Artículo Inédito
El Presidente de la Junta de Andalucía propuso en el último debate parlamentario sobre el estado de la comunidad la apertura de una reflexión sobre lo que llamó la segunda modernización de
Andalucía, reflexión a la que, lógicamente, deberían seguir propuestas y políticas concretas de actuación en todos los ámbitos.
Me parece imprescindible que ese debate se proponga ser, desde el principio, un debate sincero. Nuestra época es muy dada a caer otra vez en el nominalismo que nublara la vista de los clérigos medievales. Parece que basta con nominar para podernos convencer de que existen las cosas, los procesos o cualquier tipo de realidad. Mas no basta sólo con afirmar que nuestra economía es competitiva o nuestra sociedad justa y sostenible para que efectivamente lo sea.
Es necesario, por el contrario, contemplar y analizar lo que ha sido el pasado inmediato y nuestro presente con realismo, y con lejanía si hiciera falta, para garantizar que el resultado efectivo
de este gran debate no sea la autocontemplación narcisista sino el rigor y la autocrítica que pueden marcar los caminos de modernización más favorables.
Pero, sobre todo, me parece que la razón y el sentido de esta propuesta de debate es avistar nuevos horizontes, crear un hilo discursivo novedoso para la acción política y, sobre todo, establecer nuevas condiciones que permitan fortalecer a la ciudadanía, en lo que ésta significa de sujeto político y de ilusión colectiva. No es suficiente con cambiarle la letra a alguna de nuestras normas o simplemente pulir la presencia de las instituciones, ni incluso tan sólo modificar el perfil de las actuaciones políticas. Hay que repensar Andalucía para forjar un nuevo proyecto estratégico, lo que fundamentalmente requiere un nuevo concepto de la política desde y para un sujeto social que ya es diferente.
Más en concreto, hay que diseñar un nuevo horizonte estratégico en cuatro campos específicos de las políticas instrumentales y, al mismo tiempo, retomar un gran objetivo central.
El primero se refiere a una cuestión elemental pero multitud de veces soslayada: la necesidad de considerar a la gestión económica como elemento de un proyecto político. Es cierto que la política económica de una comunidad autónoma no tiene tantas posibilidades como la estatal o la europea de modificar sus entornos económicos más complejos pero también es verdad que sí debe ser algo más que una especie de administración distinguida de recursos financieros, o una simple macro-oficina presupuestaria. La modernización pendiente requiere redefinir una auténtica política económica autonómica, con un potente sentido estratégico, con una decidida voluntad de gobierno efectivo de los procesos productivos y dispuesta a no quedar permanentemente al socaire inerte de las políticas económicas centrales o del ciclo económico.
Un segundo ámbito que me parece de extraordinaria significancia para que Andalucía pueda encarar con éxito una nueva etapa de modernización tiene que ver con la consolidación de un auténtico sistema andaluz de creación y aplicación del conocimiento, es decir, con la educación y con el desarrollo tecnológico que se deriva de ella. Sólo disfrutando de una dotación de recursos humanos preparados, versátiles, emprendedores y perfectamente formados se puede hoy día avanzar por sendas de progreso y bienestar social, e incluso por la del simple crecimiento económico. Por eso sigue siendo un reto ineludible que Andalucía, las instituciones, las fuerzas políticas y los propios ciudadanos contemplen a la educación y a la investigación no como un problema sino como su principal proyecto colectivo, no como un gasto, sino como la inversión más deseable.
En tercer lugar, y aunque se trate posiblemente de uno de los campos en los que se ha hecho más visible la efectiva modernización de Andalucía, habría que pensar una vez más en el papel de las estructuras de bienestar y en las estrategias que pueden consolidarlo. Es obvio que aún son necesarios esfuerzos adicionales para ir alcanzando los niveles de dotación que, en la mayoría de los ámbitos, disfrutan en mayor medida otros territorios. Pero habría que actuar, al mismo tiempo, pensando que de poco nos vale una sociedad bienestarista pero cansina, que entienda la satisfacción material como un fin en sí mismo y, mucho menos, una sociedad que no fuera capaz de disfrutar del bienestar sin percatarse de la insatisfacción del otro. No basta, pues, con proporcionar más infraestructuras de bienestar sino que es preciso, además, una política, un proyecto de bienestar social que implique relaciones sociales y humanas de nuevo tipo. Y, evidentemente, hemos de ir haciendo frente sin dilación al reto de satisfacer a una sociedad cada vez más plural, multicultural y mucho más necesitada de la cultura de la innovación, que a nadie se le olvida reclamar, combinada con la de la paz y de la solidaridad .
