No tengo la menor duda sobre el significado político del partido de Jesús Gil. Su carencia total de ideas homologables a cualquier corriente seria de pensamiento social, su propia trayectoria penal personal, su flagrante falta de buenas maneras y su ostentoso mal gusto, su práctica tan cercana a las mafias cuando impone cláusulas económicas millonarias para garantizar lealtades, su populismo vacío y su hablar zafio no son sino la inequívoca expresión de un proyecto que utiliza la demagogia como arma política y la política como excusa para lograr rentabilidad económica y reconocimiento social. Pero su desprecio a la democracia y a las personas que no piensan como él y su desdén por la ley y el derecho advierten de que no se trata sólo de un simple proyecto de personalismo populista sino que lleva consigo el peligro propio de los autoritarismos y las dictaduras.
Con razón, pues, merece que los demócratas de cualquier signo traten de frenar su influencia social y levantar frente a su proyecto otro que sea respetuoso de la ley y de la democracia.
Lo que está ocurriendo, sin embargo, es que los llamados partidos democráticos están haciendo una guerra al G.I.L. que a mi modesto modo de ver las cosas olvida algunas circunstancias elementales y se lleva a cabo por procedimientos que pueden terminar por ser ineficaces, en el mejor de los casos, o sencillamente favorables a la propia estrategia del Alcalde de Marbella.
Se soslaya en primer lugar que el origen del populismo de Gil y de su éxito electoral no es casual. No se pueden resolver los problemas sin hacer frente a sus causas y por ello no debe olvidarse que fenómenos como el de Gil no se darían sin la decepción que muchos ciudadanos sienten hacia los llamados partidos democráticos, sin la frustración que ha ocasionado su su gestión muchas veces ineficaz o corrupta, sin su mal ejemplo como gestores y como dirigentes sociales.
Cómo van a reaccionar muchos ciudadanos cuándo conocen que la primera medida del nuevo Alcalde de Estepona es ponerse un sueldo superior al del Presidente Chaves?, ¿qué valoración harán cuando comprueban que los dos políticos que han obtenido peores resultados electorales en nuestra provincia ascienden a la Presidencia y Vicepresidencia de la Diputación en lugar de dar cuentas en sus ciudades de su fracaso?, ¿puede entenderse el éxito de Gil en Marbella sin hablar de la gestión municipal anterior, del papel de algunos políticos como Montaner o Salinas en la gestión pública andaluza?
En segundo lugar, hay que mencionar un hecho también obvio y quecontrasta con la actual beligerancia contra el G.I.L. Me refiero a que todos lospartidos fueron en su día tremendamente condescendientes con su líder.
ElPartido Popular no lo despreció cuando le hizo falta su apoyo y la Junta de Andalucía lo ha estado tratando mucho tiempo con verdadero guante de seda (seguramente porque Gil sabe demasiados), llegando a desprestigiar desde sus propias filas y con dudosa moralidad a la opositora más destacada del alcalde marbellí. Incluso parece que Antonio Romero no dudó en intervenir en algún caso para que la porquería que salpicaba la gestión de Gil no alcanzara a determinados personajes mediáticos y, desde luego, no dudó en eliminar antidemocráticamente
de las listas electorales a quien más se destacó en las filas de Izquierda Unida por combatir a Jesús Gil. En fin, ¿quién ha dirigido los medios de comunicación que han hecho de Gil un personaje tremendamente popular?
Y lo que más sorprende es que ahora la estrategia contra este último y su partido se agudice justamente cuando, se quiera o no, ha logrado innegables éxitos electorales. Hay que decirlo muy claramente: muchos ciudadanos no podrán entender nunca que los partidos democráticos no admitan que gobierne quien ha ganado las elecciones. Desde luego, no dudo de que igualmente son legítimos los pactos postelectorales, pero lo cierto es que la actuación que hoy día se lleva a cabo contra el G.I.L. sólo se basa en un auténtico juicio de intenciones y
en pura ingeniería política entre partidos de concepciones diferentes. Si los proyectos electorales para Ceuta y Melilla no son democráticos o son anticonstitucionales es algo que se debería haber puesto de manifiesto antes de las elecciones y en las instancias judiciales oportunas. Y, en pura coherencia democrática, la concentración democrática frente a Gil debería habérsele ofrecido antes y formalmente a los propios electores. Pero ha ocurrido al revés: parece que se han preocupado de Gil cuando éste les ha ganado las elecciones.
