Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Si los hombres tuviéramos el periodo

 Leo (en mujerpalabra) un texto de Gloria Steinem, una feminista estadounidense de los años sesenta, que por su ironía hace pensar. 

 

 Del  museo de  la menstruación de Nueva York (de Harry Finley)  encontramos este texto de Gloria Steinem, una feminista  estadounidense de hacia los años setenta. Traducción  de Michelle. Actualización  7 febrero 2003: Tatiana, traductora  de Znet, nos aclara las dudas de la ERA y la Phyllis!  ¡Gracias!  Texto  original en inglés
 El  texto es difícil, por ejemplo, porque se hace referencia  a personajes y situaciones de aquellos años en  Estados Unidos.
Lo  he marcado con tinta más clara. Si alguien sabe  aclarar su significado…  

 

 Si los hombres tuvieran el periodo  

 

 Por Gloria Steinem
 

 

 Una minoría  blanca del mundo se ha pasado los siglos intentando hacernos  creer que la piel blanca hace a la gente superior, a pesar  de que lo único que hace en realidad es que la  mayoría de quienes la tienen note más el  efecto de los rayos ultravioletas y de las arrugas. Los  seres humanos hombres han construido incluso culturas  enteras en torno a la idea de que la envidia del pene  le es «natural» a las mujeres, a pesar de que  podría decirse que tener un órgano tan mal  protegido hace vulnerables a los hombres, y que la envidia  al vientre, por el hecho de que éste permite engendrar  vida, tendría que ser, como poco, igualmente lógica.  
 
 Resumiendo, se piensa que las características de  quienes tienen el poder, sean cuales fueren, son mejores  que las características de quienes no tienen el  poder; y esto no tiene nada que ver con la lógica.
 
 ¿Qué ocurriría, por ejemplo, si de  pronto, por arte de magia, los hombres pudieran tener  la menstruación y las mujeres no?
 
 La respuesta está clara: la menstruación  sería un acontecimiento de hombres totalmente envidiable  y del que se podría presumir:
 
 Los hombres hablarían del tiempo de duración  y de la cantidad de su periodo.
 
 Los muchachos celebrarían el inicio del periodo  -ansiada prueba de su masculinidad- con rituales religiosos  y fiestas sólo para hombres.
 
 El Congreso subvencionaría el Instituto Nacional  de la Dismenorrea para combatir las molestias del mes.  
 
 Compresas y tampones recibirían subvenciones federales  por lo que serían gratuitas. (Lo que no implicaría,  sin duda, que algunos hombres prefirieran pagar por marcas  comerciales de prestigio, como los tampones John Wayne,  las compresas a prueba de combas  Muhammad Alí, los suspensorios  menstruales Joe Namath, «Para tus días de  soltero», y las compresas con alas de Robert  «Baretta».)
 
 Los militares, los políticos de derechas, y los  fundamentalistas de la religión citarían  la menstruación («men», en inglés,  significa «hombres», + «struación»)  como prueba de que sólo los hombres pueden servir  en el ejército («debes poder dar tu sangre  para tomar la sangre de otros»), ostentar cargos  políticos («¿tienen las mujeres la  capacidad de ser agresivas cuando no tienen este ciclo  constante que viene regido por el planeta Marte?»),  ser sacerdotes o ministros («¿cómo  podría una mujer dar su sangre por nuestros pecados?»)  o rabinos («sin la pérdida mensual de lo impuro,  las mujeres no están limpias»).
 
 Los hombres radicales, los políticos de izquierda,  los místicos, por su lado, insistirían en  que las mujeres son iguales sólo que diferentes,  y en que cualquier mujer podría unirse a ellos  siempre y cuando estuviera dispuesta a autoinfligirse  una herida importante al mes («DEBES dar tu sangre  por la revolución»), a reconocer la importancia  prioritaria de los temas menstruales, o  a subordinar su yo a todos los hombres en su Círculo  de Ilustración. El hombre de a pie presumiría  siempre («Yo tengo que ponerme TRES compresas»)  o al contestar un elogio de un compañero («Qué  bien te veo, chico») chocaría las cinco y  diría: «Claro, tío, ¡estoy con  el trapito!». Los programas de la televisión  tratarían el tema continuamente. («Happy  Days»: Richie y Potsie intentan convencer a Fonzie  de que sigue siendo «El Fonz» aunque lleve dos  meses seguidos sin el periodo.) También  los periódicos. (MIEDO A TIBURONES AMENAZA A HOMBRES  CON PERIODO. JUEZ ADMITE ESTRÉS MENSUAL COMO ATENUANTE  EN VIOLACIÓN.) Y el cine. (Newman y Redford en  ¡»Hermanos de sangre»!)
 
 Los hombres convencerían a las mujeres de que hacer  el amor es más placentero «justamente en estos  díitas». Se diría: las lesbianas temen  la sangre y por tanto la vida misma, aunque eso será  porque nunca se han topado con un verdadero hombre menstruante.  
 
 Los intelectuales, sin duda, ofrecerían los argumentos  más morales y lógicos. ¿Cómo  va una mujer a dominar las disciplinas que requieren un  sentido del tiempo, del espacio, de las matemáticas  o la medida, por ejemplo, si no dispone de ese don innato  para la medición de los ciclos de la luna y los  planetas, y por ende, para la medición de cualquier  cosa?
 
 En los enrarecidos campos de la filosofía y la  religión, ¿podrían las mujeres hacer  algo para compensar el no poder percibir el ritmo del  universo, o su falta de contacto mensual con la muerte  y la resurección simbólicas?
 
 Los liberales de todos los campos intentarían ser  amables: el hecho de que «estas personas» no  tengan el don de la medición de la vida, o de la  conexión con el universo -explicarían- es  suficiente en sí mismo como castigo.
 
 ¿Y cómo se entrenaría a reaccionar  a las mujeres? Las mujeres tradicionales -se puede imaginar-  estarían todas de acuerdo con todos los argumentos,  aceptándolos con tenaz y sonriente masoquismo.  («La ERA [Ley de Igualdad de  Derechos, 1923, que no fue implantada al final] obligará  a las amas de casa a hacerse una herida cada mes»:  Phyllis Schlafly [una especie de Nancy Reagan]. «La  sangre de tu marido es tan sagrada como la de Jesús;  ¡y además, muy sexy!»: Marabel Morgan.)  Las reformistas y las Queen Bees  intentarían imitar a los hombres, pretendiendo  tener el ciclo mensual. Todas las feministas explicarían  una y otra vez que los hombres también necesitan  ser liberados de la falsa idea de la agresividad marciana,  al igual que las mujeres necesitan escapar al esclavismo  de la envidia a la menstruación. Las feministas  radicales añadirían que la opresión  de lo no-menstrual es el patrón por el que se rigen  todos los tipos de opresión («La población  vampira fue la primera que luchó por la libertad!»)  Las feministas culturales desarrollarían una imaginería  sin sangre para el arte y la literatura. Las feministas  socialistas insistirían en que es el capitalismo  el que permite que los hombres monopolicen la sangre menstrual…  
 
 De hecho, si los hombres tuvieran el periodo, las justificaciones  del poder podrían ser interminables…
 
 Bueno, pero eso sólo si les dejáramos.
 

 

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