Publicado en trtespanol.com en diciembre de 2024
En julio pasado, Donald Trump hizo una intervención en la Bitcoin Conference 2024 en Nashville en la que dijo. «Estados Unidos se convertirá en la potencia minera de bitcoins indiscutible del mundo (…) El bitcoin y las criptomonedas harán crecer nuestra economía, consolidarán el dominio financiero estadounidense y fortalecerán a todo nuestro país, a largo plazo».
Sin embargo, hace cinco años había dicho en un tuit que las criptomonedas se “basan en aire” y podían “facilitar conductas ilegales, incluido el tráfico de droga». Dos años después, en junio de 2021, afirmaba: «El bitcoin parece una estafa».
Entonces, ¿qué ha cambiado para que Trump haya modificado su opinión tan radicalmente?
La respuesta es bastante clara: nada. Al menos nada que tenga que ver con la naturaleza del bitcoin y las demás criptomonedas. Lo que sí cambió es que ahora Trump y los multimillonarios que lo apoyan y acompañan son quienes se están beneficiando de esa “estafa”, según decía él mismo, y se proponen seguir haciéndolo en mayor medida y con menos trabas.
Pura especulación
Las llamadas criptomonedas siguen siendo lo que fueron desde el principio: activos destinados a la especulación incapaces de servir como dinero y cuya producción obliga a realizar un gasto extraordinario de energía, normalmente, a partir de los combustibles más contaminantes. Según un estudio reciente, cada transacción de bitcoin genera emisiones de carbono equivalentes aproximadamente a conducir un automóvil a gasolina entre 1.600 y 2.600 kilómetros. Y su minería requiere cada año tanto como el consumo de Tailandia.
El término criptomoneda es inadecuado porque no se refiere a algo que desempeñe la función generalizada de moneda, es decir de medio de pago. Es cierto que alguna gente puede haberlas utilizado para realizar pagos, pero en ningún caso se puede decir que su uso esté aceptado generalmente para saldar deudas. Por lo tanto, no se les puede considerar, en sentido estricto, como una forma de dinero.
Ningún comprador en su sano juicio se desprendería de criptomonedas para comprar cualquier cosa, cuando su valor sube día a día sin cesar. Sus defensores señalan el número de grandes empresas que aceptan bitcoins como medio de pago (Microsoft, PayPal, Spotify, Burger King, entre otras.). Aunque lo bueno sería saber cuántas de ellas están locas y las usan para realizar pagos, en lugar de conservarlos, sabiendo que mañana valdrán más. Por otro lado, si estuviera bajando de valor, seguro que dejarían de aceptarlos.
Nada tan volátil como las criptomonedas, con un precio tan imprevisible, puede llegar a convertirse en medio de pago. Y, mucho menos, cuando el activo está basado en una tecnología que le hace perder todo su valor a poco que se produzca un hackeo, se olvide la contraseña o se cometa el más mínimo error en el código.
Si se hablara con propiedad, las ahora llamadas criptomonedas deberían denominarse criptoactivos. Es decir, una expresión de riqueza que efectivamente puede convertirse en dinero, pero que no es dinero en sí mismo porque no se usa con carácter general como medio de pago en las transacciones. Son activos que pueden llegar a ser muy valiosos, como el oro, una escultura, una joya, una máquina cualquiera, un bono del Tesoro de algún país, la acción de una empresa, o un coche, pero no medios generalizados de pago ni dinero.
Es significativo, al respecto, lo que ha mostrado una reciente encuesta. Los sujetos con menor alfabetización financiera son los que consideran que el bitcoin es dinero, mientras que quienes tienen mayor formación y conocimiento lo consideran un activo especulativo.
Una peligrosa burbuja en el horizonte y la lección de los tulipanes
La especulación es, efectivamente, la única función económica que hoy día desempeña el bitcoin y los demás criptoactivos; y su precio deriva no sólo de su escasez sino, sobre todo, de la expectativa de que aumente. Si esta expectativa se exagera por cualquier motivo, se produce lo que se conoce como «burbuja»: la subida del precio de un activo basada en la creencia de que va a seguir subiendo.
