Las autoridades norteamericanas se han encargado de difundir las imágenes adecuadas de la reciente cumbre mundial del comercio para que los espectadores la identifiquen con algaradas, roturas de cristales y violencia callejera. Televisión Española decía que se trataba de la última rebelión juvenil del milenio. La prensa especializada y los propios medios de más difusión interpretan que la reunión ha sido un fracaso porque se impuso la voz de los que protestaban y eso no puede sino sorprender sobremanera: los jóvenes melenudos le ganan a los circunspectos representantes de los intereses comerciales más poderosos del planeta.
En realidad, la reacción contra las propuestas de los países ricos y la causa del fracaso de la cumbre es algo más complejo. En Seattle se han reunido representantes de docenas de organizaciones no gubernamentales que conocen directamente el empobrecimiento que causan las reglas actuales del comercio internacional, sindicalistas hartos de combatir la miseria y la explotación laboral que las empresas multinacionales provocan en todo el mundo, economistas comprometidos con una ética del reparto y la sostenibilidad, miembros de iglesias de todas las creencias que desean sinceramente un mundo justo y solidario, técnicos de organismos internacionales que se pasan al otro bando, al de los pobres y marginados, periodistas que han generado información alternativa…
Ni son un puñado de gamberros, ni son violentos, ni son jóvenes sin más ocupación que ejercer la rebeldía sin causa. Más bien representan con bastante seriedad a una parte de la Humanidad que está harta de que todo haya que organizarlo para que ganen dinero los más poderosos.
Pero la verdad de las cosas es que la conferencia no ha fracasaso solamente por la crítica y la presencia de todos ellos. Lo que ocurre es que el egoísmo de los países ricos provoca contradicciones a veces insalvables entre sus diferentes intereses y que casi todos temen que se discutan nuevas normas que den lugar a que los países pobres obliguen a hablar más o menos explícitamente de principios, de equilibrios, de justicia y de respeto mutuo en el comercio mundial.
La Unión Europea no quiere que se ponga en cuestión su política insolidaria de ayudas a la agricultura, a pesar de que empobrece más aún a los países más pobres; Estados Unidos no quiere que se levante el velo y se descubra que en realidad practica un proteccionismo reaccionario para defender a su ya de por sí poderosa economía; ambas potencias sólo se ponen de acuerdo en pedirle a los países pobres que abran sus mercados y en que no obtengan mayor competitividad de sus salarios más bajos y de sus condiciones de vida más miserables; y las empresas multinacionales sólo piden más y más libertad para ellas solas. Clinton, como queriendo hacer un alarde de progresismo y solidaridad, ha pedido a los más pobres que establezcan derechos laborales, que no exploten a los niños y que equiparen sus condiciones de trabajo con las de los ricos.
Olvida casualmente que son empresas multinacionales las que provocan y se aprovechan de esas situación y que los países ricos son los que imponen condiciones estructurales que impiden a los pobres apropiarse de sus recursos y ser como nosotros. Es verdad que, al menos, la situación mundial no ha empeorado, pues se han conseguido bloquear reformas aún más costosas para los países pobres, pero me temo que los grandes comerciantes del planeta han salido riéndose por la puerta trasera de la cumbre. Se quedan como están y eso les asegura sus ingentes beneficios.