Publicado en Sistema Digital el 9 de junio de 2011
Me parece que hay algo mucho peor que los resultados que ha obtenido el Partido Socialista en las pasadas elecciones municipales: creer que con ellos se ha tocado fondo electoral.
Como señalé en mi artículo anterior (No es la crisis, es la respuesta que se la ha dado) lo que en mi opinión ha producido ese desastre ha sido la pésima gestión política de la crisis y la explícita rendición del gobierno ante los poderes financieros que le ha llevado a imponer medidas claramente contrarias a los intereses de la mayoría de la sociedad diciéndole, sin embargo, que son las que más le convienen. Por tanto, si se mantiene la actual línea de gobierno, como ya ha anunciado el presidente que hará, lo que debe ocurrir con la mayor probabilidad en las próximas elecciones generales es que se produzca una nueva y más severa derrota de su partido.
Lamentablemente, me parecer que es también casi imposible que esta previsión se trunque por la simple vía de cambiar de candidato.
He tenido la oportunidad de conocer personalmente a Alfredo Pérez Rubalcaba y de trabajar en algún momento con él y, aunque haya sido por muy escaso tiempo y para cuestiones puntuales, pude comprobar que se trata de una personalidad política extraordinaria, de una gran formación y lucidez y de convicciones socialdemócratas y progresistas que me parecen firmes y fuera de toda duda. Discrepo de muchas de las medidas de las que es responsable solidario como miembro del gobierno pero ni siquiera así puedo dejar de pensar que es un candidato de gran altura y que, en una coyuntura adecuada y con apoyo social y de su partido, sería un presidente de gobierno capaz de poner en marcha medidas más cercanas al ideario socialista que las que ahora viene adoptando el ejecutivo del que forma parte.
Pero me temo que no basta con cambiar de jinete, si se me permite la expresión, para que el partido socialista pueda revertir la deriva en la que se encuentra.
En primer lugar, no creo que pueda resultar creíble a la sociedad que un vicepresidente de un gobierno que está echando por tierra derechos sociales que costó decenios alcanzar y que no deja de mostrarse como un servil empleado de los poderes financieros y obediente trasmisor de las imposiciones neoliberales de la Comisión Europea, pueda representar una alternativa que frene la desafección que ese comportamiento gubernamental produce. Cuesta mucho creer a quien se presenta al mismo tiempo como uno mismo y su contrario.
Y no vale pensar que el problema del gobierno actual radica solo en la mala comunicación de lo que hace. Es algo más. Desgraciadamente, sus defectos son indisimulables y hablan por sí solos: es la falta de estrategia propia, la renuncia a representar los intereses de quien lo eligió, las sucesión de medidas contradictorias, los errores de previsión y la falta de credibilidad que conllevan y la carencia de un perfil político propio, al actuar tan claramente sometido a la presión y a la extorsión «de los mercados», que lo muestra ante la ciudadanía como un gobierno impotente e ineficaz cuando no cobarde.
Me parece que la inmensa mayor parte de la población y por supuesto la que votó al Partido Socialista y a José Luis Rodríguez Zapatero como candidato hubiera entendido perfectamente que una crisis como la actual, claramente generada por factores casi totalmente ajenos a su gestión, se hubiera podido llevar por delante sus principales pretensiones sociales y los objetivos de reparto y progreso que se había planteado y que en parte plasmó en su primera legislatura. O incluso que hubiera desordenado todos sus planes y acción de gobierno. Hubiera bastado, muy posiblemente, con haber hablado claramente a la población, con haber medido bien los tiempos y, por supuesto, con haberse asesorado por quienes no están cegados por las anteojeras ideológicas que les impiden ver lo que no casa con su idea neoliberal de lo que debe ocurrir en el mundo.
En segundo lugar, yo creo que es muy difícil que se pueda tener éxito electoral con un partido desmovilizado y desconcertado e incluso disconforme con las medidas neoliberales que el gobierno toma presentándolas como ideales y no como imponderables que hay que tratar de combatir. Si alguien pregunta a un afiliado del partido socialista qué propone éste actualmente para resolver los problemas de España no podrá responder: depende de lo que diga el gobierno, o mejor dicho, de lo que nos ordenen Europa o los mercados, tendrá que decirle. No es raro que así se produzca el fiasco electoral, incluso a pesar de que la alternativa sea una derecha que rezuma franquismo por casi todos sus costados, o una izquierda más radical que no termina de ponerse de acuerdo ni de acabar con sus disensiones internas.
Desearía equivocarme porque una victoria aún más avasalladora de la derecha en las próximas elecciones generales como consecuencia de la deriva neoliberal del gobierno de Rodríguez Zapatero no solo traería consigo una alternancia política sino, posiblemente, un cambio de reglas de juego «a la italiana» de terribles consecuencias políticas y sociales que ya se empieza a vislumbrar. Pero me temo que no me equivoco al afirmar que sin que se produzca una catarsis profunda en el ideario y en la actitud ante la sociedad del partido socialista en su conjunto y sin que se modifique su relación con el gobierno, va a ser muy difícil por no decir completamente imposible que se remonten los desastrosos resultados electorales de las municipales.
Si se sigue igual, se irá a peor porque el cambio de tendencia no puede ser solo el resultado de sustituir un líder por otro (por muy consistente que pueda serlo Alfredo Pérez Rubalcaba). A la socialdemocracia, como a la izquierda en general, no le queda más opción que fracasar o traicionar cuando ocupa el gobierno si no tiene ideas claras sobre adónde quiere llegar y, sobre todo, si no cuenta con suficiente apoyo y poder ciudadano. Una marca, un rostro o un poder personal muy grande sobre el partido sirven para llegar al gobierno pero no garantizan que se pueda gobernar ni, mucho menos, que se tenga el poder suficiente para hacer lo que desean que se haga los votantes.
¿Le bastará al Partido Socialista con dar una rápida mano de pintura a su ideario y estrategia en una Conferencia Política express? Cuesta trabajo creer que en tan poco tiempo y con tan escaso propósito de la enmienda por parte de quienes actualmente dirigen el partido sea suficiente. Cuando en la sociedad española se están poniendo en marcha procesos de disconformidad y respuesta social tan importantes, cuando vemos lo que ocurre con las barbas de nuestros vecinos y cuando la derecha al acecho empieza a mostrar sin disimulo sus verdaderas intenciones no parece que una simple faena de aliño vaya a permitir salir adelante con éxito. Me parece, pues, que hay que pedir mucha más diligencia, más sentido de la responsabilidad y más inteligencia y compromiso con la sociedad a todos los dirigentes políticos que afirman defender ideales progresistas porque éstos cada vez son más claramente incompatibles con limitarse a dar como bueno todo lo que imponen los grandes poderes que mueven el mundo.