limitándose a plañir denodadamente y a culpabilizar a los productores y al petróleo de todo lo que venga después. Que vendrá.
Como en las novelas de misterio, la pregunta para descubrir al culpable es obvia: ¿quién se beneficia, entonces, de todo ello?
La situación que se viene dando conviene, sobre todo, a Estados Unidos por la idea simplista pero real de que se debilitan más sus adversarios. Y a la superpotencia le conviene además situar al petróleo en primer plano de la actualidad porque así se oculta la verdadera naturaleza de los problemas económicos que hoy día están amenazando al mundo: sus déficits descomunales en comercio exterior y en el presupuesto.
La situación me recuerda un viejo chiste. Hicieron una encuesta en la ONU preguntando a personas de diferentes nacionalidades qué opinaban sobre la escasez de alimentos en el resto del mundo. Los europeos no entendieron qué significa «escasez», los africanos desconocían qué son los alimentos y los estadounidenses afirmaban que no sabían que era eso del «resto del mundo».