Publicado en Público el 9 de junio de 2020
En los últimos decenios, los políticos y economistas neoliberales han propagado, con bastante éxito, la idea de que los impuestos son una carga indeseable para la economía y las personas y que, por tanto, lo ideal es eliminarlos o, al menos, reducirlos al máximo.
Siguiendo esa idea se han realizado numerosas reformas fiscales orientadas a reducir los tipos impositivos, aunque no por igual sino, sobre todo, los más elevados; a conceder exenciones fiscales y vías de elusión cada vez más amplias a las grandes empresas y fortunas; a reducir el peso de la imposición directa (como el IRPF), en beneficio de la indirecta (como el IVA que se paga con independencia de la situación personal del contribuyente y es, por tanto, más injusto); o destinadas a eliminar prácticamente en su totalidad algunos impuestos, como el de sucesiones.
Las consecuencias de esas reformas han sido las mismas en todos los países en donde se han llevado a cabo:
– Los grupos de población o las empresas con mayor ingreso pagan mucho menos de lo que antes pagaban, aumentando así sus ganancias, mientras que el resto de la población sigue teniendo la misma carga fiscal o incluso mayor.
– Los Estados han dispuesto de menos ingresos para financiar los servicios públicos, lo cual ha permitido justificar su privatización progresiva, también en beneficio de los grupos sociales más ricos.
– Apenas se han explorado nuevas vías de imposición que permitan sufragar, con mucha menos carga fiscal, los gastos que necesitan realizar los gobiernos para garantizar el nivel mínimo de satisfacción y seguridad que se ha demostrado que no garantiza el mercado.
– Como consecuencia de todo lo anterior, se ha producido un incremento impresionante de la desigualdad.
Ahora, cuando la crisis nos obliga a pensar en vías y fórmulas de reconstrucción, creo que es un buen momento para hacerlo sobre la situación de nuestros sistemas fiscales y tratar de reformarlos con un objetivo diferente al que acabo de mencionar: superar una fiscalidad que responde a un modo de funcionamiento de la economía ya periclitado (operamos prácticamente con los mismos impuestos de hace un siglo) para adaptarla a la de nuestro tiempo.
En particular, creo que hay tres lagunas fundamentales en los sistemas fiscales que, si se resolvieran, permitirían lograr más ingresos con más eficiencia y equidad.
La primera tiene que ver con la inexistencia de un sistema fiscal internacional. Es algo que carece de sentido. Si los sujetos y, sobre todo, los capitales, pueden actuar con libertad de movimientos prácticamente total en todo el mundo, si la economía está globalizada, lo lógico es que haya impuestos también de escala internacional. Estados Unidos, por ejemplo, obliga a que las personas que tenga su ciudadanía paguen impuestos en su país por las ganancias que obtengan en cualquier lugar del mundo (Boris Johnson renunció a ser ciudadano estadounidense para no pagar los correspondientes a la venta de una vivienda de su propiedad en Inglaterra). Por la misma razón, con la tecnología de la que hoy se dispone, no habría ningún problema para que algún organismo internacional administrase impuestos de escala global. No para aumentar la carga fiscal, sino justamente con el fin de que baje para todos y en todos los países.
Otra laguna importante es que en la actualidad apenas se grava la riqueza.
En el conjunto de los países de la OCDE, la recaudación por impuestos sobre las diferentes formas de propiedad representa el 5,8% del total de los ingresos impositivos. En España, el 7,5% y bastante menos en Alemania, el 2,7%.
La imposición que recae sobre los ingresos personales es mayor: 23% en el conjunto de la OCDE, 21,8% en España, 27,1 en Alemania, 18,6% en Francia o 25,7% en Italia. Aunque la que representa el mayor porcentaje de recaudación es la menos equitativa, la indirecta sobre intercambio de bienes y servicios (como el IVA en Europa): 32,4% en la OCDE, 29,2% en España, 26,3% en Alemania, 24,5% en Francia, 28,4% en Italia.
Se trata de un desequilibrio muy significativo. En la acumulación de toda clase de activos, de riqueza y propiedad, es en donde hoy día se ha producido la mayor concentración y una gran desigualdad y, sin embargo, es lo que menos se grava.
Si en lugar de esto que viene ocurriendo, se estableciera una imposición más justa sobre la propiedad se podría conseguir más recaudación y de modo más equitativo de la que que se obtiene ahora. Baste un solo ejemplo.
Según el informe global sobre la riqueza en 2019 que elabora Credit Suisse (aquí) la que acumulan los hogares españoles es de 7,77 billones de euros y, según Forbes, los activos que acumulan solo las mayores 25 empresas españolas tienen un valor de unos 4,4 billones de euros (aquí).
Eso quiere decir que, con un impuesto sobre los activos de hogares y empresas de menos del 2% (compárese con los tipos de los impuestos que pagamos ahora) se obtendría prácticamente lo mismo que se está recaudando con todos los impuestos estatales que hay en España. No defiendo que esta sea la forma óptima de imposición o la única que deba existir. Simplemente, muestro la capacidad recaudatoria que tendría un impuesto que sería mucho más justo, por ejemplo, que el IVA, el cual podría suprimirse con un tipo de sólo el 0,5% sobre la riqueza o activos de los hogares y empresas.
La tercera laguna de los sistemas fiscales actuales es la imposición sobre transacciones financieras, hoy día prácticamente inexistente, a pesar de que su valor en todo el planeta es más de 150 veces mayor que el de la economía real.
Según el Banco Internacional de Pagos, el volumen de transacciones financieras de todo tipo que se llevaron a cabo en España en 2018 (no todas en realidad, pero las que cuantifica) fue de 72,25 billones de euros (aquí). Eso significa que con una tasas del 0,7% sobre todas ellas sería suficiente para financiar todo el gasto público que se realiza actualmente en España suprimiendo todos los demás impuestos hoy día existentes.
Son dos ejemplos de tributos que prácticamente no utilizamos y que podrían permitir obtener muchos más ingresos con una carga fiscal sobre individuos, hogares y empresas muchísimo menor y más justa.
Insisto en que he hecho una simplificación, como ejemplo de las alternativas que hay a nuestro caduco sistema fiscal. Soy consciente de que se trata de ejemplos expuestos con brocha gorda y de que los impuestos, además de recaudar, tienen una importantísima función como incentivos o desincentivos de la actividad personal y económica y de ahí que también deban establecerse por razones distintas a las puramente recaudatorias.
En cualquier caso, creo que cabe preguntarse por qué no se avanza en esa dirección. Si de verdad son tan contrarios a los impuestos ¿por qué no los eliminan todos y los sustituyen por una simple tasa del uno o el dos por ciento sobre las transacciones financieras que permitiría financiar de sobra todas las necesidades que tienen todos los seres humanos del planeta? La respuesta me parece que es sencilla: lo que no les gusta y a lo que temen no son los impuestos. Podrían eliminarlos sin problema, como acabo de señalar. Les da miedo que la gente tenga medios suficientes de vida y se pueda dedicar a pensar sobre por qué el mundo funciona como funciona.