Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Pensar mucho y de otra forma

Publicado en Público.es el 20 de mayo de 2020

La mayoría de la gente, incluidas las autoridades, están reaccionando ante la crisis de la Covid-19 como si se tratase de algo sobrevenido e inevitable. Pero no es así. El riesgos de una pandemia provocada por la difusión de un virus había sido contemplado en bastantes estudios prospectivos realizados en los últimos años.

Se sabe que la División de Enfermedades Infecciosas y Contramedidas de la Agencia de Inteligencia de Defensa de Estados llevaba varios años anunciando la llegada de un nuevo coronavirus.

En 2017, el Pentágono, la organización de inteligencia militar de Estados Unidos, había lanzado una alerta en la que declaraba que la amenaza más probable y significativa es una nueva enfermedad respiratoria.

El Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos había desarrollado entre enero y agosto de 2019 un ejercicio simulado de pandemia de influenza. Según informó The New York Times, el ejercicio se denominó Contagio Carmesí e involucró al Pentágono, al Departamento de Asuntos de Veteranos, al Consejo de Seguridad Nacional, a grupos como la Cruz Roja Americana, la Asociación Americana de Enfermeras,  a compañías de seguros de salud y a grandes hospitales, como la Clínica Mayo. Según ese diario, en la pandemia ficticia, «a medida que el virus se propagó rápidamente por los Estados Unidos, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades emitió pautas para el distanciamiento social, y a muchos empleados se les dijo que trabajaran desde casa», lo mismo que ha ocurrido ahora.

En septiembre de 2019, una entidad independiente de la Organización Mundial de la salud, el Global Preparedness Monitoring Board (GPMB), había declarado: «Nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la economía mundial. Una pandemia mundial de esta escala sería una catástrofe y desencadenaría caos, inestabilidad e inseguridad generalizada. El mundo no está preparado”.

A mediados de octubre también del año pasado, se celebró en Nueva York una reunión internacional (denominada Evento 201) para simular y analizar las consecuencias de una pandemia global como la que estamos viviendo, organizado por varias fundaciones y un centro de investigación de la Universidad John Hopkins.

En España, el Instituto Español de Estudios Estratégicos del Ministerio de Defensa había alertado sobre del riesgo de proliferación de pandemias en el corto y medio plazo.

La pregunta, entonces, es clara: ¿para qué sirve que la gente que tiene preparación, información, conocimientos, intuición y técnicas de análisis suficientes estudie la realidad y nos diga lo que está sucediendo y lo que muy posiblemente va a suceder si seguimos haciendo lo que hacemos?

Esta es otra de las enseñanzas de la crisis de la Covid-19. No es tan difícil anticipar las consecuencias de las acciones de los seres humanos o de la naturaleza, cuando se la somete a las tensiones a las que hoy día está sometida en nuestro planeta. Sólo se necesita escuchar a quien piensa y a quien sabe.

Pero no hemos hecho caso a la inteligencia. Nos hemos dejado llevar por los impulsos, por el deseo de satisfacción inmediata, por la visión del corto plazo, por la ganancia monetaria que no contempla los costes sociales o invisibles de nuestros comportamientos, hemos despreciado el conocimiento, no hemos hecho caso de la previsión y hemos minusvalorado a la ciencia, a quien hemos dejado apenas sin recursos en muchos países o en multitud de ámbitos esenciales de la investigación, hemos maltratado a las personas que se dedican a investigar y a crear, a los innovadores, pagamos una miseria a quienes tienen saber y habilidad para resolver los problemas humanos más importantes, a quienes nos curan de la enfermedad o nos cuidan en el infortunio, y dejamos que se hagan ricos los especuladores y quienes destruyen la vida y las sociedades.

¿En qué estamos pensando cuando no nos aprovechamos el pensamiento ni valoramos la inteligencia? Estamos construyendo una sociedad que grita «Viva la Muerte» aunque eso lo hagamos con pose postmoderna y rodeados de artilugios y redes.

Si queremos sobrevivir a lo que se nos viene encima debemos replantear la mayoría de nuestras prioridades y hemos de empezar por cultivar, por respetar, por privilegiar y por valorar más que a otra cosa a la inteligencia y al conocimiento.

La mejor salvaguarda que tenemos en estos momentos complicados es movilizar a quien sabe, a quien lleva años estudiando y descubriendo soluciones, o al menos respuestas posibles, a nuestros problemas. Es sencillamente incomprensible que en medio de una incertidumbre como la que nos rodea las autoridades no hayan hecho una llamada a la movilización de los miles de científicos, de universitarios, de dirigentes sociales, empresariales, laborales, profesionales, sociales… que tienen conocimiento, experiencia, propuestas y capacidad creativa y de innovación. Ahora, más que nunca, necesitamos del talento que brota, afortunadamente, más fuerte y brillantemente que nunca en medio de la desgracia y las catástrofes.

El mejor seguro de vida para el futuro arriesgado y difícil que nos aguarda es la sabiduría, la inteligencia, el pensamiento y la creación, el talento. Nuestro salida es recurrir a las personas inteligentes porque, como decía Francs Bacon, son las únicas que saben encontrar oportunidades donde las demás no las ven.

Nuestras instituciones deberían estar promoviendo en todas las esquinas de España, en cualquiera de nuestros rincones, desde el negocio más sofisticado a la actividad más modesta, concursos de ideas, iniciativas y proyectos y ofrecer la ayuda, la complicidad y los medios necesarios para llevarlas a cabo. Esa es nuestra mejor, por no decir que única, tabla de salvación. Alemania, Estados Unidos… las grandes potencias están dedicando veinte o treinta veces mas dinero que nosotros a salvar a las empresas y a sus economías. Nosotros no vamos a poder hacerlo en tan gran medida y lo que hagamos nos pesará luego como una losa en forma de deuda que veremos a ver si es soportable. No nos queda otro remedio que salvarnos a nosotros mismos con la iniciativa, la creación y la inventiva, dando a luz una España diferente, una economía distinta, un nuevo modo de producir, de consumir y de vivir en sociedad y en armonía con la naturaleza. La ventaja, la gran oportunidad, es que se están moviendo todas las piezas de la economía global y de todas las sociedades y que en todo el mundo se está empezando a rediseñar una nueva ubicación de los negocios y de las relaciones comerciales y financieras, que nacen nuevos medios de pago e industrias, sectores económicos y comportamientos empresariales y de consumo completamente novedosos. No vamos a estar en condiciones de aprovecharnos de ello a base de órdenes ni incluso a costa de poner mucho dinero, ni haciendo lo que hemos hecho hasta ahora, sino sólo sin somos capaces de pensar mucho y de otro modo, de crear y de innovar. De dejar a un lado las letanías y los credos antiguos porque, si queremos crear algo nuevo, lo prinero que hemos de hacer, como decía Erich Fromm es tener el valor de desprendernos de las certezas. Y eso sólo hacerlo bien la gente que está acostumbrada a dudar, a pensar y a crear.

Hay tareas acuciantes, es preciso resolver el día a día, la agenda inmediata, sin duda ninguna. Pero si, a la hora de salir de esta crisis, no movilizamos el talento y si no ponemos a pensar a los españoles para promover la creatividad, la innovación comprometidas con los demás y con la naturaleza, es decir, la inteligencia individual y colectiva, por encima de cualquier otra cosa, habremos perdido definitivamente el futuro.

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