Escribe el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz un artículo rememorando la crisis de hace diez años y subraya que los países a los que les ha ido después mejor son los que no siguieron las directrices del Fondo Monetario Internacional y de Estados Unidos (lo que es lo mismo). Y lo dice con toda claridad:
«Al examinar la crisis 10 años después, podemos ver con más claridad hasta qué punto se equivocaron los diagnósticos, recetas y pronósticos del FMI y el Tesoro estadounidense. El problema fundamental fue la liberalización prematura de los mercados de capitales. Por eso es irónico que el secretario del Tesoro [ministro de Hacienda] de Estados Unidos esté volviendo a recomendar la liberalización de los mercados de capitales en India, uno de los dos grandes países envías de desarrollo (junto con China) que salió indemne de la crisis de 1997…
No es casualidad que a estos países, que no habían liberalizado del todo sus mercados de capitales, les haya ido tan bien. Las investigaciones posteriores del FMI han confirmado lo que dicen todos los estudios serios: la liberalización de los mercados de capitales causa inestabilidad, pero no necesariamente promueve el crecimiento (India y China han sido, asimismo, las economías que han crecido más deprisa).
Desde luego, a Wall Street (cuyos intereses representa el Tesoro estadounidense) le beneficia la liberalización de los mercados de capitales: gana dinero con las entradas de capital, con las salidas y con la reestructuración que se produce en el caos resultante…
El contraste entre los consejos del FMI y el Tesoro estadounidense al Este asiático y lo que ha ocurrido en el actual desastre de las hipotecas de alto riesgo es innegable. A los países del Este asiático se les dijo que elevaran sus tipos de interés, en algunos casos hasta el 25%, el 40% o más, lo cual provocó una oleada de impagos. En la crisis actual, la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo han reducido los tipos de interés» (artículo completo aquí).
La razón por la que los grandes organismos financieros propone estas políticas es, pues, muy evidente: benefician a los poderosos. Traen consigo efectos catastróficos, pero se insiste en ellas. Su efecto maligno está materialmente confirmado pero se les imponen a los países que no tienen capacidad para ser autónomos y libres.
No hay razón científica alguna que las pruebe como adecuadas, no hay evidencia empírica que demuestre que traen consigo lo que sus defensores argumentan. Y, sin embargo, se enseñan en todas las universidades del mundo como si fueran … lo que son: un dogma, una nueva religión que beneficia solamente a los grandes bancos, a las corporaciones multinacionales, a los más ricos del mundo.
La política económica de nuestros días está desnudada de argumentación y de fundamentos sólidos. Los ricos toman las medidas que les niegan a los pobres y obligan a que éstos hagan lo que ellos rechazan para protegerse. Esta es su única lógica.
Ni la plena libertad de la que gozan los capitales para desplazarse de un lado a otro, ni la estricta disciplina presupuestaria que se impone a los gobiernos, ni la autonomía de los bancos centrales, ni la preminencia que se da al objetivo de controlar la inflación, por referirme solamente a los principales hitos de la política económica actual, son principios cuya bondad o conveniencia esté demostrada.
Lo único que sí se ha demostrado con creces es a quién beneficia. Y es solo por eso que se mantienen y que se estructura todo un gigantesco mecanismo de fuerza y de convicción orientado a garantizar su puesta en marcha.
Quizá pueda parecer exagerado decirlo así pero es que la realidad de las cosas es bien clara: detrás de las razones que se dan para justificar la política económica que llevan a cabo los gobiernos solo hay una gran mentira. El propio Stiglitz habla de «hipocresía». Y es que es eso lo que hay: mentira e hipocresía.