Publicado en La Voz del Sur el 21 de diciembre de 2020
Unos de los efectos negativos de la crisis de 2007-2008 que ha pasado bastante desapercibido es el empeoramiento sustancial de la capacidad de gestión de los ayuntamientos españoles y de las condiciones en que se proveen y administran los servicios municipales.
Las políticas de estabilidad presupuestaria y el estratégico debilitamiento soterrado de los servicios públicos, para ir justificando de manera larvada su privatización progresiva, no sólo han mermado sus ingresos, sino que les obliga a contratar servicios privados más caros. Las plantillas se van congelando sin que ni siquiera sea posible su readaptación y, para como de todas las irracionalidades, no han podido invertir los superávits. Incluso, a veces, el esfuerzo tremendo para disminuir la deuda generada por la derecha supone costes más elevados a causa de las penalizaciones que casi siempre llevan consigo las amortizaciones anticipadas. Y si el mapa individual, ayuntamiento a ayuntamiento, es desolador, el mapa conjunto muestra con toda crudeza la sinrazón de las políticas que se vienen llevando a cabo y el desaguisado que supone la lógica que domina el ordenamiento municipal en España: junto a corporaciones que tienen paralizados en sus cuentas bancarias cientos de miles o millones de euros, hay otras colindantes sin recursos para hacer frente a servicios esenciales.
La situación en la que están obligados a prestar sus servicios los ayuntamientos españoles, salvando lógicamente las diferencias y casos excepcionales, es muy negativa por razones muy diversas y especialmente en las periferias o territorios más empobrecidos como Andalucía.
Por mucho que puedan fortalecerse otras administraciones, y ni siquiera eso es lo que ha pasado, las locales siguen siendo un nivel esencial para garantizar el bienestar y promover la actividad económica. Los cuellos de botella que allí puedan darse impactan directamente sobre los sujetos económicos, sobre las personas y los hogares, sin que detrás de ellas haya otras instancias de respuesta accesibles. Y mucho más en momentos excepcionales como los que estamos viviendo. Será interesante que dentro de un tiempo se pueda hacer algún tipo de valoración del efecto que ha tenido en la lucha contra la pandemia el no haber podido disponer de una administración local más ágil y bien dotada como dique de contención e instrumento de combate más ágil y cercano a los problemas.
Los ayuntamientos han sido utilizados por la administración estatal y autonómica en los momentos de crisis y recortes como una especie de recurso de última instancia para rebañar recursos y, aunque a nivel global se trate de una cantidad relativamente pequeña, a escala local eso ha supuesto una descapitalización y una atadura de manos que han terminado por ser letales para cientos de ayuntamientos.
La administración local no puede seguir siendo una pieza de quita y pon, una ficha que se usa según cómo vaya la mano de las demás administraciones. Es un espacio esencial para que las políticas públicas puedan ser eficientes y para que los recursos no se dilapiden, siempre y cuando, claro está, los propios ayuntamientos también se apliquen la necesidad de redefinir sus principios de actuación y sus formas de gestión.
Estamos viviendo un cambio de época que en los próximos diez o quince años va a cambiar el mundo y ahora de forma mucho más acelerada por lo que está suponiendo la pandemia como elemento disruptor de procesos que ya habían comenzado a darse.
Se van a producir transformaciones muy profundas que van a tener como denominador o vector de fuerza común la complejidad creciente. Una mayor complejidad que se va a concretar de forma muy especial en el espacio y, sobre todo, en las ciudades. Será en lo local donde se manifiesten más agudamente todas las fracturas y tensiones del cambio de época y de los procesos que se van a ir consolidando, la incertidumbre, la innovación constante, le exclusión, las nuevas formas de negocio y creación der valor, las nuevas organizaciones y relaciones personales y sociales…. Las dimensiones económica, residencial, social y ecológica de las ciudades que hemos conocido van a cambiar de arriba abajo en los próximos años y esos cambios lógicamente traerán consigo una nueva dimensión política, la exigencia de nuevas formas de interrelación institucional, gestión y gobernanza.
Lo que, desde el punto de vista de la gestión de recursos, se nos presenta en un horizonte ya cercano es un asunto completamente diferente al convencional que hemos conocido. La inmediatez, las nuevas formas de interrelación, el uso del big data y la inteligencia artificial… convertirán en estratégicos recursos y fuentes de creación de valor que no podrán afrontarse desde las dicotomías tradicionales (público/privado, instituciones/mercado). Van a cambiar las piezas que conforman nuestras sociedades y las formas de encaje entre ellas; y las ciudades (o lo que hasta ahora hemos llamado así) y el espacio, considerado desde perspectivas muy diferentes a como todavía lo consideramos, serán el lugar de ensamblaje de todo lo nuevo que está por venir. Las centralidades que conocemos se irán desvaneciendo y las jerarquías convencionales, de arriba a abajo, van a tener que desaparecer para permitir una gestión mucho más horizontal y difusa.
Para hacer frente al futuro que se nos acerca a toda velocidad es preciso contar con otros ayuntamientos, con otro tipo de espacio y de administración local y con un nuevo municipalismo que se centre en la gestión de los nuevos recursos, que alumbre nuevas formas de gestión y de poder y aliente otras formas de tejer y enredar la vida económica y social.
Con la administración local que hoy día disponemos en Andalucía (vale decir en casi toda España y en la inmensa mayor parte de Europa) no estaremos en condiciones de aprovechar las posibilidades extraordinarias que proporcionan los cambios técnicos que se avecinan y la aceleración que trae consigo la pandemia. Sería fundamental abrir este debate, tratar de establecer las condiciones que pueden permitir un cambio institucional de tanta profundidad como hace falta y acumular el poder de decisión que será necesario para vencer a la inercia que puede con todo y que hace que siempre se vayan dejando a un lado los debates y las políticas de luces largas que son realmente los que permiten a las ciudades conquistar el futuro.
2 comentarios
No se entiende muy bien eso de gestión de «nuevos recursos». Me gustaría preguntarle a que nuevos recursos se refiere en el segundo párrafo empezando por el final. Si se refiere a lo que vulgarmente se entiende por la digitalización (5G, centralización de datos, etc. o recursos reales económicos).
También es confuso lo de «posibilidades extraordinarias», de nuevo haciendo referencia a los cambios técnicos inminentes. (último párrafo).
El resto del párrafo me parece muy interesante y estoy de acuerdo en iniciar un debate de todo lo que hay y lo que puede venir muy pronto, de hecho, está viniendo.
Me gustaría mucho participar en ese debate.
Mi punto de vista es que los próximos años pueden ser muy contradictorios y cambiantes. En absoluto percibo una sola tendencia.
Gracias por el artículo.
Se habla mucho de los efectos de la pandemia y de nuevos recursos tecnológicos, para mí y lo digo con palabras mayúsculas, el mayor error que se ha cometido en todas las administraciones es la aceptación del teletrabajo. Dudo mucho que, en contra de lo que sucede en las empresas privadas, las administraciones tengan recursos para controlar y gestionar esta opción. La realidad es un percepción en la desatención ciudadana. Esa es mi opinión.