Publicado en La Opinión de Málaga. 6-06-2004
Hace unos días, la caja de ahorros donde tengo mi nómina me cobraba 10,80 euros por hacer uso del cajero automático, una cantidad que, por supuesto, no constaba en el recibo que me proporcionó una vez cometido el atraco. Algo parecido le ocurre cada día a millones de españoles que, sin que quizá lleguen a ser conscientes, son literal y cuidadosamente asaltados por sus bancos.
Hoy día, los bancos y cajas de ahorros cobran por ingresar dinero, por sacarlo, por hacer movimientos en las cuentas, por no hacerlos, por pedir un préstamo o por cancelarlo. Cobran por todo.
Tanto es así, que ya los bancos ganan más dinero cobrando comisiones que concediendo préstamos o créditos, que es lo suyo.
Los tipos de interés están formalmente reducidos pero en la práctica, cuando se suma lo que cuesta utilizar el dinero, son leoninos. Hace poco, la Asociación Nacional de Centrales de Compras y Servicios denunciaba que la banca española está cometiendo «abusos flagrantes» y «publicidad engañosa», concretamente en relación con las llamadas tarjetas «revolving» que permiten aplazar el pago a diez días, en lugar de a treinta. Según la gerente de esta asociación, los bancos y cajas están cobrando entre un 15 y un 25% de interés por compras superiores a 30 euros.
Otras organizaciones de consumidores y usuarios denuncian constantemente los abusos bancarios que se refieren principalmente a errores que casualmente siempre perjudican a los clientes, a comisiones indebidas, a inversiones no autorizadas en bolsa o a redondeos al alza. Sólo este último preocedimiento hubiera permitido que Caja Madrid ganara fraudulentamente 31 millones de euros en 2002 si no llega a producirse una sentencia judicial que condenaba la práctica.
Las entidades financieras tienen una posición tan privilegiada y poderosa que pueden abusar constantemente de sus clientes y ejercer un dominio del mercado que prostituye la competencia y encarece innecesariamente la financiación de los negocios que se orientan a crear riqueza y empleo.
La búsqueda del dinero fácil ha llevado a las bancos y cajas a utilizar los recursos financieros de los que disponen como un objetivo en sí mismo. Tradicionalmente, el negocio bancario consistía en intermediar entre las fuentes de financiación y la inversión real, es decir, en recoger por un lado el ahorro y trasladarlo por otro a los inversores que crean riqueza. Hoy día, la existencia de amplísimas oportunidades de negocio en el exclusivo ámbito financiero (comprando y vendiendo más dinero en cualquiera de sus formas) ha trastocado ese flujo. Los bancos cogen el dinero pero lo destinan a realizar más inversiones financieras, en lugar de trasladarlo a la inversión productiva. Eso es lo que explica que cerca del 80% de las transacciones que se realizan en nuestro planeta sean financieras, sin respaldo o referencia con las actividades comerciales o reales.
En la búsqueda desenfrenada del beneficio los bancos se han convertido en uno de los negocios más sospechosos y sucios. A escala internacional, están vinculados con el dinero negro, con la evasión ilegal, con la compra y venta de droga y armas, con la utilización de las llamadas cuentas invisibles en los paraísos fiscales… El dinero de los grandes crímenes se cobija en sus cámaras acorazadas y quién sabe cuántos terroristas son recibidos como elegantes magnates al amparo del secreto bancario con el que los ricos ocultan el generalmente inmoral origen de sus grandes fortunas.
Desgraciadamente, el negocio bancario se ha convertido en esta época de globalización financiera en algo que, en lugar de fomentar la creación de riqueza, la banaliza y la supedita al beneficio especulativo. Y de esa mutación nace la corrupción y la criminalidad financiera de nuestros días. Hace años nos divertíamos contando el chiste del cura que al morir gritaba al monaguillo que trajera enseguida a dos banqueros: cuando el joven le preguntaba que por qué el moribundo decía que quería morir como Cristo, entre dos ladrones. Ahora, la cosa es más seria. El conocido y reputado catedrático y diputado suizo Jean Zeigler decía en una entrevista e El País en enero de 1998 que «los banqueros son asesinos que matan a distancia». Ziegler es posiblemente una de las personas que mejor conoce los entramados de los grandes bancos y tiene fama de saber bien lo que dice.
Lo cierto es que gracias a todo ello, los bancos alcanzan enormes tasas de rentabilidad. Sólo las cinco primeras entidades del sector financiero español ganaron 6.933,01 millones de euros en 2003, un 19,95 por ciento más que en el año anterior. El BBVA incrementó su beneficio un 29,5 por ciento y La Caixa un 23,1 por ciento.
Esos beneficios proporcionaron una suculenta y muy elevada rentabilidad a los accionistas. En 2002 la banca destinó el 72,30 por ciento de los beneficios a retribuirles mediante dividendos, un porcentaje bastante más alto que el que corresponde al conjunto de las empresas.
Pero no les basta con eso. Aunque sus beneficios aumentan en esas proporciones, los bancos no aceptaban, por ejemplo, que los salarios de sus trabajadores subieran el 3% en 2004.
Nunca se contentan con lo que tienen. Quieren cada vez más. Lo quieren todfo. El consejero delegado del Banco de Santander, Alfredo Sánez, acaba de declarar que es necesario y urgente acabar con el Estado del Bienestar en Europa. Es decir, que hay que acabar con la sanidad y la educación públicas, con las pensiones del estado… con las conquistas sociales más benefactoras de los últimos siglos.
Este banquero ganó el año pasado 5,75 millones de euros, casi mil millones de las antiguas pesetas, un 18,7% más que en 2002 y más de 200 veces el sueldo medio del sector bancario. Le debe parecer poco y creerá que es excesivo pagar los impuestos necesarios para mantener el cada vez más debilitado Estado de Bienestar. Desde luego, a él y a los que ganan como él o mucho más no les hacen falta instituciones ni servicios públicos de bienestar social. Él puede pagarse todo lo que necesite y seguramente piensa que los demás deben buscarse la vida como puedan.
Está en su derecho de pensar así, pero es inevitable que en él contemplemos el ilimitado y repugnante egoísmo con el que gobiernan nuestra sociedad los poderosos.