El último informe sobre el estado de las regiones en la Unión Europea no es demasiado esperanzador. España no ha recuperado distancias respecto al Producto Interior Bruto comunitario desde 1991, lo que una vez más demuestra que hacer correctamente los deberes macroeconómicos, de lo que se ufana el gobierno, no es condición suficiente para disfrutar de condiciones de bienestar semejantes a las del resto de nuestros socios. Y lo que es peor, tampoco permite por sí mismo erradicar el principal problema de nuestro país, y en particular de Andalucía: la falta de puestos de trabajo.
El gobierno de Aznar, en realidad igual que la rama económica del anterior de Felipe González, se empeña con denuedo en cuadrar las cuentas de las grandes variables, y no lo hace mal gracias, entre otras cosas, a la venta del patrimonio del Estado y a la enorme creatividad con que cierran la contabilidad pública. Así se puede dar la idea de que España va bien y en particular de que la economía se desenvuelve en las mejores condiciones.
Sin embargo, centrar la atención en ese aspecto puramente nominal de los procesos económicos permite echar un velo sobre los asuntos reales que no se están resolviendo. ¿De qué sirve cumplir primorosamente los criterios de convergencia nominal si en términos reales, de empleo, de renta per capita, de suministro de servicios sociales, de infraestructuras, de desarrollo tecnológico, etc., no solamente no llegamos a estar más cerca de la media Europea sino que incluso nos alejamos?
Esta situación es particularmente grave si se tiene en cuenta que los próximos tiempos van a ser duros para España y Andalucía. Hasta el horizonte del año 2006 ya está presupuestado un descenso de los fondos destinados a la cohesión social y previstas políticas que reducirán la renta agraria y debilitarán aún más nuestra capacidad productiva. Si a ello se añade que los requisitos de estabilidad presupuestaria impedirán avanzar como sería necesario en el gasto orientado a elevar la competitividad de nuestra economía, especialmente en investigación y desarrollo e infraestructuras, resulta que más pronto que tarde podemos encontrarnos en una situación bastante preocupante.
Los alemanes ya han hecho saber de la manera más explícita posible que la unión monetaria no tiene varias tallas, sino que se trata de un traje hecho especialmente a su medida, y en general de las economías de alta capacidad tecnológica, con superávit comercial y con intereses patrimoniales fuera de su país. Ese no es el caso de España, la única economía de la zona euro que actualmente tiene déficit comercial, y eso quiere decir que tendremos que acomodarnos a los intereses y a los ritmos marcados por el gigante alemán, quien ahora está más interesado en consolidar su posición ante los mercados del Este que en hacer de la Unión Europea un territorio equilibrado.
Por eso, hoy más que nunca sería necesario que nuestros dirigentes políticos asumieran con la mayor contundencia que lograr la cohesión económica y social no es sólo una aspiración justa de las economías o las regiones menos desarrolladas, sino una condición básica para que la Unión Europea no sea pasto de conflictos en un futuro cercano, para impedir fracturas que terminarían por ser irreversibles y traumáticas.
Se acerca el 28-F y es el momento de que los andaluces nos miremos una vez más a nosotros mismos, aunque ahora ya en nuestra condición de ciudadanos europeos. Frente a la tentación del triunfalismo y del verbalismo vacío, quizá sea la hora de asumir las realidades con dignidad. La cohesión social es hoy día la tierra y la libertad que nos enseñó a conquistar Blas Infante.