Fue lo que pasó en Holanda en el siglo XVII, cuando los tulipanes estaban de moda y el precio de sus bulbos comenzó a subir. La gente creyó que seguiría aumentando eternamente y se llegó a pagar por uno de ellos el equivalente a una vivienda de lujo, o lo que un artesano bien pagado podría ganar en 15 o 20 años. Como no podía ser de otro modo, la burbuja terminó estallando y provocó una crisis generalizada. Lo mismo, más o menos, ocurrió a partir de 2007 en muchos países cuando estallaron las burbujas inmobiliarias.
Lo que se propone Trump es, sencillamente, alimentar otra burbuja, ahora, para hacer aún más ricos a los grandes propietarios de criptoactivos. Desde que declaró su apoyo para que Estados Unidos se convierta en potencia mundial del bitcoin, su precio casi se ha duplicado y el volumen diario del mercado se triplicó
¿La mayor estafa de criptomonedas de la historia?
Trump se propone crear una industria de ganar dinero de la nada, simplemente dando órdenes de compra de algo que, por muy complejo que resulte desde el punto de vista de la ingeniería informática, no es más que una anotación digital o informática. Es decir, no tiene nada detrás, que lo respalde. Un contrato hipotecario, por ejemplo, tiene detrás una vivienda. Detrás de un criptoactivo no hay nada.
La excusa para inflar la burbuja, que permite ganar fortunas inmensas a los millonarios que han acumulado bitcoins, es tan absurda que hasta el conservador Consejo Editorial de Bloomberg dice que sería «la mayor estafa de criptomonedas hasta el momento».
Según lo que se ha anunciado, una futura ley obligaría a Estados Unidos a comprar un millón de bitcoins y mantenerlos durante 20 años para contar así con una reserva estratégica, tal como tiene una de oro o de petróleo. A cambio, sin embargo, tendría que endeudarse o aumentar la oferta monetaria sin relación con las transacciones, haciendo subir los precios.
Pero la economía no sólo sufriría por esto último. Si el precio del bitcoin sigue multiplicándose, como viene sucediendo desde que Trump anunció las compras masivas, es seguro que también se multiplicará la demanda y la compra del criptoactivo. No sólo por parte de inversores aislados, sino también por bancos y grandes fondos de inversión.
Como sabemos perfectamente que todas las burbujas terminan estallando antes o después, no es aventurado predecir que, cuando se desplome el valor del bitcoin y de otros criptoactivos, no sólo caerán los pequeños propietarios. Si las grandes empresas, entidades financieras y fondos de inversión se dejan llevar por el espejismo (como ya les ha pasado tantas veces) se producirá, sin duda, una nueva crisis financiera.
Y, todo eso, sin necesidad de hacer mención al destrozo ambiental que producirá la estrategia de Trump, sólo para que se enriquezcan los grandes propietarios. Se calcula, por ejemplo, que cada transacción realizada en bitcoin consume 3.400 veces más energía que una transacción promedio de las que no se realizan con efectivo, debido a la ingente cantidad de cálculos y de tiempo de ordenador que se necesita para llevarlas a cabo.
Trump está dando de comer millones de dólares a los grandes capitales que lo apoyan y se dispone a seguir haciéndolo aún en mayor medida eliminando todo tipo de trabas para ello. Para eso ha nombrado como director de la Comisión de Bolsa y Valores, el organismo que regula los mercados financieros en Estados Unidos a Paul Atkins, un explícito defensor de los criptoactivos.
Algo así como colocar a un pirómano al mando del cuerpo de bomberos. Veremos las consecuencias.
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2 comentarios
Excelente descripción, muy clara y comprometida a la vez.
Siempre he visto este asunto como estafa piramidal especulativa, nunca me ha dado confianza porque se, que la especulación se hace para enriquecer a unos pocos listos con información privilegiada a costa de empobrecer a confiados codiciosos, no es generadora de riqueza, simplemente cambia de bolsillo el capital, para que uno gane muchos tienen que perder.
Ya veremos si ese descerebrado no provoca un colapso económico que arrastre al mundo al desastre.