No debería olvidarse que el partido de Gil ha llegado legítimamente a estar en condiciones de gobernar. Es más, cuando esa situación parece que no lo ha sido tanto se debe a transfugismo que se produce en el seno de los partidos democráticos, o más concretamente ahora del PSOE, que parece que no son capaces de evitar que en sus listas haya ciudadanos dispuestos a venderse al mejor postor (algo, por cierto, que merecería una seria meditación: en todos los partidos democráticos ha habido tránsfugas). Es muy duro decir lo que sigue, pero hay que decirlo: no se le puede dar al pueblo la oportunidad de que vote a sus gobernantes y cuando vota a quien no nos gusta tratarlo como un estúpido que vota antidemocráticamente. Seamos claros, si los partidos democráticos fueran limpios, cumplidores de sus promesas y realizasen ofertas atractivas a los ciudadanos ni Gil ni otros de su estilo tendrían lugar alguno en nuestra vida política.
Con todo lo anterior quiero decir que me parece que la forma más legítima y eficaz de combatir al G.I.L. no es haciendo pactos contra natura, entre partidos con estrategias y horizontes diferentes y que terminan por invalidar los proyectos políticos de cada uno y de todos en general. Si el G.I.L. está en condiciones de gobernar debe hacerlo y los partidos democráticos deben ejercer algo que en nuestro país no goza aún de mucho predicamento porque nuestra democracia es demasiado inmadura: la oposición inteligente, limpia, rigurosa y radicalmente
democrática. La democracia no es sólo el gobierno, sino también el control del mismo desde la oposición, aunque aquí ésta última se concibe más bien como el lugar de la demagogia y de la crítica insolvente. Si Gil o miembros de su partido quebranta las leyes debe ser perseguido en los tribunales, si fuera un delincuente debe ir a la cárcel. Pero si es un dirigente político cuyo partido gana las elecciones debe tener opción de gobernar.
Por eso me parece que la estrategia de los partidos democráticos consistente tan sólo en escurrir sus responsabilidades y en demonizar a Gil es tan inútil políticamente a largo plazo como socialmente incomprensible.
Nos guste aceptarlo o no, Jesús Gil y otros personajes de su estilo tendrán éxitos electorales y aquiescencia social mientras que la gestión de los partidos democráticos sea frustrante para los ciudadanos, mientras la democracia no se resuelva también en mejores condiciones de vida y trabajo para todos ellos y mientras que los partidos y los políticos que se autoproclaman democráticos no sean efectivamente un ejemplo nítido e inequívoco de buena gestión, de coherencia y de honestidad.
Por eso yo creo que la mejor respuesta al G.I.L. no es condenarlo al ostracismo, de donde por cierto podrá salir mientras haya gentes dispuestas a venderse en los partidos que ahora lo combaten, lo que es muy probable (de hecho, están combatiendo hoy los efectos del transfugismo con tránsfugas de ayer). La única solución es mucha más y verdadera democracia en los partidos, en el sistema político en su conjunto y en las propias personas que asumen los cargos públicos.
Pueden tirar la primera piedra los partidos que hacen Comisiones como la del lino sólo para exculparse y no para alcanzar la verdad, los que están dirigidos por aparatos que lapidan a dirigentes como Borrell elegidos por las bases, los que se financian sin transparencia alguna, los que reciben créditos que no pagan nunca, los que marginan a las minorías?
Puede defenderse de la amenaza antidemocrática del G.I.L. un sistema político en donde los medios de comunicación tienen un poder desorbitado, en donde las leyes electorales garantizan una polarización artificial de la vida política, en donde no se puede evitar la financiación privilegiada, en donde no existen listas abiertas y los aparatos de los partidos son los verdaderos magnates de la participación política, en donde no se castiga el incumplimiento electoral o la mentira política? O lo que es peor, ¿qué puede hacer frente a Gil una sociedad que mantiene un sistema judicial politizado, dependiente y a veces demasiado cerca por no decir contaminado de los focos más potentes de corrupción?
Puede hacerle frente a Gil quien no sea un verdadero y nítido ejemplo probado de austeridad y honestidad política, quien no sea un buen gestor de los recursos públicos, quien no esté dispuesto a asumir en sus filas códigos éticos que garanticen la pluralidad, el respeto a los demás y la transparencia democrática?
Como dije al principio, estoy convencido de que el proyecto que lidera elAlcalde de Marbella no aporta nada bueno a nuestra sociedad y a nuestra ya depor sí limitada vida política. Pero tengo la sospecha de que enfrente no se va aencontrar con un movimiento de regeneración democrática que esté encondiciones de trasladarle a los ciudadanos expectativas de pulcritud política yparticipación que vacíen de contenido su dialéctica populista. El problema, en fin,no es sólo Gil. Lo es también el hecho de que nuestros partidos y nuestrosdirigentes políticos están muy lejos de ser una expresión verdadera decomportamiento democrático, honesto y eficaz.