Finalmente, los tres ejes anteriores deberían diseñarse considerando que no podrían hacerse realidad si las decisiones políticas se siguen desenvolviendo en un entorno administrativo pleno de rigideces e ineficiencias, a pesar de su juventud. Una Andalucía más moderna necesita imperiosamente una administración de los recursos públicos que también lo sea y que, en consecuencia, facilite la transformación social en lugar de frenarla continuamente.
Estos cuatro grandes ejes instrumentales deben desarrollarse, a su vez, de forma que retomen un objetivo central que muy posiblemente sea la más importante de las cuentas pendientes de nuestra economía y de nuestra sociedad. Me refiero a la inexcusable estrategia de vertebración y desconcentración que fortalezca una autopercepción de Andalucía mucho más cabal, más unitaria e integrada y, por supuesto, que facilite también el desenvolvimiento de la actividad económica de una forma más fluida y eficiente. Es decir, una nueva estrategia que integre a Andalucía no sólo en lo económico, sino también en lo cultural e incluso en lo puramente cotidiano, para lo cual se debería reconsiderar y actuar sobre el papel y la naturaleza del sistema de comunicación andaluz. A este objetivo central debería prestar singular atención la reforma del Estatuto que se ha propuesto.
Ahora bien, decía al principio que no se puede tratar solamente de intervenir a través de políticas activas de diseño más o menos acertado. Los tiempos que corren no son de dávidas, nadie se encuentra lo que no conquista en un mundo desigual y terriblemente injusto como este que nos ha tocado vivir. Por eso, la movilización social entendida como agitación cívica, como continuado protagonismo ciudadano, como afirmación colectiva y por qué no, también como rebeldía, ha de ser un ingrediente imprescindible de cualquier nuevo proyecto andaluz de progreso y sin el cual no habrá más modernización posible en una época de asimetrías que la vende más cara que nunca.
Avanzar en la modernización de Andalucía, ahora que el liberalismo dominante ataca tan duramente las políticas de bienestar, las ideas y los valores igualitaristas o las políticas económicas redistributivas, requiere inexcusablemente una demanda muy nítida de la sociedad, o lo que es lo mismo, un protagonismo muy firme de la ciudadanía.
No será posible más modernización, ni incluso podremos impedir lamentables pasos atrás, si Andalucía no se hace fuerte en torno a ella misma y si no reafirma el poder de su recurso más
potente: su propia ciudadanía.
Como ello no podrá venir nunca solo, es imprescindible entonces que se forje en Andalucía un nuevo sentido, una nueva apariencia y un nuevo lenguaje de la política. Si se quiere, como debe ser por definición, que esta llamada segunda modernización andaluza sea efectivamente un auténtico proceso de transformación social hace falta que la política, y cuando utilizo esta palabra me refiero a los partidos, a sus líderes y al conjunto de las instituciones, comprenda de otra manera a la ciudadanía, para tenerla más cerca, más presente y más viva.
Hay que reinventar, pues, la política democrática, para hacerla mucho más participativa, y por lo tanto próxima a las personas; y mucho más sincera y transparente, para que éstas la puedan hacer cosa suya, la asuman, la defiendan y la reivindiquen como el instrumento del que disponen para alcanzar más satisfacción. Y hay que recrear valores y una moral ciudadana generosa que vincule sin marcha atrás el progreso material que lleva consigo la modernización con la construcción de una sociedad más justa y más habitable para todos. Es la única forma de implicarnos, y éste el único camino para que ser más modernos nos haga también mejores.