Los bancos centrales son posiblemente la institución que ha actuado de la manera más torpe e incapaz en la gestación y desarrollo de la actual crisis. Ya he explicado en otros escritos (¿A qué juega el Banco de España? ,Trichet, MAFO y los demás: ¿hasta cuándo? ) que dejaron que se gestaran las condiciones que la produjeron dejando hacer a los capitales, concedienco todo tipo de privilegios a los financieros y jugando siempre en el equipo de los grandes propietarios, gestionando la política monetaria de la forma en que más convenía a los grandes tenedores de liquidez.
Basta comprobar cómo han aumentado las desigualdes entre las rentas de capital y las del trabajo, o entre los beneficios de las grandes empresas y la situación de las pequeñas y medianas (que en España crean y mantienen al 90% del empleo) para comprobarlo.
En Estados Unidos, por ejemplo, el 1 por ciento de los norteamericanos más ricos obtuvo el 23,5 por ciento de los ingresos brutos del país en 2007, mientras que en 1976 obtenía el 9% (ROBERT H. FRANK, Income Inequality: Too Big to Ignore; Enmanuel Saez, Striking it richer: The evolution of Top Incomes in the US. Y en los años de gobierno de Bush, el 1% de la población más rica se ha apropiado del 75% de la riqueza generada (David DeGraw, «The Economic Elite vs. People of the USA: Parte I y Parte II).
Los dirigentes de los bancos centrales han justificado las políticas que han aumentado tanto la desigualdad como necesarias para evitar que subieran los precios, pero lo cierto es que han permitido que se produjera la subida quizá más alta de la historia en los precios de la vivienda. Y en lugar de haber conseguido promover y garantizar la estabilidad financiera, bajo su mandato como instituciones «independientes» (de los gobiernos, que no de los capitales privados) se ha producido el mayor número de crisis y perturbaciones de la historia.
Cuando docenas de economistas veían venir y anticipaban con total claridad la crisis y sus efectos desastrosos, los bancos centrales y sus gobernadores y directivos se dedicaban a capear el temporal echando balones fuera y haciendo que los bancos privados siguieran ganando dinero a espuertas.
Sus anteojeras ideológicas los han convertido en conductores ciegos, incapaces de ver la realidad que se abre paso antes sus ojos.
Cuando la crisis estalló se dedicaron a promover medidas que no han logrado alcanzar lo que deberían haber perseguido: que el crédito fluya de nuevo a empresas y consumidores. Aunque, eso sí, han conseguido que los bancos privados vuelvan a disfrutar de nuevo de impresionantes beneficios y de un renovado poder político.
Alguna de las medidas que han tomado para ello han sido auténticas infamias: cambiar las normas contables o manipular pruebas de stress financiero mentirosas para disimular y ocultar a la población la situación real de los bancos a la que ha llevado, en buena medida, su incapacidad y el papanatismo ideológico con el que siguen defendiendo políticas que en lugar de salvar a las economías las hunden aún más en la crisis.
La útlima prueba de ello (como de la perversidad de las políticas neoliberales que he comentado en otro texto:Irlanda como ejemplo) está también en Irlanda: en julio afirmaron que los bancos irlandeses estaban en buenas condiciones y ahora resulta que hay que inyectarles miles de millones de dólares. Sin que nadie mueva un dedo para señalar responsables de semejante engaño y sin que nadie se de por aludido. Todo lo contrario, inasequibles al desaliento, siguen pontificando como quien fuera dueño de la verdad y no se hubiera equivocado nunca. Eso sí, son ciegos pero no mudos.
Mientras que se van acumulando los errores de pronóstico y de gestión, los gobernadores y otros directivos no dejan de hablar, hablar y hablar para presionar a los gobiernos y difundir sin descanso las recetas que los grandes poderes financieros, insaciables como siempre, reclaman sin otra consideración que la de aprovechar la ocasión para multiplicar sus beneficios.
El gobernador del Banco de España es un buen ejemplo de ello y sigue dando muestras de su indomable espíritu de servicio a los intereses privados.
Mientras que sesudos economistas hacen cabriolas dialécticas y econométricas para tratar de convencer a la población de que la reforma de las pensiones que proponen se debe a razones de sosteniblidad futura y que solo busca mejorar el sistema, la equidad y el bienestar de los ciudadanos, el gobernador no tiene pelos en la lengua y desvela claramente a quién se trata de satisfacer con ella. Acaba de reconocer en el Congreso de los Diputados que lo que busca es tranquilizar a los financieros y, sobre todo, garantizar que no tengan problemas para cobrar la deuda que se ha generado por su propia actuación irresponsable.
Textualmente ha dicho que «la reforma de pensiones aunque sea a largo plazo es crucial para ganar la confianza de los mercados» y que «la ventaja de la reforma de pensiones desde el punto de vista de los mercados es que se sabe que la capacidad de devolver deuda de España se la toma uno en serio … y por tanto da una confianza al inversor de… esto se lo han tomado en serio…» (Video del gobernador en diario Público del 23 de noviembre).
Lo dicho, ciegos, pero no mudos y al contrario que la mayoría de la gente, a la que sí han conseguido enmudecer a base de desempleo, de salarios de miseria, de deudas y de basura televisiva.